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Crimen de Almonte: 151 puñaladas en busca de autor
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Javier Caraballo

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Crimen de Almonte: 151 puñaladas en busca de autor

Hoy comienza el juicio del crimen de Almonte y todas las preguntas están por responder

Foto: La madre de la menor cuyo cadáver fue encontrado junto al de su padre en Almonte, tras el funeral. (EFE)
La madre de la menor cuyo cadáver fue encontrado junto al de su padre en Almonte, tras el funeral. (EFE)

A las 10 de la noche y tres minutos del 27 de abril de 2013, Dayse Maribel Gadvay Moreano le puso a su amigo un wasap: “Qué miedo, niño. Están peleando al lado de mi casa. Una niña está gritando”. Al otro lado del pueblo, unos caballistas pasaban junto a una iglesia con las puertas abiertas y pudieron oír la Salve rociera que se cantaba dentro. Es viernes y en Almonte ya se vive un fin de semana que hierve con la primavera y que desembocará, llegado el mes de mayo, en la aldea de El Rocío. Fredy Vinicio, un hermano de Dayse Maribel, contará luego a la Guardia Civil que él pudo oír algo más que los gritos: pudo distinguir cómo un hombre de acento almonteño le gritaba a otro: “¡Hijo de puta, qué haces aquí, me tienes harto!”. Pasaban las 10 de la noche y, según la autopsia, a esa hora asesinaron brutalmente a Miguel Ángel y a su hija María, de ocho años. Los cuerpos no los encontrarían hasta dos días después, cosidos a puñaladas, tras un reguero de sangre que recorría todos los pasillos de la casa.

Fueron, exactamente, 151 puñaladas. Según el auto de la Audiencia Provincial de Huelva, al padre, Miguel Ángel Domínguez Espinosa, lo sorprendió el asesino cuando estaba en la ducha. Con un cuchillo de 1,7 centímetros de anchura y entre 15 y 20 centímetros de longitud, le asestó 47 heridas, 15 de ellas inciso penetrantes, varias de ellas llegaron al corazón, y 16 cortes de diversa consideración. La pequeña, María Domínguez Olmedo, estaba en la habitación cuando oyó el espanto. Intentó huir, llegó hasta la cocina, cogió un cuchillo, pero el asesino se abalanzó sobre ella y le produjo 104 heridas. Según el auto, la niña corrió a refugiarse a su habitación y el asesino la apuñaló en la cama y luego en el suelo. Cuando ya estaba muerta, la tapó con una manta. ¿Quién pudo entrar en la casa? ¿Conocía a sus víctimas, y por eso sorprendió al padre en la ducha? ¿Por qué ese ensañamiento? Hoy comienza el juicio del crimen de Almonte y todas las preguntas están por responder.

Lo que oyeron en su casa, a las 10 y tres minutos de la noche, Dayse Maribel y su hermano Fredy Vinicio, dos de los hijos de una familia ecuatoriana asentada en Almonte, sería determinante muy poco después para que la Guardia Civil pudiera señalar un nombre en las investigaciones. Catorce meses después de haberse cometido el doble asesinato, el 24 de junio de 2014, la Guardia Civil detuvo a Francisco Javier Medina Rodríguez como presunto autor del doble homicidio.

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Francisco Javier, al que todos conocían por Fran, era la pareja de Marianela, la madre de la niña asesinada, con la que mantenía relaciones desde hacía cuatro años y con la que convivía desde el 8 de abril, 19 días antes del crimen, tras separarse de su marido. En el primer punto del atestado policial que sirvió a la jueza para dictar el auto de prisión, se menciona lo que oyó, y declaró, Fredy Vinicio: “De su declaración se extrae que el presunto autor de la agresión pudiera ser un individuo que por el tono y la forma de expresarse se trata de una persona de nacionalidad española, oriundo de Almonte, y posiblemente conocido por las víctimas, como es el caso de Francisco Javier Medina”. Para la Guardia Civil, estaba claro: Fran los mató por celos.

Junto a la vaguedad del testimonio del testigo de la familia ecuatoriana, que en ningún momento identifica a persona alguna, solo menciona voces de alguien “con acento de la zona”, la defensa de Francisco Javier Medina ha conseguido sembrar dudas razonables sobre el resto de pruebas e indicios en los que se ha sustentado la acusación de doble asesinato. El ADN, por ejemplo.

