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Todos deberíamos ser feministas
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Javier Caraballo

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Todos deberíamos ser feministas

Es aterrador, porque llegan fechas como esta, la celebración del 8 de marzo, y la punzada es tan sentida como el deseo

Foto: Manifestación del 8 de marzo de 2018 en Santander. (EFE)
Manifestación del 8 de marzo de 2018 en Santander. (EFE)

Me aterra la terrible inercia que se ha establecido en mí de verme repelido por los movimientos feministas oficiales al mismo tiempo que se hace más honda la convicción de que es necesario luchar por la igualdad real entre hombres y mujeres. Es aterrador porque llegan fechas como estas, la celebración del 8 de marzo, y la punzada es tan sentida como el deseo.

Por esa razón, he considerado que el feminismo de nuestros días ha llegado a la desquiciante coyuntura de tener que defenderse de sí mismo, de quienes lo convierten en una retahíla de consignas que limitan el movimiento solo a una parte de las mujeres y, por supuesto, de los hombres. La suerte de las manifestaciones y de las protestas de este 8 de marzo será, como ya ocurrió el año pasado, que la inmensa mayoría de las mujeres que la secunden, y de los hombres que la aplaudan y que la apoyen, lo harán con plena ignorancia del manifiesto elaborado por la comisión que convoca esta jornada.

Foto: Huelga feminista del 8 de marzo de 2019 (Coordinadora Feminista)

Eso da una pista de la gran dimensión del movimiento feminista en España, pero también de sus peligros, porque se pierde la oportunidad de señalar los verdaderos problemas a los que se enfrentan las mujeres en la actualidad en España y, desde luego, fuera de aquí, en otros países, en otras culturas, donde ser feminista es solo una forma de reivindicar los derechos humanos.

Desde la prostitución a la opresión de las mujeres gitanas, son muchos los debates que el feminismo oficial excluye, simplemente, porque no los considera o, lo que es peor, porque la mera discusión esta vetada, pero nada de eso debe suponer un problema para avanzar; el feminismo es una necesidad de nuestra sociedad para evolucionar hacia un mundo mejor. Así que hagamos el esfuerzo de olvidar a las convocantes y detengámonos en las convocadas. Pensamos que el hecho incontestable de que en España exista igualdad legal de oportunidades entre hombres y mujeres, o que haya más mujeres que hombres en las universidades, ya supone el final oficial del machismo en la sociedad.

Foto: Zapatero: el psoe defiende la espaÑa de los valores, no la de los balcones

Pero no es así. Hace ya algún tiempo, mientras hablaba con una de las intelectuales más brillantes y reconocidas de España, me sorprendió que me dijera que ella misma seguía sintiendo en muchas reuniones, normalmente compuestas por hombres, que su opinión solo es tenida en cuenta cuando un compañero, a continuación de ella, refrenda lo que dice o, incluso, cuando lo repite como si se le acabara de ocurrir a él. Era Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, y todavía no salgo de mi asombro.

Cuando era una niña, Carmen Iglesias oyó cómo hablaban sus profesores y los dos asentían con la misma pena: "Qué lástima que sea una mujer"

¿Cómo es posible, cómo no lo percibo yo? Ahí está el problema. Cuando era una niña, Carmen Iglesias oyó en la clase cómo hablaban sus profesores, medio metro por encima de su cabeza, y los dos asentían con la misma pena: “Qué lástima que sea una mujer porque con la cabeza que tiene…”. En el medio siglo que ha transcurrido desde que Carmen Iglesias iba al colegio, la situación y la consideración de la mujer en España no tiene absolutamente nada que ver. Pero no hemos llegado al final, esa es la noticia ahora; esa es la auténtica revelación del 8 de marzo, lo que lleva a las calles a cientos de miles de mujeres españolas.

Foto: Imagen: iStock.

El mundo ha evolucionado, pero el inconsciente de género no ha evolucionado. Existe aún en la sociedad un poso latente de machismo que tenemos que reconocer, sobre todo los hombres, y no por el hecho de ser hombres, sino porque nos cuesta más trabajo identificar esos comportamientos. Reparemos en un detalle que puede parecer banal: la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie contaba en su famosa conferencia ‘Todos deberíamos ser feministas’ que la primera vez que dio clases en una universidad de Estados Unidos (país en el que se educó y en el que vive la mitad de su tiempo) se agobió enormemente en las horas previas.

Pero no estaba preocupada por la materia que tenía que impartir, que la dominaba perfectamente, sino por la ropa que tenía que ponerse; lo que preocupaba a Chimamanda era parecer demasiado femenina y que, por ello, no se la tomara en serio, así que olvidó el carmín y la falda estrecha y optó por un atuendo masculino. ¿Cuántas veces habré oído lo mismo a mujeres a las que conozco, sin reconocerlo como una muestra de machismo?

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Las conquistas sociales empiezan a desarrollarse a partir de que han triunfado, esa es la paradoja que nos enseña la historia. Tras una larga lucha, que puede ser de decenios, las reivindicaciones se plasman en los textos legales y, aunque parezca entonces que ya han triunfado, se trata solo del principio. El proceso más largo, el que será definitivo, culminará cuando la sociedad lo asuma como algo propio, incuestionable, natural.

En el feminismo, ese es el cambio de mentalidad que todavía necesita la sociedad y que tardará muchos años en llegar

En el feminismo, ese es el cambio de mentalidad que todavía necesita la sociedad y que tardará muchos años en llegar. Y esa es la razón por la que, como en la conferencia de la escritora nigeriana, todos deberíamos ser feministas. Ahora solo hace falta que, además de los machistas recalcitrantes, no sean las feministas de salón y de despacho las que se empeñen en ponerle trabas a esta evolución imparable.

Me aterra la terrible inercia que se ha establecido en mí de verme repelido por los movimientos feministas oficiales al mismo tiempo que se hace más honda la convicción de que es necesario luchar por la igualdad real entre hombres y mujeres. Es aterrador porque llegan fechas como estas, la celebración del 8 de marzo, y la punzada es tan sentida como el deseo.

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