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Jódete, Teruel
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Javier Caraballo

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Jódete, Teruel

¿Es demagógico pensar, como le habrá ocurrido a tanta gente, que en España solo progresa quien se convierte en un problema?

Foto: Teruel. (EFE)
Teruel. (EFE)

Cuarenta años llevan los de Teruel reclamando dinero para las infraestructuras más elementales y lo único que han conseguido cambiar ha sido el lema de las protestas; empezaron con ‘Salvar Teruel’, siguieron dos decenios después con ‘Teruel existe’ y ahora, cuando ya van camino de medio siglo, han vuelto a cambiar la pancarta, ‘Salvemos Teruel’. Tres lemas distintos que no han variado la respuesta, el olvido, porque no han logrado casi nada de lo que vienen exigiendo. “Aragón se muere por el sur”, decían. Siempre el sur…

Hasta los curas se han sumado este año a la protesta, también con eslogan propio, ‘Suena Teruel’, con las campanas de toda la diócesis tocando ‘a rebato’ para que la gente se fuera a las manifestaciones, que es como rezar golpeando cacerolas con los rosarios. Han hecho bien los curas, porque no existe una imagen más cruel del declive de un pueblo que la contemplación de los feligreses, cada vez menos, cada vez más envejecidos, por el empedrado de las calles, un domingo cualquiera, camino de esos templos cargados de dignidad y de historia, tristes de piedra y de abandono.

La cuestión, en fin, una vez pasada la nueva manifestación y antes de que de nuevo sea olvidada, es que nos preguntemos qué hay que hacer en España para que a alguien le echen cuenta. ¿Es demagógico pensar, como le habrá ocurrido a tanta gente, que en España solo progresa quien se convierte en un problema? Con Tarragona a poco más de 300 kilómetros de distancia de Teruel, la duda es inevitable: ¿sería lo mismo si, en vez de reclamarse legales y leales, las protestas de Teruel fomentaran el odio y la desafección desde hace 40 años? ¿Decir eso es demagógico?

Desde que el hombre es hombre, existe un agravio asumido que consiste en premiar al más conflictivo, al más desagradecido

No solo no es demagógico sino que ese problema lo arrastran las sociedades desde la antigüedad. Desde que el hombre es hombre, existe un agravio asumido que consiste en premiar al más conflictivo, al más desagradecido. Como si la lealtad tuviera menos premio que la defección. Es la parábola misma del hijo pródigo de la Biblia, como ya se ha contado aquí alguna vez: cuando el hijo díscolo regresa a la casa del padre, después de haberse pulido la herencia en tabernas y prostíbulos, le organizan una fiesta de bienvenida por todo lo alto, la fiesta que jamás le habían dado al hijo que se quedó con la familia, trabajando de sol a sol.

Ese mismo problema se ha vivido en España, desde hace siglo y medio, con la desafección de los nacionalismos vasco y catalán y, por esa misma lógica del hijo pródigo, las mayores inversiones han ido a parar a esos territorios. Por esa misma razón, en Cataluña y en el País Vasco siempre se ha exigido que se establecieran muy claramente las diferencias entre unas autonomías de primer nivel y otras, el resto, de segundo nivel de competencias. Por esa misma razón, nunca se ha impulsado una reforma de la Ley Electoral, que concede un ‘plus de representación’ a los nacionalismos, de manera que siempre han podido cambiar sus votos decisivos en el Congreso por mayores inversiones en Cataluña y en Euskadi.

Cataluña es la única autonomía con todas sus capitales comunicadas por alta velocidad, mientras que Teruel sigue con su ‘tren tamagochi’

Con esa ‘anomalía democrática’ hemos convivido durante todos estos años, de forma que si ahora, al cabo de cuatro decenios, Cataluña es la única autonomía con todas sus capitales comunicadas por alta velocidad, mientras que Teruel sigue con su ‘tren tamagochi’, que no sube de los 70 kilómetros por hora, alguna relación debe tener con un modelo de financiación que beneficia a unos territorios y mantiene a otros en un estado de eterna espera. Teruel es un ejemplo, pero hay muchos más, repartidos por toda España, de proyectos de mejora en infraestructuras que nunca han llegado y que eran fundamentales para el progreso económico y social. Existe una España silenciada a la que muy pocas veces se mira.

En la prensa local, al hacer estos días un recuento de los 40 años de protestas, se ofrecían algunos párrafos desoladores, casi humillantes para los manifestantes de Teruel cuando se miren a sí mismos y se den cuenta de que, por mucho que griten, nadie les va a prestar la más mínima atención; todo lo más, promesas que se olvidan. “Las reivindicaciones se han ido repitiendo. En 2004, por ejemplo, se pedía que el AVE Madrid-Valencia pasara por Teruel y que el tren desde Zaragoza llegase a Sagunto. No ocurrió. Se pedía la autovía desde Teruel a Cuenca, y tampoco”, se leía en uno de esos reportajes del 'Heraldo de Aragón'.

La lista de promesas incumplidas, sector a sector, es como el negativo negruzco de un discurso florido de los mítines electorales: hospitales sin construir, programas de reconversión sin ejecutar en la agricultura o en la minería, planes de inversión para los núcleos rurales abandonados. Desde luego que el Gobierno autonómico de Aragón, el actual y los anteriores, no puede sacudirse la responsabilidad de lo ocurrido, pero el origen del problema fundamental está en el modelo autonómico y la financiación distribuida desde el Estado.

La próxima vez, que se atrevan con un lenguaje más agresivo y escriban en la pancarta 'Jódete, Teruel'

El obispo de Teruel y Albarracín, Antonio Gómez Cantero, distribuyó una carta en la diócesis con aires de protesta sindical, de ‘basta ya’ eclesiástico. “Somos pocos, es verdad, pero tenemos la misma dignidad humana que el resto y creemos en la distribución de riquezas y creemos en nuestros potenciales, y sabemos que habitamos una tierra dura, con climatologías extremas, pero nuestra historia nos avala, y la cantidad de personas que han luchado por esta tierra y este pueblo. No queremos quedar tan solo como una zona cinegética para que vengan los hijos de los presidentes de EEUU. Quizá la próxima manifestación sería ante las instituciones soplando pompas de jabón para que vieran cómo nos sentimos, como niños engañados con pequeños dulces que al final nos dejan un sabor amargo en la boca”. Pompas de jabón…

Ya puestos, la próxima vez, que se atrevan con un lenguaje más agresivo, métodos elementales de publicidad inversa, y que escriban en la pancarta ‘Jódete, Teruel’, que aunque no consigan nada, por lo menos se irán a su casa después de la protesta con la ilusión de que, esta vez, nadie los va a engañar. Como decía Forges en sus viñetas, “estado civil, jodido”.

Cuarenta años llevan los de Teruel reclamando dinero para las infraestructuras más elementales y lo único que han conseguido cambiar ha sido el lema de las protestas; empezaron con ‘Salvar Teruel’, siguieron dos decenios después con ‘Teruel existe’ y ahora, cuando ya van camino de medio siglo, han vuelto a cambiar la pancarta, ‘Salvemos Teruel’. Tres lemas distintos que no han variado la respuesta, el olvido, porque no han logrado casi nada de lo que vienen exigiendo. “Aragón se muere por el sur”, decían. Siempre el sur…

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