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Carta al travesti apaleado
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Javier Caraballo

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Carta al travesti apaleado

No sé si a ti te sucede también pero en muchas ocasiones uno se sorprende del poco interés que se le presta a algunas noticias que deberían hacernos reflexionar a todos

Foto: Fotograma de la serie Transparent, en la que aparece el actor Jeffrey Tambor. (Amazon)
Fotograma de la serie Transparent, en la que aparece el actor Jeffrey Tambor. (Amazon)

Ni siquiera sé cómo llamarte porque las noticias no ofrecen ni las iniciales de tu nombre. El escueto párrafo del principio de la información es el que me sobrecogió al oírlo en la radio: “Un menor de edad se ha entregado en las dependencias de la Policía Nacional de Valladolid y ha confesado ser el autor de la paliza a un hombre de 55 años, vestido de mujer, que tuvo que ser ingresado en el hospital en estado grave”.

No sé si a ti te sucede también pero en muchas ocasiones uno se sorprende del poco interés que se le presta a algunas noticias que deberían hacernos reflexionar a todos, detenernos un momento a pensarlas, en vez de que pasen rápidas, ignoradas en su propio contexto. Pueden parecer pequeñas, o insignificantes, pero esconden mucho más de lo que muestran, una realidad que se mantiene oculta, la vida desgraciada de una familia, la amargura de una madre, de un padre, el abismo al que se asoma un adolescente.

Oímos una de esas informaciones intrascendentes y lo que nunca pensamos es que hay muchos, cientos o miles, que se sienten iguales, que temen lo mismo, que piensan igual, que aquellos que aparecen en la noticia pasajera. Un hombre, vestido de mujer, que se queda tendido en la acera, semidesnudo, brutalmente agredido por un menor. Al oírlo te he imaginado en la cama del hospital, con un cerco negro de ojeras de maquillaje y golpes, el carmín de los labios extendido, símbolo extremo de una frustración, de un dolor.

Ni siquiera sé como llamarte, es verdad. Porque no hay más detalles de tu identidad ni de la de tu agresor, a excepción de que se trata de un menor que cuando fue a entregarse a la Policía iba acompañado de su madre. Sí, acompañado de su madre. Bueno, también se dice que él solo tiene 15 años y que tú has cumplido ya los 55 años. Todo lo demás es confuso. La propia hora del suceso, las seis y media de la mañana del domingo, y el lugar en el que se produce todo, los alrededores de unos grandes almacenes, ya van configurando en la mente, de forma inevitable, un lugar de citas sexuales, como existen tantos en tantas ciudades, para encuentros prohibidos, y más que prohibidos, avergonzados. Sí, ya sabes a lo que me refiero, los lugares de citas de hombres mayores con jóvenes que se prostituyen.

Foto: La Gran Vía madrileña, en 2010, durante el desfile del Orgullo Gay que reivindicó los derechos de los transexuales. (EFE)


La Policía, de hecho, no ha querido precisar nada en el escueto comunicado que ha hecho público, salvo que se investigará si la agresión ha tenido que ver con un delito de odio por la identidad sexual de la víctima. Podría ser cualquier cosa, pero créeme que esa posibilidad es la que más nos puede trastornar, que un chaval de 15 años se acerque a un travesti, en una zona de chaperos, y acabe propinándole una paliza y robándole el bolso, para dejarlo en el suelo humillado y roto. ¿Puede odiar un joven de quince años a un hombre porque sea travesti? ¿En la España de hoy? Esa es la duda que más me inquieta, porque siempre tendemos a pensar que esas mentalidades ya no existen en España, que ya ha pasado.

Por la edad que tienes, 55 años, seguro que llegaste a conocer a un pintor de Cantillana, en la provincia de Sevilla, que se llamaba José Pérez Ocaña y se hizo famoso en los últimos años del franquismo y en los primeros de la Transición. En los años 60 y 70 la vida de un mariquita de pueblo, como era el caso de Ocaña, de un pueblo agrícola de paredes encaladas y mujeres de luto, era una burla continua, represión y mofa día tras día, rumores y risas por donde pasaban o insultos groseros desde un andamio.