En el auto de prisión que llevó a la cárcel a Fran Medina se decía que, “durante la práctica de las inspecciones técnico oculares, solamente se ha hallado un perfil de ADN distinto al de las víctimas y del de Marianela Olmedo Domínguez, concretamente el de Francisco Javier Medina Rodríguez”. Lo más llamativo de esta afirmación de la jueza es que no se corresponde con la literalidad de lo afirmado por los inspectores policiales que analizaron las huellas de ADN. Es más, se omite que en las toallas que aparecieron en el domicilio machadas de sangre, y en el propio pomo de la puerta, se encontraron muestras de ADN de un varón que no ha sido identificado. Incluso se encontró un pelo, en las toallas manchadas de sangre, que no pertenecía a las víctimas. Pero tampoco se ha identificado a nadie. En los informes periciales figura como “desconocido”. Las muestras de ADN de Fran Medina, el acusado del doble crimen, están en dos toallas limpias, que se encontraban perfectamente colgadas en el toallero. La defensa del único acusado del doble crimen de Almonte considera que se ha despreciado el hallazgo del ADN de un desconocido, que podría ser el autor de los hechos, y se ha culpado a Francisco Javier Medina cuando el ADN en esas toallas pudo haber llegado a través de Marianela, su pareja sentimental, con la que convivía, y que era la encargada de lavar las toallas y colocarlas en el cuarto de baño.

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¿Quién puede ser el misterioso ‘varón desconocido’? Esa pregunta queda en el aire, pero con toda probabilidad será una de las cuestiones fundamentales de la vista oral. Como los horarios. El auto de prisión dice que “la comisión de la agresión fue datada aproximadamente entre las 21:50 y las 22:10 horas del día 27/4/2013, habiendo sido situado Francisco Javier Medina Rodríguez anteriormente fuera de su lugar de trabajo”. Sin embargo, lo que han declarado los responsables y compañeros de trabajo del acusado es que, ese día, Fran estuvo trabajando en el turno de tarde y no finalizó su jornada hasta pasadas las 10 de la noche, cuando los encargados del supermercado en el que trabajaba abrieron las puertas para que se fueran los empleados. Incluso hay testigos que confirman haber visto entrar al acusado en su domicilio, alejado de la vivienda donde se produjo el doble asesinato, pasadas las 10 de la noche. Y cerca de la iglesia también lo vieron algunos testigos pasadas las 10 de la noche, la hora en la que se cantaba la Salve.

La defensa de Francisco Javier Medina, en manos del prestigioso bufete sevillano Baena Bocanegra y del abogado de Almonte Juan Ángel Rivera Zarandieta, recuerda en una de las apelaciones en que han solicitado la libertad, siempre denegada, un proceso judicial que conoce toda España: el caso Wanninkhof. Y dice: “El gran error del referido caso Wanninkhof se originó ante la no consideración de algunas evidencias (colilla del cigarrillo) y centrarse exclusivamente los investigadores en otras que, aún por la vía conjetural, les llevaran a fundamentar y acreditar el mal llamado ‘crimen pasional’. En el procedimiento que nos ocupa, entiende esta defensa que esta situación vuelve a producirse”. Comienza la vista oral del espantoso crimen de Almonte: 151 puñaladas buscan autor.

A las 10 de la noche y tres minutos del 27 de abril de 2013, Dayse Maribel Gadvay Moreano le puso a su amigo un wasap: “Qué miedo, niño. Están peleando al lado de mi casa. Una niña está gritando”. Al otro lado del pueblo, unos caballistas pasaban junto a una iglesia con las puertas abiertas y pudieron oír la Salve rociera que se cantaba dentro. Es viernes y en Almonte ya se vive un fin de semana que hierve con la primavera y que desembocará, llegado el mes de mayo, en la aldea de El Rocío. Fredy Vinicio, un hermano de Dayse Maribel, contará luego a la Guardia Civil que él pudo oír algo más que los gritos: pudo distinguir cómo un hombre de acento almonteño le gritaba a otro: “¡Hijo de puta, qué haces aquí, me tienes harto!”. Pasaban las 10 de la noche y, según la autopsia, a esa hora asesinaron brutalmente a Miguel Ángel y a su hija María, de ocho años. Los cuerpos no los encontrarían hasta dos días después, cosidos a puñaladas, tras un reguero de sangre que recorría todos los pasillos de la casa.

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