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Carta de Reyes a una hija bastarda
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Javier Caraballo

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Carta de Reyes a una hija bastarda

La tuya, mujer sin nombre, es la historia de los hijos de la vergüenza, los hijos bastardos que nacieron en los años cincuenta o sesenta, en plena dictadura franquista, que han vivido ocultos de sí mismos

Foto: Foto: iStockphoto.
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Yo sé, mujer sin nombre, que la tuya es una historia de patios con jazmín y paredes encaladas, de adolecentes con cofia y de mujeres con velo negro camino de la iglesia, de trigales que se pierden en el horizonte y de surcos que peinan los campos de tierra rojiza. Es una historia de hambre y necesidad, de jornaleros en la taberna y de señoritos en el casino, de grandes cortijos en las afueras y de casas de vecinos con un retrete para todos. Es una historia de toreros famosos y jóvenes ilusionadas, de una tarde de baile y unas miradas que se cruzan, de una copa de anís dulce y un cigarrillo americano.

La tuya, mujer sin nombre, es la historia de los hijos de la vergüenza, los hijos bastardos que nacieron en los años cincuenta o sesenta, en plena dictadura franquista, que han vivido ocultos de sí mis,mos, de sus raíces, durante todos estos años, hasta que ahora, de repente, te has levantado quizá por ejemplo de algunos, por el coraje que nace cuando se comparte una desgracia, por la fuerza de saber que no se está solo. O acaso sea simplemente por dignidad, porque llega un día que la dignidad es una urgencia inaplazable y uno necesita ponerse en paz con su memoria, que es la memoria de su madre, y reivindicar fuerte su nombre callado, silenciado, en tantos años de sombras impuestas.

Los titulares de las noticias siempre hablan de grandes compensaciones económicas, pero el alma de lo ocurrido no está en los bancos sino en la dignidad

En todos los casos que se han conocido, créeme si te digo que, al final, todas decís lo mismo. Por eso es tan significativo. Los titulares de las noticias siempre hablan de grandes compensaciones económicas, porque es verdad, porque nadie renuncia a lo que es suyo, pero el alma de lo ocurrido no está en los bancos sino en la dignidad, que jamás en esta vida podrá lograrse con dinero. “Yo no me he movido por el dinero, sino por la satisfacción de escuchar que sí, que soy hija de Antonio, porque llevo toda la vida preguntándome quién sería mi padre, dándole vueltas al tema”. La misma frase, repetida, aparece en todas las noticias de los hijos bastardos que se rebelan en España después de decenas de años de engaños y disimulos; cuando las madres de todos ellos están a punto de morir, o cuando acaban de fallecer, presentan una demanda de paternidad en los juzgados para poner en orden su conciencia y reivindicar la verdad que la vergüenza, la moral o los intereses quisieron sepultar para siempre.

Yo sé, mujer sin nombre, que en muchos puntos de España han surgido noticias parecidas, pero es muy significativa la proliferación de estos casos en la provincia de Sevilla, sobre todo en los pueblos de grandes latifundios que rodean a la capital andaluza. La última historia conocida, esta misma semana, habla de un amor frustrado por la presión de dos familias. Es la historia de un torero que, en los años cincuenta, se enamoró de una sevillana. Un amor prohibido porque los padres de aquella mujer nunca aprobaron la relación y la obligaron a casarse con otro hombre. También el torero lo hizo, pero los dos siguieron viéndose a escondidas durante toda la vida. De esa relación nació María, que ahora tiene 60 años y exige que la Justicia le devuelva el lugar en la historia que le hubiera correspondido. Debo decirte que, si te escrito esta carta, es porque al conocerse la noticia se ha extendido, como otras veces, un rumor de desaprobación y de desprecio por la ciudad y, también como otras veces, muchos medios de prensa la han silenciado, porque se trata de un torero famoso que debe estar incrustado en la alta sociedad sevillana. “Esa mujer lo que quiere es dinero”, van diciendo por ahí los corrillos. Gran muestra de cinismo, que no repara que, en todo caso, lo único que exige es aquello que le corresponde por ser hija de quien es. Por qué iba a ser distinta de la otra hija del torero, nacida en el matrimonio legal, cuando la verdadera pasión de su padre fue la madre de su hija bastarda.

Es muy significativa la proliferación de estos casos en la provincia de Sevilla, sobre todo en los pueblos de grandes latifundios que rodean a la capital andaluza

No sé lo que ocurre pero, curiosamente, en la mayoría de los casos se trata de mujeres bastardas que se rebelan contra ese adjetivo que les ha acompañado toda su vida, como si les hubieran untado el cuerpo con brea al nacer, igual que hacían en la Inquisición. Por eso te he dirigido esta carta sin ponerte un nombre, porque sois todas y una sola historia. Antes que María, se conoció la historia de Carmen Gordo, que supo de su padre cuando su madre cayó enferma de alzhéimer y se desataron en su mente todos los nudos de silencio que había mantenido. “Cuando mi madre enfermó, ya muy mayor, me dijo que el amor de su vida había sido Antonio, pero jamás habló más de él cuando no tenía alzhéimer. Yo no preguntaba por no hacerla daño, por respeto, aunque por dentro siempre tuve la intranquilidad de no saber, una angustia de la que ahora me he liberado". Su madre fue criada en el cortijo del señorito, se enamoraron, pero también era un amor imposible, prohibido, condenado a la oscuridad. Igual que Sofía Benítez-Cubero Reguera, también hija de una criada en el cortijo sevillano de un terrateniente andaluz, que ha llegado hasta el Supremo para ganar sus apellidos. Como la madre de Esteban Marchena García, que se quedó embarazada siendo aún menor de edad, cuando, huérfana, se puso a trabajar como sirvienta en la casa de un empresario agrícola de Utrera. “Mi padre nunca se dignó a mirarme a la cara. Mi gran pena es que mi madre se murió hace dos meses sin conocer esta noticia”, dijo Esteban al conocer la sentencia.

Por eso esta carta, para pedirle a los Reyes las noches de ilusión que te robaron. Y para arrancarle a tu vida la asquerosa etiqueta de bastardo que te colocaron

Yo sé, mujer sin nombre, que la tuya es la historia de una infancia difícil, de preguntas que se espesaban en el aire sobre todo en fechas como estas, en días y en noches como estas, cuando veías a tus amigas por el paseo, de la mano de sus padres, sin entender por qué te negaba la vida el más esencial de todos los abrazos, el de un padre a su hijo. Por eso esta carta, en este día, para pedirle en tu nombre a los Reyes Magos las noches de ilusión que te robaron. Y para arrancarle a tu vida la asquerosa etiqueta de bastardo que te colocaron al nacer y que, aún hoy, quieren perpetuarla tantos con sus cínicos silencios de alta sociedad.

Yo sé, mujer sin nombre, que la tuya es una historia de patios con jazmín y paredes encaladas, de adolecentes con cofia y de mujeres con velo negro camino de la iglesia, de trigales que se pierden en el horizonte y de surcos que peinan los campos de tierra rojiza. Es una historia de hambre y necesidad, de jornaleros en la taberna y de señoritos en el casino, de grandes cortijos en las afueras y de casas de vecinos con un retrete para todos. Es una historia de toreros famosos y jóvenes ilusionadas, de una tarde de baile y unas miradas que se cruzan, de una copa de anís dulce y un cigarrillo americano.