“Soy exhibicionista porque he estado mucho tiempo marginado”, decía Ocaña cuando le preguntaban en las entrevistas por su forma de ser


Casi todos aquellos mariquitas de pueblo acaban siendo pintores de brocha gorda, no sé muy bien por qué, como si fuera el oficio que les tenían asignado, pero Ocaña siempre quiso llegar más allá y de Cantillana se fue a las Ramblas y del cubo con cal pasó a la paleta de pinturas. En aquellos años, cuando Barcelona era un referente en toda España de progreso, de vanguardia, nuestra gran ciudad cosmopolita, Ocaña se sacudió los complejos y revolucionó la vida cultural barcelonesa. “Soy exhibicionista porque he estado mucho tiempo marginado”, decía Ocaña cuando le preguntaban en las entrevistas por su forma de ser, provocador, transgresor, directo. Tenía razón; cuando se murió el dictador, también fue necesario que algunos cogieran banderas sociales que no estaban en los mítines, ni en los decretos. Como esa del respeto a los homosexuales o a los travestis.

Foto: David aún está en tratamiento por el maltrato de su marido. (M.Z.)

En un país como España que sale de 40 años de dictadura es más fácil recuperar la normalidad institucional que la normalidad de las calles. La gente como Ocaña, que tanta humillación y desprecio tuvo que soportar en el franquismo, que tanto se escondieron, no estaba dispuesta a seguir engañándose ni mintiendo para disimular. Si aquellos hombres querían salir a la calle vestidos de mujer, no iban a esperar a que ninguna ley hablara por ellos. Esa fue la valentía impresionante de Ocaña que, como sabes, tuvo una muerte trágica y poética, quizá para que la historia nunca lo olvidara. Un año, de regreso a su pueblo para asistir a las fiestas, se disfrazó de sol y una de las bengalas prendió en el vestido. Los tules y el celofán se incendiaron rápidamente y Ocaña falleció al poco tiempo. “Murió vestida de sol”, como le cantó luego Carlos Cano.

Un domingo cualquiera de agosto de 2018, tantos años después de aquella España negra de burla y represión, los boletines de la radio ofrecen cinco líneas de un suceso sobrecogedor: un menor de 15 años apalea a un travesti, medio desnudo, y le roba el bolso. Ya nos dirá la Policía, cuando finalicen las investigaciones, qué ocurrió en realidad en la explanada de esos grandes almacenes. Pero si te he escrito esta carta, a pesar de que ni siquiera sé las iniciales de tu nombre, es porque me inquieta pensar que existe una realidad que se esconde, que apenas logramos verla porque creemos que se trata de conciencias, prejuicios y complejos del pasado. También de odios superados.

“¿Sabéis ese señor al que toda la vida habéis llamado padre? Pues bien, era una mentira: soy una señora y me llamo Maura”


Por muchos avances que se hayan logrado desde el franquismo, en cualquier rincón de España, todavía este año que vivimos, puede haber un hombre que, como el de la serie ‘Transparent’, está esperando que llegue el día en el que reúna las fuerzas suficientes para presentarse delante de toda su familia vestido de mujer. “¿Sabéis ese señor al que toda la vida habéis llamado padre? Pues bien, era una mentira: soy una señora y me llamo Maura”.

Ni siquiera sé cómo llamarte porque las noticias no ofrecen ni las iniciales de tu nombre. El escueto párrafo del principio de la información es el que me sobrecogió al oírlo en la radio: “Un menor de edad se ha entregado en las dependencias de la Policía Nacional de Valladolid y ha confesado ser el autor de la paliza a un hombre de 55 años, vestido de mujer, que tuvo que ser ingresado en el hospital en estado grave”.

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