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Camelos catalanes: Cataluña no está cómoda
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Javier Caraballo

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Camelos catalanes: Cataluña no está cómoda

Quienes quieren independizarse pretenden, encima, cargar con la culpa al conjunto de España por no haber sabido encontrarle su sitio a Cataluña

Foto: Manifestación convocada por la ANC con motivo de la Diada del 11 de septiembre. (EFE)
Manifestación convocada por la ANC con motivo de la Diada del 11 de septiembre. (EFE)

Es muy probable que yo mismo odie esta comparación, pero algo tiene en común lo que ocurre en Cataluña con las excusas de los amantes cuando abandonan una relación. Se trata de esa justificación que parece fotocopiada en todos los manuales de ruptura: “No eres tú, soy yo, que necesito mi espacio”. En lo que se parece a la cosa catalana es en el cinismo con el que, sutilmente, se traslada al abandonado la responsabilidad de la ruptura. Si alguien se va de tu lado porque necesita espacio, porque necesita respirar, lo que se deduce subliminalmente es que eres tú el responsable de la ruptura por haberlo atosigado, por haberte convertido en un coñazo, un lastre en su vida.

Es muy probable, sin embargo, que la ruptura lo que esconda sea un desamor, que a todo el mundo le puede ocurrir, o un nuevo amor, o un simple aburrimiento donde antes había pasión. Pero al decirlo, el dejado o la dejada se queda con la sensación de que ha sido él quien ha acabado convirtiéndose en un plomazo. Cada vez que se oye que “Cataluña no está cómoda en España”, me ocurre lo mismo. Quienes quieren independizarse pretenden, encima, cargar con la culpa al conjunto de España por no haber sabido encontrarle su sitio a Cataluña.

Únicamente se puede explicar la incomodidad con respecto a la memoria distorsionada y manipulada que se ha fabricado

¿Qué diablos quiere decir eso de que Cataluña no está cómoda en España? Desde la efemérides del 11 de septiembre de 1714 hasta la actualidad, Cataluña jamás ha gozado de un mayor periodo de autogobierno, con lo que no se explica la incomodidad, sobre todo en relación a qué otro periodo. Únicamente se puede explicar la incomodidad con respecto a la memoria distorsionada y manipulada que se ha fabricado: si se piensa que Cataluña fue un país independiente al que España le arrebató la soberanía, es normal que se sintieran incómodos en este modelo actual de comunidad autónoma, pero es que eso nunca ha ocurrido.

Ayer mismo, como cada 11 de septiembre, el homenajeado central de la Diada, el militar Rafael Casanova, debió retorcerse otra vez en su tumba al ver en lo que lo han convertido. Como dejó dicho hace unos años Pilar Paloma de Casanova y Barón, descendiente directa de Casanova, su antepasado era un "patriota español". Con eso basta, no es necesario repetir otra vez que aquello fue una Guerra de Sucesión a la Corona española, no otra cosa. La cuestión es que, a juzgar por lo que dicen sus descendientes, Rafael Casanova no se sentiría incómodo en España, como afirman en su nombre quienes lo utilizan como origen del movimiento independentista de Cataluña.

Si descartamos, por tanto, la existencia de un agravio histórico, por la pérdida de una soberanía, tendremos que pensar entonces que la incomodidad de Cataluña se debe a la España actual, lo cual es también muy significativo pensando solo que venimos de una dictadura y que la Constitución española ha permitido el mayor periodo de libertades y descentralización política y administrativa en toda la historia de España, por lo menos desde la unión de reinos que propiciaron los Reyes Católicos. ¿Dónde está la incomodidad? Durante muchos años, en las tres primeras décadas de esta democracia, lo que se argüía era que el Estado de las autonomías ‘menospreciaba’ a Cataluña por el hecho de que su mismo nivel competencial lo hubieran alcanzado otras regiones, que se consideran ‘inferiores’ en sentimiento de identidad. Esto se ha dicho, y repetido, además, con el mayor desparpajo, sin reparar siquiera en el profundo desprecio que supone para los demás, aragoneses, andaluces, riojanos o castellanos.

