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La Tigresa anda suelta
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Javier Caraballo

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La Tigresa anda suelta

La Justicia, a veces, nos sacude con ironías crueles como esta, que una mujer como tú, condenada a 2.111 años de cárcel, recorte 100 veces su pena con cursos de taichí o de valenciano

Foto: Fotografía de archivo de la Tigresa. (EFE)
Fotografía de archivo de la Tigresa. (EFE)

Nadie, Tigresa, podrá aclararnos nunca la duda que nos deja tu libertad. Has salido este martes 13 de junio de la cárcel después de 23 años en prisión y el paralelismo preciso, grosero e indeseable de haber cumplido un año de cárcel por cada una de las 23 personas a las que asesinaste. Ya sé, Tigresa, que la Justicia, a veces, nos sacude con ironías crueles como esta, que una mujer como tú, condenada a 2.111 años de cárcel, recorte 100 veces su pena, con cursos de taichí o de valenciano, hasta dejar reducido su historial penitenciario a esa escueta relación de un año por muerto, que es como pensar en tus víctimas como muescas de cuchillo en el tacón de aguja de tu zapato.

La lectura de los nombres de las víctimas de ETA siempre resulta fría e inapropiada, incluso en los actos de homenaje de las víctimas, acaso porque es imposible plasmar el dolor agudo y concreto de la memoria de cada una de ellas; imagínate, por tanto, lo que se siente cuando se repasan los nombres de las 23 personas a las que asesinaste y las sentencias dictadas van cayendo al suelo como las hojas de calendario que arrancamos todos los días con el desconsuelo de la fugacidad de esta vida.

Esa Justicia que te deja en libertad ha sido la única que nos ha podido salvar de quienes, como tú, han querido imponernos a todos un mundo de terror

Probablemente, nunca tendrías que haber salido de la cárcel, Tigresa, pero no por ello vas a encontrar aquí ningún reproche a la Justicia que te ha abierto la puerta de tu celda, todo lo contrario. La misma Justicia que ahora te libera, tan pronto, es la esperanza que siempre nos ha rescatado, la que nos ha protegido; esa Justicia que te deja en libertad ha sido siempre, incluso en lo peores años de dolor, la única que nos ha podido salvar de quienes, como tú, han querido imponernos a todos un mundo de terror. Es importante, por eso, que no creas en ningún momento que la duda que provoca tu salida de la cárcel nos hace cuestionar el Estado de derecho que nos ampara, o que nos burlemos del cumplimiento de las leyes en España, que tan irrisorio parece en ocasiones como esta, como si pisoteara el dolor de los familiares de las víctimas.

Sales en libertad porque así lo disponen las leyes, el cumplimiento máximo de 30 años de cárcel y los beneficios penitenciarios a los que has podido acogerte, incluida una petición de perdón. Hasta ahí, ninguna duda, Tigresa; la duda que nunca se resolverá está en la sinceridad de tu arrepentimiento. ¿De verdad te arrepientes de lo que hiciste? ¿De verdad, como dices, sientes un inmenso dolor por cada una de las víctimas? Esa es la parte de tu excarcelación que parece menos creíble y, por eso mismo, eso es lo que acaba escociendo más en las entrañas, que hayas conseguido salir antes de la cárcel burlándonos a todos una vez más, simulando el arrepentimiento que nunca has sentido, como cuando en los juicios mirabas a la cámara, sonreías y, con esos ojos azules de gata maldita, escupías cualquier insulto.

En estos días atrás, cuando se han publicado referencias sobre tus andanzas, lo más escalofriante de todo ha sido comprobar la determinación y la precocidad con que te iniciaste en la banda asesina. Lo han dicho, y lo han escrito, algunos de tus antiguos compañeros de ETA, que hablan de ti como una psicópata sin sentimientos, una mantis religiosa, bella y letal, que se iba a las discotecas a ligarse a guardias civiles con el morbo de pensar que unos días después podría descerrajarles un tiro en la cabeza. Como Soares Gamboa, que en un libro de mi recordado amigo Matías Antolín llega a decir de ti que “ante todo, era esclava de su cuerpo y de su cabello; no he conocido una militante en ETA más terrenal que esta mujer”. Siempre he pensado que al definirte como 'terrenal', lo que intentaba reflejar Soares Gamboa era el extraño placer que te produciría cada asesinato, como si todo fuera un juego de morbo, sexo y sangre. ¿Eres ahora, a tus cincuenta y pocos años, una mujer distinta? Eso es lo que dudo, sinceramente.

