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El independentismo se fatiga
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Javier Caraballo

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El independentismo se fatiga

Es la primera vez que, de forma constatable, se puede realizar esta afirmación porque son ellos mismos los que admiten, abiertamente, que están divididos

Foto: Miles de personas se manifiestan en Barcelona contra el juicio del 'procés'. (EFE)
Miles de personas se manifiestan en Barcelona contra el juicio del 'procés'. (EFE)

Fatiga de promesas baldías, de plazos incumplidos, de hojas de ruta que son imposibles. Fatiga de consignas y de concentraciones; fatiga de materiales, como en los edificios, de los materiales fungibles de una algarada, los lacitos y los globos, porque el tiempo y la ley las desgastan, las decoloran como hace el sol del verano con las banderas de los balcones.

El independentismo catalán ha comenzado a dar señales evidentes de fatiga y es la primera vez que, de forma constatable, se puede realizar esta afirmación porque son ellos mismos los que admiten, abiertamente, que están divididos, enfrentados, y que no existe ningún líder capaz de retomar el movimiento con una propuesta viable, creíble, que los saque de la parálisis en la que están. Ya solo se mantiene en lo alto de la colina, convocando a los vientos, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, porque todos los demás repiten el discurso de aquel 'mosso' que les ha costado asumir casi dos años: "Qué república ni qué cojones. La república no existe, idiota".

Foto: Más de un centenar de independentistas protesta a las puertas de la Diputación de Barcelona para criticar la desunión del soberanismo. (EFE)

Este fin de semana pasado, en la Asamblea Nacional de la CUP, los rebeldes de la CUP, se ha aprobado una ponencia política que solo con el título lo decía todo: 'Combatamos la resignación; preparémonos para volver'. La lucha ahora es contra el desánimo, contra la frustración, contra la terrible sensación de engaño, de estafa por parte de aquellos que llevan años afirmando que la república de Cataluña era irreversible a partir del referéndum que, según ellos, ya se celebró. Ahora, en las entrevistas a los líderes de la CUP, les preguntan por la ‘dureza’ de haber tenido que admitir que nada de eso existe.

“No se puede mantener la ficción de que la ruptura es inminente", decía uno de los apartados de la ponencia. Y sus líderes lo han explicado en la tribuna: “Dos años más tarde, todo el mundo ha asumido que la república no existe (…) El independentismo está obligado a reflexionar (…) Ahora es el momento de poder decir con mucha claridad que allí no se proclamó la independencia; se nos dijo que era por una serie de motivos, pero no vemos que nadie esté trabajando para que cambien”. Más allá de esa declaración, lo que ha aprobado la CUP en su asamblea nacional -igualmente significativo- ha sido derogar la limitación de mandatos de sus cargos públicos, porque las últimas elecciones no les han sido favorables y hay muchos que necesitan seguir cobrando un sueldo a cargo de la institución en la que estén.

Foto: La portavoz de la CUP en el Parlament en 2017, Anna Gabriel. (EFE)

El ánimo de los ‘palmeros vip’ del independentismo, como la inefable Pilar Rahola, la gran amiga del fugado Puigdemont, tampoco es mejor que el de los ‘revolucionarios’. En uno de los últimos artículos que ha publicado en 'La Vanguardia', se mostraba desolada: “El independentismo ni sabe dónde va, ni tiene estrategia planificada, ni es capaz de consensuar una hoja de ruta de mínimos, que planifique los próximos pasos (…) El independentismo solo es capaz de mostrar puro tactismo, y ya se sabe que el tactismo es como el humo, que se desvanece con el viento”.

Hace tan solo unas semanas, en vísperas de la constitución de muchos ayuntamientos y diputaciones provinciales y, sobre todo, del Parlamento Europeo, la misma Rahola se explayaba en entrevistas valorando el ‘golpe definitivo’ que el independentismo iba a propinarle al Estado cuando el fugado tomara asiento en Estrasburgo. “Nos vamos a reír mucho; preparad las palomitas”, decía. En fin, se entiende su desolación…

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra, contesta a una pregunta de la oposición durante una sesión de control celebrada en el Parlament. (EFE)

En ese ambiente, cuando el presidente de la Generalitat, como acaba de hacer, repite una vez más el discurso de la república imaginaria (“yo me considero un sucesor del Govern que llevó el país a la autodeterminación y, por lo tanto, tenemos que continuar por este camino”), es normal que empiece a oír a sus espaldas cómo suenan los chiflidos. Si la única esperanza del independentismo es que una sentencia condenatoria del Tribunal Supremo sirva para reactivar la revuelta en las calles, lo que desconcierta es que Torra vaya diciendo que no tienen previsto –“ninguna intención- de convocar elecciones anticipadas.

Esquerra Republicana, que espera esas elecciones para desbancarlo y recuperar la hegemonía independentista, ha comenzado a recordarle que, para ser presidente, necesita el apoyo de este partido, que no es baladí: “President Torra, entenderéis que hará falta a la vez el consentimiento del republicanismo. Quiero decir de mi partido, también”, le ha espetado Joan Tardá para certificar la crisis que se vive, el aire espeso de enfrentamiento y frustración, de fatiga, que es el que debe marcar un punto de inflexión en el disparate catalán.

Fatiga de promesas baldías, de plazos incumplidos, de hojas de ruta que son imposibles. Fatiga de consignas y de concentraciones; fatiga de materiales, como en los edificios, de los materiales fungibles de una algarada, los lacitos y los globos, porque el tiempo y la ley las desgastan, las decoloran como hace el sol del verano con las banderas de los balcones.

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