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El culo de las feministas
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Javier Caraballo

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El culo de las feministas

La verdadera importancia que tiene la deriva del feminismo oficial e institucional es el desapego que está generando entre las propias mujeres

Foto: Una mujer sostiene un cartel durante una manifestación con motivo del Día Internacional de la Mujer. (EFE)
Una mujer sostiene un cartel durante una manifestación con motivo del Día Internacional de la Mujer. (EFE)

“¡Pues yo pienso seguir llamándolo coño!”, dijo una mujer a mi espalda, y de inmediato pedí al camarero otra cerveza porque aquella conversación furtiva resolvió en un instante mi aburrimiento en la barra, mientras esperaba. Giré disimuladamente la cabeza y pude ver a las dos protagonistas de la discusión, dos mujeres de poco más de 40 años. Hablaban de un artículo aparecido unos días antes en otro periódico en el que se hacía una defensa encendida por un cambio en el lenguaje: pedía que a las niñas, a partir de ahora, se les enseñe a llamar vulva a su órgano sexual, en vez de utilizar los eufemismos históricos que van, desplegados en una amplísima gama, desde la huchita hasta el potorro, pasando por el chochete.

La autora del artículo explicaba que a su niño siempre le había hablado de su pito, en vez de decirle pene, pero que con su niña tomó esa determinación: "mi niña tiene vulva". Lo mejor de todo, sin embargo, es que, inevitablemente, la disquisición léxica tenía que sustentarse en una justificación mayor: el sustrato machista de las distintas denominaciones del chichi. Patriarcales, machistas e infantiles; un elemento más oculto y sutil de dominación del hombre sobre la mujer. Fue entonces cuando una de las mujeres, que consideraba una estupidez el debate planteado, alzó la voz y se reafirmó en su coño. “Lo peor de todo —acabó diciendo— es que con estas chorradas lo que están consiguiendo es que cada vez haya más mujeres feministas que nos sentimos incómodas con el feminismo oficial”.

Con estas chorradas, lo que están consiguiendo es que cada vez haya más mujeres feministas que nos sentimos incómodas con el feminismo oficial

Esa es, sin duda, la clave de todo; la verdadera importancia que tiene la deriva del feminismo oficial e institucional es el desapego que está generando entre las propias mujeres. Y por derivación, la distracción o ignorancia de los problemas reales que sí tienen las mujeres en España, que es el ámbito de discusión del feminismo que nos afecta y que poco tiene que ver con los problemas de las mujeres en otros países, a veces mucho más graves y en otras ocasiones, menores.

Podría escribirse un tratado de cómo el feminismo en España se ha ido jibarizando desde que ha saltado de la calle a los despachos. La institucionalización del feminismo lo ha convertido en un producto político que genera continuamente problemas inexistentes, siempre vistosos y controvertidos, que aparentan una lucha por la igualdad de la mujer pero que nada tienen que ver. Polémicas diseñadas en el laboratorio de lo políticamente correcto. Así justifican su existencia los 'lobbies' del feminismo y la tupida red de burocracia política que cada vez se distancia más de la realidad de la mujer española de hoy.

Desde la aprobación de la Constitución y el desarrollo legislativo posterior, puede afirmarse que existe igualdad de derechos, deberes y oportunidades entre hombres y mujeres, pero la realidad no dice lo mismo. ¿Qué hacer cuando ya se ha conseguido la igualdad legal y, sin embargo, quedan pasos por dar aún para que se convierta en un hecho incuestionable en la sociedad? Trasládese esa cuestión a todos los campos, desde la violencia de género hasta las ayudas que necesita una mujer para que la maternidad no le suponga un obstáculo en su vida profesional, pasando por las discriminaciones salariales, allí donde existan.