¿En qué se ha visto dificultado o mermado el autogobierno de Cataluña por el hecho de que sus vecinos también gocen de autogobierno? Es como si Alemania dijera ahora que sus votos en el seno de la Unión Europea deben valer más que los del resto de países por su riqueza y por su historia. Evidentemente, nadie lo entendería, y mucho menos lo aceptaría. Cataluña en lo único que debería fijarse es en que, gracias a este maltrecho sistema de autonomías, ha conseguido un autogobierno con plenas competencias para organizar desde el sistema educativo hasta los cuerpos de seguridad propios. Nunca el catalán, como lengua, ha estado más protegido y fomentado, al punto de que si se atienden las sentencias, siempre desoídas, del Tribunal Constitucional, la única que sufre agresiones en la actualidad es la lengua española.

¿En qué se ha visto dificultado o mermado el autogobierno de Cataluña por el hecho de que sus vecinos también gocen de autogobierno?

La última excusa que queda para justificar la 'incomodidad' es la más reciente: la corrección parcial del Estatuto de Autonomía aprobado en la etapa de Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. También esta afirmación se realiza con la mayor naturalidad, también sin tener en cuenta siquiera que se está culpando al Tribunal Constitucional de hacer cumplir la Constitución. El fallo fundamental con ese Estatuto, sin embargo, no fue la corrección por parte del Tribunal Constitucional sino la aprobación misma del texto. Quiere decirse que lo que no debió ocurrir en España fue lo de lanzar a las autonomías, por intereses políticos, a una carrera de reformas de estatutos que jamás hubieran prosperado si se hubiera exigido, como al principio de la democracia, un respaldo sólido de los ciudadanos.

Pero no ocurrió así, con lo que se creó una nueva ficción, que todavía la defienden hoy incluso los que no son independentistas: que los catalanes se sintieron agraviados, incómodos, por culpa del Tribunal Constitucional. Sencillamente no puede ser cierto, porque ese Estatuto solo lo votó el 34% del censo de votantes de Cataluña. Vamos a repetirlo: solo el 34% de un censo de 5.309.767 votantes. El resto de los catalanes, o no fue a votar o votó en contra, con lo que difícilmente puede sostenerse que “el pueblo catalán, que votó mayoritariamente el Estatut, comprobó después cómo el Tribunal Constitucional lo mutilaba”. ¿Qué pueblo?

El independentismo ha crecido exponencialmente en Cataluña como una reacción egoísta ante la crisis económica y los recortes. No hay más

No, no, verán, más bien lo que ocurrió es que las reformas de estatutos de la primera década de 2000 solo supusieron una de las recurrentes estrategias políticas con las que algunos dirigentes emprenden continuas huidas hacia delante. El palo con la zanahoria delante. Fue lo que pasó en Cataluña, con los fatales resultados que estamos padeciendo, y lo que sucedió también en otras comunidades autónomas, como la andaluza, donde se desperdició casi una década con esa bagatela que interesaba casi exclusivamente a la clase política, pero no al común de los ciudadanos, preocupado por sus problemas de cada día.

Nadie con dos dedos de frente puede negar que todo modelo, como el actual Estado de las autonomías, puede mejorarse y que, metidos en ese debate, incluso se puede avanzar hacia una mayor descentralización. Esencialmente, en la autogestión financiera, que conllevaría una mayor responsabilidad de los gobiernos autonómicos, y en todos aquellos campos que no pongan en peligro la solidaridad y la lealtad entre todos los pueblos de España. Se puede avanzar y mejorar, por supuesto, pero no es eso lo que está ocurriendo. El independentismo ha crecido exponencialmente en Cataluña como una reacción egoísta ante la crisis económica y los recortes. No hay más. Solo en plena crisis se comienza a ver España como un lastre. ¿Está incómoda Cataluña? Lo dicen, sí, pero es un camelo. Y nuestra obligación es no perecer ante las avalanchas programadas, porque es la defensa de los derechos y libertades de cada uno de nosotros lo que forma, como ladrillos, el muro de contención de una democracia.

Es muy probable que yo mismo odie esta comparación, pero algo tiene en común lo que ocurre en Cataluña con las excusas de los amantes cuando abandonan una relación. Se trata de esa justificación que parece fotocopiada en todos los manuales de ruptura: “No eres tú, soy yo, que necesito mi espacio”. En lo que se parece a la cosa catalana es en el cinismo con el que, sutilmente, se traslada al abandonado la responsabilidad de la ruptura. Si alguien se va de tu lado porque necesita espacio, porque necesita respirar, lo que se deduce subliminalmente es que eres tú el responsable de la ruptura por haberlo atosigado, por haberte convertido en un coñazo, un lastre en su vida.