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La libertad de las gitanas
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Javier Caraballo

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La libertad de las gitanas

Lo políticamente correcto acaba transformándose en una represión añadida cuando se ejerce sobre algunas situaciones de desigualdad

Foto: Rosy Rodríguez y Zaira Romero, en 'Carmen y Lola'. (Super 8)
Rosy Rodríguez y Zaira Romero, en 'Carmen y Lola'. (Super 8)

Lo políticamente correcto se transforma en una represión añadida cuando se ejerce sobre algunas situaciones de desigualdad. Lo pensé el otro día y, al instante, se me vino a la cabeza tu cara y tu expresión cuando en tu barrio de las Tres Mil Viviendas de Sevilla me dijiste algo que jamás olvidaré: “Yo soy un ciudadano español y lo que exijo es que se me aplique la ley española, no la ley gitana. Eso es lo que reclamo, porque son mis derechos”. Luego añadiste, con un punto más de amargura, casi de asfixia, que no podías resistir más la presión que ejercían todos sobre ti para que casaras ya a tu hija, de 16 años; tus hermanos, tus padres, tus amigos… Hasta tu propia mujer y tus otros hijos te miraban raro, porque no lograban entender que te resistieras a casar a tu hija. "¿Por qué no tengo derecho yo a que se me aplique la legislación española, como a todos los demás?". La pregunta se quedó ahí, en el aire, entre tu gesto serio y mi cara de absoluta estupefacción. La misma perplejidad que nos asalta cuando descubrimos a nuestro alrededor una realidad desconocida, que ignorábamos por completo, porque vivimos encerrados en nuestro mundo, cada cual en su burbuja, y no alcanzamos a ver más allá. Cuando el otro día se me vino otra vez a la cabeza tu frase en las Tres Mil Viviendas, yo acababa de ver una película que quizá tiene que ver con todo esto, porque se ha vuelto a levantar una considerable polvareda alrededor que, otra vez, lo ha tapado todo. Me refiero a ‘Carmen y Lola’, la película de dos gitanas lesbianas.

Foto: Arantxa Echevarría en la presentación de 'Carmen y Lola' en septiembre de 2018. (Efe/ Luca Piergiovanni)

Mucho se ha avanzado en los últimos años en la normalización social de las relaciones sexuales, sean cuales sean, pero nos engañaríamos si pensásemos que para un chico homosexual o para una joven homosexual ya no existen dificultades, ni miedos, ni burlas ni censura… Quiere decirse que la misma historia de dos chicas que se enamoran y encuentran el rechazo inmediato de su entorno podría contarse, de la misma forma, sin reparar en el color de su piel, ni en sus apellidos ni en las costumbres de su familia. Sin embargo, lo que se cuenta en esa película es que no es así, que las dificultades entre los gitanos son mayores porque se impone la ley gitana, que nada tiene que ver con la sociedad en la que vivimos, con los derechos constitucionales que nos hemos dado. Llega a decir la directora de esa película en una de las entrevistas que ha concedido que, incluso, tuvo dificultades para poder elegir a los actores por el rechazo de la comunidad gitana. “El 'casting' fue uno de los momentos más difíciles porque ninguna mujer ni ningún hombre querían ser protagonistas al no diferenciar entre la realidad y la ficción. Pensaban que si salían en la película no iban a poder casarse o su familia no les iba a ayudar. Además, en el caso de las mujeres, venían con la idea de que la sexualidad era algo ajeno”, sostiene Arantxa Echeverría, la directora de ‘Carmen y Lola’.

En la gala de los Goya no hubo mención alguna a la denuncia expresa que se hacía de la vigencia de esa ‘ley gitana’ que condenaba a las protagonistas

¿Existe esa realidad diferenciada en el mundo gitano, opresor e intimidatorio? Eso es lo llamativo: los colectivos mas avanzados de gitanos y de gitanas han recibido con irritación y con rechazo la película porque, según dicen, ofrece un retrato estereotipado de su realidad. Como esta crítica del colectivo Gitanas Feministas para la Diversidad: “Dice la directora bilbaína que ella es una persona comprometida y que lo suyo es cine social. Miente. Si fuera cierto sabría que el racismo como el que ella ejerce mediante el expolio, la apropiación cultural y el uso del privilegio racial es lo que impide al Pueblo Gitano, al afgano o al somalí progresar y salir adelante. Que los estereotipos que ella recrea en su película perpetúan los prejuicios en las personas payas que nos marginan. Que para visibilizar las problemáticas hay que primero escuchar a los verdaderos protagonistas. Que hacer un trabajo sobre gitanos sin gitanos es un ejercicio de poder que mantiene la jerarquía social establecida. Que las mujeres gitanas somos diversas, capaces, autónomas y tenemos unas voces maravillosas y potentes pero que payas como ellas nos la arrebatan. Que también existe machismo y homofobia en la sociedad paya pero que a esta se la mide con otra vara, una más blanda. Que el suyo es un tipo de racismo etnocéntrico y supremacista. Y que apenas sí conoce la cultura romaní, tal y como ha quedado reflejado en sus declaraciones”.

