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Javier Caraballo

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Saturación de Cataluña

De la preocupación se ha pasado a la saturación, de modo que esa inercia de Cataluña a todas horas, en todas partes, ya comienza a molestar

Foto: Fotografía de archivo de una manifestación en favor de la unidad de España en Barcelona. (EFE)
Fotografía de archivo de una manifestación en favor de la unidad de España en Barcelona. (EFE)

Lo sé bien porque has cerrado la pestaña de la noticia que leías en el ordenador y luego, casi al instante, has cambiado el dial de la radio porque hablaban de lo mismo. Lo sé porque ya nadie hace la pregunta repetida mil veces, y luego mil veces más, de “qué va a pasar en Cataluña”; podrían haber hecho bufandas en octubre con esas seis palabras y se hubieran agotado en todas las tiendas de España, como aquella leyenda del “Por qué no te callas” de don Juan Carlos a Hugo Chávez que también acabó en las estanterías de los chinos y en los tenderetes de la Plaza Mayor. Lo sé bien porque, al mirarte, has entendido mi curiosidad y lo has soltado de golpe: “He decidido desconectarme de Cataluña. Estoy saturada”.

Es muy posible que el momento de España sea ese, sobre todo ahora que hemos comenzado un nuevo año tras el respiro mínimo de la Navidad, que nos ha dado para hablar de otras cosas, la familia, el fútbol y la tiesura que no se va. De la preocupación se ha pasado a la saturación, de modo que esa inercia de Cataluña a todas horas, en todas partes, ya comienza a molestar; surge un rechazo interior, instintivo, compulsivo, que es muy fácil de adivinar porque, como tú, hay mucha gente en toda España que se ha empachado ya de tanto tragar con el suflé catalán. ¿El suflé? Ya bajará.

Surge un rechazo instintivo que es fácil de adivinar porque hay mucha gente en toda España que se ha empachado ya de tanto tragar con el suflé catalán

Digo que “mucha gente en España” tiene la misma sensación, el mismo hartazgo, pero lo acertado sería decir que se trata de la inmensa mayoría. Fíjate en la última encuesta del CIS, que en el torbellino de noticias de estos últimos días ha pasado casi inadvertida: “La preocupación por la independencia de Cataluña se hunde tras la aplicación del 155”. Ese era el titular de la noticia en El Confidencial y, si lo analizamos, comprobaremos que dice mucho más de la sociología española que lo que aportan los meros datos de la encuesta.

El sondeo del CIS lo que describía a mitad de diciembre, incluso antes de que se celebrasen las elecciones en Cataluña, es una curva descendente vertiginosa: La máxima preocupación se alcanzó en octubre, cuando todo se desbordó y obligó a la intervención histórica de Felipe VI, y en dos meses, la preocupación ha pasado del 29% a casi la mitad.

Aún habrá de bajar mucho más porque antes de la revuelta de octubre no llegaba ni al 3% el número de españoles que se mostraban preocupados por la independencia. Nada de eso quiere decir, obviamente, que los españoles piensen que ya se ha resuelto el problema catalán y, mucho menos, que confíen ciegamente en la clase política, porque cada vez los primeros lugares de la lista de las preocupaciones lo siguen ocupando el paro, la corrupción, los partidos políticos y la situación económica, que es como repetir dos veces la misma preocupación.

La razón de por qué ha bajado la preocupación por el 'procés' está en la constatación de algo superior: el funcionamiento del Estado de derecho

La explicación de por qué ha bajado la preocupación por la independencia de Cataluña no está, por tanto, en una mayor confianza en la situación política española, y mucho menos la catalana, sino en la constatación de algo superior, más importante y sólido: el funcionamiento del Estado de derecho. La incertidumbre de octubre, y el aumento de la preocupación entre los españoles, se correspondía con los momentos en que el conflicto de Cataluña parecía un caos desbocado, una amenaza incontenible, un chantaje que era capaz de romper España, y luego Europa, sin que nadie supiera atajarlo.

La incertidumbre es el abismo de una democracia, y fue eso lo que nos llenó de angustia a todos. Todo cambió el día en que los tribunales comenzaron a encerrar en prisión preventiva a los cabecillas de la rebelión y, de forma paralela, se aplicó el artículo 155 de la Constitución, que conllevaba la intervención de la autonomía de Cataluña y la destitución del Gobierno de la Generalitat. Cuando los españoles comprobaron que el Estado de derecho funciona, dejaron de preocuparse de la independencia de Cataluña como una amenaza inminente. No se ha resuelto el problema, pero ya no es una angustia que se anude en el estómago.

El español se puede pasar la vida hablando mal de España, pero salta como un resorte en su defensa en cuanto se considera atacado o humillado

Existe, además, otra razón para entender la saturación que ha comenzado a extenderse por toda España sobre el conflicto de Cataluña, además del evidente cansancio mental que se produce con la reiteración de noticias y la elevación a la primera plana de nombres y hechos perfectamente irrelevantes. La segunda razón es el carácter de los españoles. Hace unos días, cuando repasaba algunos textos de Manuel Chaves Nogales (sublimado por Carlos Alsina en unos magníficos relatos de radio), reparé en una crónica que escribió en 1938, ya exiliado en Londres por la Guerra Civil española. No es que Chaves Nogales acertara lo más mínimo en su pronóstico sobre el desenlace final de la Guerra Civil, pero sí son intachables sus aportaciones sobre la sociología del pueblo español. “El error de las grandes democracias —decía Chaves Nogales— es creer que el nacionalismo español tiene algo que ver con el francés o el inglés. El nacionalismo español no es un defensor de su país, sino un cruzado”.

Y es así, un sentimiento desapegado y persistente. El patriotismo español es más de reacción que de defensa. El español está poseído por un sentimiento negativo de identidad, de forma que se puede pasar la vida hablando mal de España, pero salta como un resorte en su defensa en cuanto se considera atacado o humillado. A lo largo de la historia hay innumerables ejemplos de una reacción parecida y la última bien podría ser esta de Cataluña, cuando los españoles, empezando por más de dos millones de catalanes, se han sentido agredidos, atacados, y han salido a los balcones a colgar más banderas que nunca, ni cuando el Mundial de fútbol que ganamos en Sudáfrica. Luego, cuando ese mismo español ha comprobado que el Estado de derecho funciona y que la Constitución le pone límites al desvarío independentista, se ha vuelto a sus cosas, a sus preocupaciones de siempre. Y cuando ahora le hablan de Cataluña, repite eso que me has dicho: “Me estoy desconectando…”.

Lo sé bien porque has cerrado la pestaña de la noticia que leías en el ordenador y luego, casi al instante, has cambiado el dial de la radio porque hablaban de lo mismo. Lo sé porque ya nadie hace la pregunta repetida mil veces, y luego mil veces más, de “qué va a pasar en Cataluña”; podrían haber hecho bufandas en octubre con esas seis palabras y se hubieran agotado en todas las tiendas de España, como aquella leyenda del “Por qué no te callas” de don Juan Carlos a Hugo Chávez que también acabó en las estanterías de los chinos y en los tenderetes de la Plaza Mayor. Lo sé bien porque, al mirarte, has entendido mi curiosidad y lo has soltado de golpe: “He decidido desconectarme de Cataluña. Estoy saturada”.