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Fueron a la cárcel y no ocurrió nada
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Javier Caraballo

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Fueron a la cárcel y no ocurrió nada

Los Jordis van a cumplir este 16 de octubre un año en prisión y lo fundamental de la efemérides no es el hecho en sí sino lo que supuso, el de punto de inflexión de aquel conflicto enorme

Foto: Centenares de personas reclaman libertad para los "presos políticos" en Barcelona. (EFE)
Centenares de personas reclaman libertad para los "presos políticos" en Barcelona. (EFE)

Fueron a la cárcel y no ocurrió nada, ahí comenzó a cambiar todo. De hecho, el aniversario más relevante que se cumple en octubre sobre la rebelión de los independentistas no es el del ‘referéndum trampa’ del 1-O, sino el de este 16 de octubre, el día que entraron en prisión los dos primeros independentistas, los Jordis, Jordi Sànchez, que era el presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), y Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural.

Los dos van a cumplir este 16 de octubre un año en prisión y lo fundamental de la efemérides no es el hecho en sí sino lo que supuso, el de punto de inflexión de aquel conflicto enorme; el momento en que la inmensa mayoría de los ciudadanos pasó de la preocupación a la confianza en España como una realidad sólida, estable, consolidada, que no se iba a venir abajo por mucho que la intentasen derribar un grupo de radicales independentistas y por mucho que ese grupo de radicales independentistas encontrase en la calle el aliento y el apoyo de varios cientos de miles de personas.

El personal estaba acojonado a principios de octubre, cuando los independentistas burlaron al Estado y lograron simular un referéndum en el que los curas repartieron hostias y papeletas en la misa de 12. El ridículo que hizo el Gobierno de la nación fue tan sonrojante —algún día nos enteraremos de quién fue la culpa, si de Rajoy, como presidente; de Sáenz de Santamaría, como responsable de los servicios secretos, o de Zoido, como ministro del Interior— que cuando le reventó aquel descontrol es cuando los ciudadanos comenzaron a temer de verdad por su presente y por su futuro.

El ridículo que hizo el Gobierno fue tan sonrojante que cuando le reventó aquel descontrol es cuando los ciudadanos comenzaron a temer por su futuro

¿Cuántos de nosotros no pensamos lo mismo cuando vimos la manipulación nacional e internacional de las intervenciones policiales durante la jornada del ‘referéndum trampa’? ¿Cuántos de nosotros no pensamos que se acercaba una tragedia cuando vimos a cientos o miles de personas rodeando el hotel en el que se quedaban unos policías o unos guardias civiles, como si estuvieran tramando un linchamiento público?

La sensación de caos, de inseguridad, caló en toda España, la hizo temblar. Por fortuna, duró poco: un par de días después, el 3 de octubre, se produjo la intervención del rey Felipe, equiparable en su impacto social a la que su padre realizó en la noche del golpe de Estado de Tejero. Unos días después, el lunes 16 de octubre, la jueza Carmen Lamela mandó a prisión a los Jordis y, en cuanto traspasaron la puerta de la cárcel, la percepción del conflicto de Cataluña cambió definitivamente para los españoles. Porque fueron a la cárcel y no ocurrió nada.

En cuanto traspasaron la puerta de la cárcel, la percepción del conflicto cambió para los españoles. Porque fueron a la cárcel y no ocurrió nada

Desde entonces, desde ese día, existe en España un legítimo desinterés por la cosa catalana. Porque el efecto de este aniversario fue doble. Primero, se recuperó la confianza en el sistema y, a continuación, se comenzaron a contemplar los discursos de los independentistas catalanes como una cansina retahíla de provocadores e iluminados. Absurdos e incansables, eso también. Pero por encima de ellos ya existe otra seguridad: en el momento en el que incumplan la ley, les pasará como a los Jordis, a la cárcel y en paz. O tendrán que hacer como Puigdemont, fugarse de España con la idea de no poder volver en muchos años.

Como ahora con los máximos representantes institucionales de la Generalitat, Quim Torra y Roger Torrent: cada semana dicen algo, alguna nueva provocación, pero de ahí no pasan. Esa es la certerza que se instaló en la sociedad española a partir del 16 de octubre. Era como pensar: “¡Ah! entonces, ¿no pasa nada? ¿Significa que esos que nos han amenazado a todos, esos que han enfrentado a los catalanes entre ellos, esos que van diciendo por Europa que España es un Estado delincuente, un Estado fascista… Todos esos, van a la cárcel y se acabó? Pues entonces, que vayan a la cárcel y dejemos ya de hablar de Cataluña que estoy hasta las narices del mismo tema, como si en España, empezando por Cataluña, no hubiera problemas más importantes que resolver”.

La fortaleza de un Estado de derecho se demuestra en momentos críticos como los que hemos vivido en España a raíz de la rebelión independentista de octubre de 2017, porque es entonces cuando se demuestra que no existe nada más fuerte, más poderoso, que la ley. En una democracia, nadie puede echarle un pulso a un Estado desde la ilegalidad y ganarlo, porque entonces es la propia democracia la que se acaba.

Ninguno ha ido más lejos que el legítimo derecho a la discrepancia convertido en lazos amarillos. Los Jordis en la cárcel y los lazos amrillos en las rejas…

A una democracia se la puede derrotar para imponer una ilegalidad con el uso de la fuerza, de las armas, un golpe de Estado violento, pero nada más. Cuando entraron los Jordis en la cárcel y, al día siguiente, no ocurrió nada; cuando en las semanas siguientes siguieron entrando independentistas en la cárcel y no ocurrió nada, la crisis de Cataluña comenzó a encauzarse por vías legales. Hasta los cientos de miles de independentistas, incluso los más exaltados, lo asumieron como una realidad incuestionable y, de hecho, ninguno de ellos ha llegado más lejos que el legítimo derecho a la discrepancia convertido en lazos amarillos. Los Jordis en la cárcel y los lazos amarillos en las rejas…

Esa reacción es razonable, es asumible, porque lo fundamental es lo primero. Y, sobre todo, porque gracias a aquel punto de inflexión, por primera vez en muchos años se convocó en Barcelona una manifestación a favor de la unidad de España a la que asistió un millón de personas. Y en todas las ciudades, en todos los pueblos, desde Bilbao hasta Canarias, desde Salamanca hasta Mallorca, se colgaron banderas de España en los balcones.

Cuando llegue la sentencia, si resulta condenatoria, otra vez tendrá que suceder lo mismo, idéntica secuencia. Hasta que llegue el día en que todos esos reconozcan públicamente su tropelía, que tanto nos ha costado, que tanto le ha costado sobre todo a Cataluña, y asuman que nada existe más fuerte que la ley en un Estado de derecho.

Fueron a la cárcel y no ocurrió nada, ahí comenzó a cambiar todo. De hecho, el aniversario más relevante que se cumple en octubre sobre la rebelión de los independentistas no es el del ‘referéndum trampa’ del 1-O, sino el de este 16 de octubre, el día que entraron en prisión los dos primeros independentistas, los Jordis, Jordi Sànchez, que era el presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), y Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural.

Jordi Sànchez Jordi Cuixart