Es justo por la agresividad de esta reacción ante la película cuando surge la reflexión de antes, que lo políticamente correcto acaba transformándose en una represión añadida cuando se ejerce sobre algunas situaciones de desigualdad. Es tan evidente que todas las gitanas que viven en España no son como las de la película como que es una verdad innegable que el machismo que se ejerce sobre algunas mujeres gitanas es muy superior, y hasta inconcebible, que en el resto de la sociedad española. Pero se niega porque es políticamente correcto hablar del pueblo gitano como una sociedad auténtica, que se esfuerza todos los días por mantener sus costumbres ancestrales y su orgullo de raza, de gente. Y todo lo que pueda alterar esa imagen idílica se rechaza de plano, con lo que las personas que puedan estar sometidas a esa discriminación se ven presas de un doble silencio. Quizá, por eso mismo, en la gala de los Goya, tan sensible siempre a la escenificación de lo políticamente correcto, no hubo quien hiciera mención alguna a la denuncia expresa que se hacía de la vigencia de esa ‘ley gitana’ que condenaba a las protagonistas de la película a un rechazo social mayor que el que puedan sufrir otras mujeres iguales a ellas en España.

Atribuir los mayores problemas del pueblo gitano a la mirada exterior es renunciar al análisis sobre la raíz del problema

Todas las estadísticas que se publican en la actualidad en España repiten que el abandono escolar entre la población gitana es mucho mayor que entre el resto de la sociedad, que el desempleo es también mas elevado, y que son muchos más los que viven en chabolas o en infraviviendas, como las estadísticas de pobreza y de exclusión. Se trata, además, de una realidad que se mantiene, así que pasen los años, por mucho que sea evidente, exponencial, el progreso de esas mismas estadísticas con respecto a la realidad de hace 30 o 40 años. Pero la mera existencia de bolsas de exclusión o de situaciones de opresión y de desigualdad, inconcebibles en el resto de la población española, merece un análisis más riguroso y más comprometido. Atribuir los mayores problemas del pueblo gitano a la mirada exterior, a que se les trata de una forma desigual porque son “una minoría estereotipada socialmente”, es renunciar al análisis sobre la raíz del problema. ¿Cuánta culpa tiene el propio pueblo gitano, sus costumbres que dicen conservar, de los problemas que padecen? ¿Todo es por culpa del racismo o, al contrario, esa no es la causa principal? ¿Gozan las mujeres gitanas de la misma libertad? Si las preguntas ya parecen inoportunas, o inconvenientes, si ni siquiera se plantean, es que tenemos un problema añadido de autocensura por la corrección política.

Lo políticamente correcto se transforma en una represión añadida cuando se ejerce sobre algunas situaciones de desigualdad. Lo pensé el otro día y, al instante, se me vino a la cabeza tu cara y tu expresión cuando en tu barrio de las Tres Mil Viviendas de Sevilla me dijiste algo que jamás olvidaré: “Yo soy un ciudadano español y lo que exijo es que se me aplique la ley española, no la ley gitana. Eso es lo que reclamo, porque son mis derechos”. Luego añadiste, con un punto más de amargura, casi de asfixia, que no podías resistir más la presión que ejercían todos sobre ti para que casaras ya a tu hija, de 16 años; tus hermanos, tus padres, tus amigos… Hasta tu propia mujer y tus otros hijos te miraban raro, porque no lograban entender que te resistieras a casar a tu hija. "¿Por qué no tengo derecho yo a que se me aplique la legislación española, como a todos los demás?". La pregunta se quedó ahí, en el aire, entre tu gesto serio y mi cara de absoluta estupefacción. La misma perplejidad que nos asalta cuando descubrimos a nuestro alrededor una realidad desconocida, que ignorábamos por completo, porque vivimos encerrados en nuestro mundo, cada cual en su burbuja, y no alcanzamos a ver más allá. Cuando el otro día se me vino otra vez a la cabeza tu frase en las Tres Mil Viviendas, yo acababa de ver una película que quizá tiene que ver con todo esto, porque se ha vuelto a levantar una considerable polvareda alrededor que, otra vez, lo ha tapado todo. Me refiero a ‘Carmen y Lola’, la película de dos gitanas lesbianas.

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