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El jardín gay del Papa
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Javier Caraballo

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El jardín gay del Papa

Ha querido aclarar un malentendido ("Cuando [la homosexualidad] se muestra desde la infancia, hay mucho que se puede hacer a través de la psiquiatría”) y ha terminado empeorándolo

Foto: El papa Francisco sonríe tras finalizar la audiencia general semanal. (EFE)
El papa Francisco sonríe tras finalizar la audiencia general semanal. (EFE)

Nadie debió decirle al papa Francisco que sus intentos de reforma en la Iglesia no iban a ser sencillos porque, ya lo dicen los Evangelios, Jesucristo nunca prometió a sus apóstoles que fuera fácil seguirle. (“Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran”, Mateo 7, 13-14). Con lo cual, Jorge Bergoglio, en sus últimos instantes de oración antes de ser ungido para el trono de San Pedro, ya sabía que su pontificado solo podía traerle follones y grandes peloteras; tantos agrios problemas que su predecesor fue el primero en la historia en ceder el báculo.

Tampoco nadie debió decirle que él mismo entraría en contradicciones al avanzar, porque a diferencia de todos los demás de la Iglesia, el Papa es, a la vez, quien tiene que guardar las esencias de la moral católica y proponer una profunda modificación. Soplar y sorber. Con la homosexualidad, es lo que le ocurre al papa Francisco, que no consigue andar derecho sobre una línea de pensamiento, siempre se tumba. Lo acaba de hacer en la entrevista que ha concedido al periodista Jordi Évole.

Foto: Imagen de la entrevista de Jordi Évole al papa Francisco. (Atresmedia) Opinión
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Para quedar bien con su imagen de apertura, ha querido aclarar un malentendido ("Cuando [la homosexualidad] se muestra desde la infancia, hay mucho que se puede hacer a través de la psiquiatría”) y ha terminado empeorándolo: “Cuando la persona es muy joven, muy pequeña y empieza a mostrar síntomas raros, ahí conviene ir a un profesional, a un psicólogo que más o menos vea a qué se debe eso”. Quizá piensa el Papa que mandar a un joven al psicólogo por ser gay es menos grave que mandarlo a un psiquiatra; o que definir la homosexualidad como 'síntomas raros' ayuda mucho para que el adolescente que comienza a sentirse homosexual pueda superar los complejos lacerantes que todavía tiene que soportar.

Quizá piensa el Papa que mandar a un joven al psicólogo por ser gay es menos grave que mandarlo a un psiquiatra

Es verdad que la Iglesia, como suele repetirse, está avalada por sus 2.000 años de existencia, con lo que son ellos los primeros que saben marcar el ritmo de los cambios. Pero en un asunto como la homosexualidad, al papa Francisco se le debe exigir que actúe con la misma humildad con la que, por ejemplo, está tratando uno de las grandes corruptelas de la jerarquía eclesiástica, los cientos de abusos a menores consentidos y silenciados durante años.

Cuando el papa Francisco se refiere a la cínica y cómplice actuación de la Iglesia en los casos de pederastia, se muestra decidido a cambiar esa inercia miserable de tantos años y, además, pide perdón por lo ocurrido. Sostiene, como disculpa, que cada época hay que juzgarla según los valores y las costumbres de esa época, de la misma forma que "no puedo interpretar la conquista de América con una hermenéutica de hoy”. Por lo mismo, el papa Francisco dice: “En una época, era costumbre tapar todo, no solo los abusos de la Iglesia, de las familias (…) Cada época hay que interpretarla con la hermenéutica de la época”. Ese planteamiento es intachable, pero por qué siempre se aplica al pasado y nunca al presente. ¿Por qué no hace la Iglesia el esfuerzo de contemplar la homosexualidad con los ojos de la sociedad actual y no con la mirada represora y humillante que sigue imperando en la moral católica?

Nadie debió advertirle al papa Francisco de que sus intentos de reforma en la Iglesia tendrían que superar la negativa de muchos purpurados y los intereses de las corrientes eclesiásticas ultraconservadoras, porque ya lo dicen los Evangelios, que "el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios” (San Lucas 9, 51-62). En el caso de la homosexualidad, cuando el papa Francisco mira atrás, lo que se encuentra es el pensamiento y la doctrina católicos, plasmados en un texto de 2003, en tiempos de Juan Pablo II.

Raros, desviados, desordenados, anómalos, depravados… ¿Cómo se justifica esa cadena de barbaridades e insultos sobre la homosexualidad?

Ese texto se aprobó cuando en algunos países, como en España, se comenzó a hablar de matrimonios homosexuales y la Iglesia sintió la necesidad de fijar su posición. “En la Sagrada Escritura, las relaciones homosexuales están condenadas como graves depravaciones... Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen esta anomalía sean personalmente responsables de ella; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. (…) La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. Si todos los fieles están obligados a oponerse al reconocimiento legal de las uniones homosexuales, los políticos católicos lo están en modo especial, según la responsabilidad que les es propia (…) Sin embargo, según la enseñanza de la Iglesia, los hombres y mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.

Raros, desviados, desordenados, anómalos, depravados… Se podrá discutir que la Iglesia persista en no llamar ‘matrimonio’ a las uniones de homosexuales, por su defensa del modelo de familia tradicional como pilar fundamental de la sociedad, pero cómo se justifica esa cadena de barbaridades e insultos sobre la homosexualidad. Mientras que eso no cambie, los actos de comprensión y aceptación como los del papa Francisco (“quién soy yo para juzgarlos”) no provocarán más que una sucesión interminable de contradicciones. De jardín en jardín, sin posibilidad de aclarar nunca la bondad de esta frase o de la otra, porque lo escandaloso en sí mismo es el pensamiento de la Iglesia sobre la homosexualidad en pleno siglo XXI.

Nadie debió decirle al papa Francisco que sus intentos de reforma en la Iglesia no iban a ser sencillos porque, ya lo dicen los Evangelios, Jesucristo nunca prometió a sus apóstoles que fuera fácil seguirle. (“Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran”, Mateo 7, 13-14). Con lo cual, Jorge Bergoglio, en sus últimos instantes de oración antes de ser ungido para el trono de San Pedro, ya sabía que su pontificado solo podía traerle follones y grandes peloteras; tantos agrios problemas que su predecesor fue el primero en la historia en ceder el báculo.

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