Las respuestas a esas preguntas son las que se eluden con esas campañas insulsas del feminismo institucional que solo sirven para que se retroalimente en su mismidad, pero no para profundidad en las verdaderas causas de los focos machistas que puedan existir. Para eso y, sobre todo, para servir de parapeto y excusa a la falta de inversión de los gobiernos de los que dependen esos 'lobbies' en programas y ayudas efectivas para la mujer. Es mucho más fácil generar una polémica como la de la 'playlist' elaborada por el Instituto Vasco de la Mujer para que se eliminen algunas canciones de moda de las fiestas populares del verano, como el famoso ‘Despacito’, al considerarlas “sexistas” y “no respetuosas“ por “tratar a las mujeres como meros objetos sexuales”, con lo que terminan sintiéndose “inseguras o intimidadas en ciertos lugares y a partir de ciertas horas”, dicen.

Hay que estar muy lejos del suelo que se pisa, disparatados, para pensar que si un grupo de jóvenes baila en una verbena al ritmo de 'Despacito', se corre el peligro de que los chicos se transformen en bestias, como lobos, y se abalancen sobre las chicas. Como poner a la Policía Local a requisar todas las chapitas que contuvieran algunas frases ‘sexistas’ como “Mira mi culo”, “Hoy follo, estés o no estés” o “No puedo vivir sin tu amor”. Eso ha ocurrido en Pamplona y un portavoz de Podemos lo justificó diciendo que “tienen un alto contenido vejatorio y humillante para las mujeres, así como sexista, y pudieran constituir un delito de odio”. ¿Todo eso por decir ‘mira mi culo’? ¿Eso es delito, como le han pedido a la Fiscalía? Resulta ridículo sacar esas conclusiones incluso con otras chapas con mensajes más obscenos, como “O follamos todos, o la puta al río”. En fin… Como uno de los refranes más antiguos de España nos advierte de que no hay que confundir “el culo con las témporas”, podría decirse que es urgente que el feminismo oficial se mire el culo.

De todas formas, aunque la gravedad de este feminismo de salón radique en el desapego que se produce con respecto a la mujer, que lo considera extraño y ajeno a sus reivindicaciones reales, sería ingenuo no pensar que todo esto esconde un vicio tan viejo como la propia humanidad: la homogeneización de la sociedad a través de la ideología. Usos y costumbres al servicio de unas ideas, como líneas rojas que van grabando en el subconsciente lo que está bien y lo que está mal. Una especie de moral fabricada para que sirva como elemento de divulgación de una ideología. Un mecanismo más de control.

Por eso, Fidel Castro prohibió a The Beatles durante la esplendorosa década de los sesenta, porque se consideraban un mal ejemplo para la juventud cubana. Como Franco sometía a los cantantes a una censura mojigata o, directamente, prohibía canciones como ‘Aqualung’, de Jethro Tull, porque decía cosas como “sentado en el banco de un parque, observando a las muchachitas, con malas intenciones”. Stalin creó una Asociación de Músicos Proletarios, que determinaba qué música podía oírse y cuál debía considerarse contrarrevolucionaria.

Consciente o inconscientemente, estamos en lo mismo, podría denominarse la moral de lo políticamente correcto, tan castrante como las anteriores para una sociedad libre. Y todo eso, a costa del feminismo verdadero.

“¡Pues yo pienso seguir llamándolo coño!”, dijo una mujer a mi espalda, y de inmediato pedí al camarero otra cerveza porque aquella conversación furtiva resolvió en un instante mi aburrimiento en la barra, mientras esperaba. Giré disimuladamente la cabeza y pude ver a las dos protagonistas de la discusión, dos mujeres de poco más de 40 años. Hablaban de un artículo aparecido unos días antes en otro periódico en el que se hacía una defensa encendida por un cambio en el lenguaje: pedía que a las niñas, a partir de ahora, se les enseñe a llamar vulva a su órgano sexual, en vez de utilizar los eufemismos históricos que van, desplegados en una amplísima gama, desde la huchita hasta el potorro, pasando por el chochete.

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