Matacán
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Todos somos Julen, pero es mentira
Pensemos si en el caso Julen ha prevalecido el espectáculo televisivo y mediático sobre la tragedia misma de un niño muerto, al caer a un pozo
La tragedia de Málaga deja un sabor amargo de duelo y de engaño, de pena y de amargura, pero también de desconfianza, de incomprensión, por el espectáculo ofrecido, este montaje artificial en el que todos hemos participado para auto complacernos con una mentira: la imposibilidad de rescatar con vida al niño de dos años que se había caído al pozo en el que se ha encontrado su cadáver. Pretendemos hacernos creer que todo lo ocurrido se debe a la inmensa ola de solidaridad que despierta un suceso así en el pueblo español, pero la solidaridad no es un concepto abstracto ni tampoco ocasional; la solidaridad se sustenta en realidades, en posibilidades reales de ayuda a los demás, y no aparece de cuando en cuando, a veces sí, a veces no; la solidaridad no distingue entre personas, ni razas, ayuda a quien necesita ayuda.
Y no parece que fuera esa la situación del pobre Julen, del que todo el mundo podía presumir que estaba muerto desde el mismo instante en el que se cayó al pozo, desde una altura equivalente a un edificio de veinte pisos. Un agujero tan estrecho y tan profundo que ni tenía oxígeno ni se podría respirar. Pese a esa certeza, durante dos semanas hemos vivido engañándonos, haciéndonos creer que todo aquello se realizaba para poder encontrar al pobre Julen con vida. Incluso cuando se supo que el niño estaba enterrado por casi un metro de tierra, seguimos igual. Un espectáculo diseñado para nosotros mismos, para alimentarnos de falsas esperanzas, falsa solidaridad, falso duelo, por un rescate que jamás fue posible. Todos somos Julen, pero era mentira.
Las primeras dudas, y la consiguiente oleada de expectación que se levantó tuvo que ver con lo aparentemente inexplicable del suceso: un niño de dos años cae por un agujero tan pequeño que, como ha confirmado con posterioridad la autopsia, se precipitó al hoyo con los dos pies juntos y los brazos en alto, que es la posición en la que se ha encontrado su cadáver. La rareza de que un niño vaya corriendo por el campo y caiga en esa posición, cuando por una fatalidad, mete los pies en un agujero, inundó de incertidumbre los primeros instantes, hasta que el padre de Julen despejó todas las dudas con una declaración firme, de querellarse contra todo aquel que insinuara cualquier otra causa de la desaparición de su hijo, distinta a que estaba en el fondo de aquel pozo.
"El agujero estaba tapado con dos piedras y yo cuando fui, mi prima se tiró y no me dio tiempo a llegar. Escuché a mi hijo llorar, no sabía la profundidad que tenía. Le dije 'tranquilo, que papi está aquí', pero ya no le escuché", aseguró el padre en las primeras horas. La autopsia ha certificado que Julen cayó de pie, con los brazos en alto, y que murió el mismo día de la caída, a consecuencia de un politraumatismo múltiple, con un fuerte golpe en la cabeza, compatible con la caída.
Cuando llegaron los primeros bomberos, todavía alimentaban algunas esperanzas de vida en el caso de un rescate rápido, por la evidente falta de oxígeno en un agujero así, de más de setenta metros, pero las dificultades del rescate lo hicieron imposible. Sucedió, además, que una cámara desveló que el cuerpo del niño estaba completamente enterrado, incluso con un material compacto de tierra y de piedra, que ni siquiera podía extraerse, además de una superficie arenosa de más de treinta centímetros que sí se pudo sacar. Más adelante, o de forma paralela, las prospecciones con georradar habrán podido demostrar la existencia del cuerpo del niño, inmóvil y enterrado, a la profundidad exacta en la que se encontraba, por eso la Brigada de Salvamento Minero de Asturias –dependiente de una empresa pública y cuyo cometido es, exactamente, el que determina su denominación- pudo rescatar el cadáver con precisión a través de un pozo paralelo. Pero es muchos días antes de ese momento final, tras conocerse los resultados de la cámara y del georradar, cuando se pone en marcha toda la operación que se ha desarrollado en las dos últimas semanas con un silencio absoluto sobre las posibilidades reales de encontrar con vida a ese pobre niño.