Te negaste a declarar y te limitaste a sonreír plácidamente, como si esa sonrisa maléfica pudiera servirte para rematar a los muertos en sus tumbas

Fíjate, por ejemplo, en Soares Gamboa: también él es responsable de 29 asesinatos, pero cuando se arrepintió no solo se limitó a pedir perdón, sino que comenzó a colaborar activamente con la Justicia para que se esclarecieran algunos atentados. Eso lo sabes bien porque la última vez que te juzgaron fue el propio Soares Gamboa el que acudió a declarar contra ti por el atentado frustrado en 1986 contra el entonces presidente del Tribunal Supremo, Antonio Hernández Gil. Aquel juicio fue en 2004 y debe ser que todavía no habías comenzado a experimentar el 'dolor profundo' que dices ahora por cada asesinato cometido porque entonces te negaste a declarar y en el juicio te limitaste a sonreír plácidamente, como si aquella sonrisa maléfica pudiera servirte para rematar a los muertos en sus tumbas.

¿Estarías tú dispuesta a hacer lo mismo que Soares Gamboa, Tigresa? Lo que conocemos de ti es la carta que le enviaste al juez hace un año, para que te dejara salir unos días en libertad, acogida ya a la ‘vía Nanclares’. “Las muertes de este comando —decías en esa carta— me duelen en lo más profundo del alma y aún más por no haber podido hacer nada por evitarlas. Yo tan solo tenía 20 años y aun así me jugué la vida en ese intento. Me costó siete años de mi vida en Argelia y que se me condenara a una pena terrible”.

¿Serás capaz de convertirte en una activista contra la barbarie de ETA para resarcirte del 'profundo dolor' que has causado? Yo sé que no va a suceder

Es probable, Tigresa, que en ese párrafo no hayas dicho ni una sola verdad, incluso que ni siquiera hayas escrito tú la carta, porque nadie tiene constancia, como afirmas, de que con 20 años condenaras en el seno de ETA los asesinatos y que, incluso, te ‘exiliaran’ por ello a Argelia. Pero todo eso ya es pasado y ahora, que legalmente estás en libertad, solo te pediría que vayas un día a visitar a María Pilar Pertierra, una gijonesa que vive en Málaga, a la que le asesinaste su hijo con 20 años; era uno de los 12 guardias civiles a los que mataste en la plaza de la República Dominicana de Madrid.

Este año, el aniversario de aquella matanza, el 14 de julio, lo vas a cumplir en libertad. Dile a la cara a esa mujer, y a las familias de todos los que asesinaste, que no es verdad lo que piensan, que todo lo tuyo ha sido una estratagema para salir cuanto antes de la cárcel porque “lo que quieren es que se olvide todo para volver a empezar de nuevo: no han terminado de matar, simplemente lo están aplazando”. ¿Serás capaz de convertirte en una activista contra la barbarie de ETA para resarcirte del 'profundo dolor' que sientes y que has causado? Yo sé, Tigresa, que eso nunca va a suceder; por eso nadie podrá aclararnos nunca la duda enorme que nos deja tu libertad y que tanto escuece en el alma.

Nadie, Tigresa, podrá aclararnos nunca la duda que nos deja tu libertad. Has salido este martes 13 de junio de la cárcel después de 23 años en prisión y el paralelismo preciso, grosero e indeseable de haber cumplido un año de cárcel por cada una de las 23 personas a las que asesinaste. Ya sé, Tigresa, que la Justicia, a veces, nos sacude con ironías crueles como esta, que una mujer como tú, condenada a 2.111 años de cárcel, recorte 100 veces su pena, con cursos de taichí o de valenciano, hasta dejar reducido su historial penitenciario a esa escueta relación de un año por muerto, que es como pensar en tus víctimas como muescas de cuchillo en el tacón de aguja de tu zapato.

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