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Puigdemont, el loco final de un loco
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Javier Caraballo

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Puigdemont, el loco final de un loco

En un país democrático, incluido en una potente organización como la Unión Europea, nadie puede echarle un pulso al Estado y salir triunfante

Foto: Una mujer con una careta de Carles Puigdemont, ante el Palau de la Generalitat este martes. (EFE)
Una mujer con una careta de Carles Puigdemont, ante el Palau de la Generalitat este martes. (EFE)

Estratega, inteligente, habilidoso, gran comunicador. Populista, habilidoso, tozudo y persistente. Desde que comenzó el odioso proceso independentista, a Carles Puigdemont se le ha adornado con toda clase de calificativos elogiosos, acaso por el impacto que produce cada uno de sus movimientos. Pero esas no pueden ser las características que definan a una persona como Puigdemont, más cerca de alguna grave patología política que de la excelencia de los grandes líderes. Un loco con una lata de gasolina puede aparecer en los titulares de portada de medio mundo, pero esa acción no lo convierte en un ser digno de admiración.

En un país democrático, incluido en una potente organización como la Unión Europea, nadie puede echarle un pulso al Estado y salir triunfante porque eso significaría la ruina de ese país y del entorno al que pertenece. Hacerlo, por tanto, era una aventura política suicida, autodestructiva, que solo se le podría ocurrir a una persona que, desde luego, no pasará a la historia como un habilidoso e inteligente estratega, mucho menos como un héroe. Por eso tiene tan claro Puigdemont que los días que le queden de vida tendrá que dedicarlos a intentar restituir su imagen, como le confesó a su compañero de fuga Toni Comín en los famosos mensajes que se han conocido, el loco final de una locura; el loco final de un loco.

Foto: El 'expresident' Carles Puigdemont. (Reuters)

Lo de que Carles Puigdemont es un loco, antes que cualquiera de las otras virtudes con las que se le ha pretendido adornar, pretende ser descriptivo, antes que ofensivo. Lo suyo, de hecho, es un comportamiento estudiado y catalogado. Carl Gustav Jung fue un reputado psicólogo y psiquiatra suizo, contemporáneo de Sigmund Freud, que dedicó su vida a analizar los comportamientos personales y colectivos de las personas. Cuando algunos politólogos de la actualidad han analizado su obra, han encontrado en la 'personalidad maná' la explicación de algunos comportamientos políticos extendidos, los políticos populistas y mesiánicos que, en un momento determinado, se creen llamados por el destino para inscribir su nombre en la historia y conducir a un pueblo hacia la salvación. “La ‘personalidad maná’ nos describe cómo el inconsciente colectivo puede arrastrar a un hombre al desequilibrio, exigiéndole cumplir expectativas mesiánicas”.


Cuando tengamos suficiente perspectiva de esta terrible convulsión, el ataque más grave a la democracia española desde la muerte de Franco, como lo ha calificado con acierto el rey Felipe VI en la recepción a los embajadores extranjeros acreditados en España, se tendrá que aclarar cómo se llegó en Cataluña a este estado generalizado de irrealidad, pero de momento lo que parece claro es que Puigdemont es un ejemplo claro de esa ‘personalidad maná’. Esta misma semana, cuando Esquerra le dio la espalda y lo dejó tirado, sin pleno de investidura, seguía proclamándose como presidente legítimo de Cataluña, presidente en el exilio, pero ya su propia gestualidad lo delataba. Fue en ese vídeo en el que aparecía desnortado, despeinado, absorto, noqueado. Un frío fondo gris, como un croma, para que nadie pudiera identificar su localización, y un gesto desencajado. Puigdemont se retrató en ese vídeo como fugitivo justo en el día en que la revista 'Time' lo ha incluido en la lista de los fugitivos más famosos del mundo.

La cuestión, de todas formas, ahora que se acerca el final, el triste final de Carles Puigdemont, como él mismo intuye, es preguntarse cómo se restaura el enorme daño producido en la sociedad catalana y cómo se encauza de nuevo el independentismo en el marco constitucional. Porque no se trata de exigir la renuncia a la ideología de nadie, sino del reconocimiento básico en cualquier democracia de que los ideales solo pueden defenderse de acuerdo a la legalidad. Hasta ahora, los líderes independentistas solo han admitido la renuncia a una imposición unilateral de la república catalana ante los jueces, pero nunca en una declaración pública. Todo lo contrario, el propio portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso, Joan Tardà, sigue hablando de la independencia de Cataluña como “un proceso que no tiene retorno”, en el que ahora, lo urgente, es volver a ocupar las instituciones catalanas para “empezar a hacer el camino y alcanzar la independencia 'de facto”.

La ‘personalidad maná’ nos describe cómo el inconsciente colectivo puede arrastrar a un hombre al desequilibrio, exigiendo expectativas mesiánicas

Antes o después, el independentismo catalán tiene que retornar al autogobierno, no como estratagema para volver a las andadas, sino como única fórmula de normalidad democrática posible en Cataluña. El ‘principio de realidad’ que ha acabado con las fantasías del proceso independentista, como expuso aquí con brillantez el filósofo y jurista Javier Gomá, tiene que devolver a la clase política catalana, y también a la sociedad catalana que ha abrazado el independentismo, al autogobierno de Cataluña dentro del Estado autonómico, con el acatamiento expreso de la Constitución española. No puede ser de otra forma.

“La sociedad catalana tiene que experimentar ese proceso, pasar del principio de placer freudiano al principio de realidad. Si los catalanes han tenido expectativas supernumerarias, cae de su lado educarlas y reconducirlas y no de parte de los demás compensarles por su falta de cálculo”, como dijo Gomá. En sus mensajes privados, Puigdemont ya se ha tropezado con ese ‘principio de realidad’, doblemente cruel para su delirio de presidente en el exilio porque no solo comprueba que el ‘procés’ ha muerto, sino que los suyos lo han traicionado. Corresponde ahora a los dirigentes independentistas que aspiren a gobernar Cataluña un reconocimiento claro y explícito de renuncia a la rebelión y reconducir hacia la cordura democrática a los cientos de miles de catalanes a los que han conducido hasta el precipicio. Lo contrario será generar un bucle de frustraciones porque, como se decía antes, nadie puede echarle un pulso a un Estado de derecho y ganarlo, porque la consecuencia inmediata es el caos. “Aquello a lo que te resistes, persiste”. Se trata de comprender eso. También lo dijo el psicólogo suizo que acuñó la 'personalidad maná'.

Estratega, inteligente, habilidoso, gran comunicador. Populista, habilidoso, tozudo y persistente. Desde que comenzó el odioso proceso independentista, a Carles Puigdemont se le ha adornado con toda clase de calificativos elogiosos, acaso por el impacto que produce cada uno de sus movimientos. Pero esas no pueden ser las características que definan a una persona como Puigdemont, más cerca de alguna grave patología política que de la excelencia de los grandes líderes. Un loco con una lata de gasolina puede aparecer en los titulares de portada de medio mundo, pero esa acción no lo convierte en un ser digno de admiración.

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