No creo que yo mismo hubiera tenido un comportamiento distinto, por disparatado que pueda parecerme todo
¿Tendría que haberse abandonado la búsqueda? ¿Merecía la pena el despliegue de medios y de recursos públicos para rescatar el cadáver de un niño? Trescientos profesionales de distintos cuerpos y una operación de ingeniería impresionante liderada por una decena de expertos en obra pública, que ha llegado a vaciar un cerro de tierra -40.000 toneladas de tierra removida con una docena de las máquinas excavadoras más potentes- todas las administraciones públicas implicadas, voluntarios, un gran equipo de psicólogos y un ejército de periodistas de todos los medios de comunicación para ofrecer información al instante desde la zona del rescate. ¿Se hubiera procedido igual si, desde el primer momento, se descarta que el pequeño Julen pudiera estar con vida? “Nadie garantiza que Julen esté muerto y, por lo tanto, todo hay que hacerlo bajo la premisa de que puede estar vivo”, me contestó uno de los principales responsables de la ‘Operación rescate’ en la segunda semana de trabajos en la zona, cuando le trasladé esa misma pregunta. Sinceramente, no creo que yo mismo hubiera tenido un comportamiento distinto, por disparatado que pueda parecerme todo y aunque pensemos que la responsabilidad de un cargo público, como la de los profesionales de los cuerpos de rescate y de seguridad, sea la de transmitir la verdad de lo que ocurre, sin distorsiones, por dura que pueda ser, sin dejarse llevar por la inmensa ola de una campaña pública como esta.
Por eso, la duda, antes y ahora, sigue siendo la misma, y nos traslada a la necesidad de reflexionar todos nosotros si, al final, en lo ocurrido no ha prevalecido la distorsionada idea de solidaridad que podemos tener en esta era que vivimos, este protocolo de velas, peluches y consignas de fraternidad, #TodosSomos la víctima, que se repite siempre. Pensemos si en el caso Julen ha prevalecido el espectáculo televisivo y mediático sobre la tragedia misma de un niño muerto al caer a un pozo. La sola confirmación de que Julen estaba muerto a los cuatro o cinco días de haberse caído, hubiera desinflado las audiencias televisivas, con lo que el mantenimiento de la duda sobre su vida, eso que se ha llamado falsamente ‘esperanza’, era esencial para el espectáculo. Pensémoslo, sí, pensémoslo, y al cabo de meditarlo, volvamos a lo que se decía al principio, que, en todo caso, si la respuesta es que todo obedece a un gigantesco gesto de solidaridad del pueblo español, reparemos en que la solidaridad no es un concepto abstracto, no distingue entre personas, ni razas; ayuda a quien necesita ayuda.
La tragedia de Málaga deja un sabor amargo de duelo y de engaño, de pena y de amargura, pero también de desconfianza, de incomprensión, por el espectáculo ofrecido, este montaje artificial en el que todos hemos participado para auto complacernos con una mentira: la imposibilidad de rescatar con vida al niño de dos años que se había caído al pozo en el que se ha encontrado su cadáver. Pretendemos hacernos creer que todo lo ocurrido se debe a la inmensa ola de solidaridad que despierta un suceso así en el pueblo español, pero la solidaridad no es un concepto abstracto ni tampoco ocasional; la solidaridad se sustenta en realidades, en posibilidades reales de ayuda a los demás, y no aparece de cuando en cuando, a veces sí, a veces no; la solidaridad no distingue entre personas, ni razas, ayuda a quien necesita ayuda.