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Todas las muertes de Blanca Fernández Ochoa
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Javier Caraballo

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Todas las muertes de Blanca Fernández Ochoa

Los detalles de lo sucedido tienen que estar reservados, blindados, para su familia y amigos. Los demás, respeto, recuerdo y agradecimiento por las satisfacciones que nos dejó

Foto: Blanca Fernández Ochoa, tras ganar la medalla de bronce en el eslalon de los Juegos de Albertville. (EFE)
Blanca Fernández Ochoa, tras ganar la medalla de bronce en el eslalon de los Juegos de Albertville. (EFE)

En la muerte, como en la vida, somos nosotros y nuestras circunstancias. Nada se explica por sí mismo y, por eso, la sentencia de Ortega y Gasset se ha convertido en uno de los hitos de la historia del pensamiento, clave filosófica que sirve para explicarnos muchos aspectos del comportamiento humano durante su vida. Con la muerte no hacemos lo mismo, aunque suceda igual. También somos nosotros y nuestras circunstancias, pero esa reflexión solo la aceptamos, y la asumimos, cuando las circunstancias de la muerte se explican con la enfermedad, con la vejez o con un accidente mortal. Cuando se produce por voluntad propia, por una decisión personal, las circunstancias se convierten en silencios, en disimulos, en mentiras o en hipocresía.

Solo miramos a la muerte de frente, cara a cara, cuando es inevitable. El hombre puede dominar la naturaleza, puede modificar su entorno, puede cambiar su aspecto, pero jamás podrá dominar la muerte. El poder del hombre parece infinito hasta ese instante. Por eso, quizá por eso, por esa impotencia, la historia nunca ha perdonado, ni entendido, ni mirado, a quien decide arrebatarle a la muerte la decisión de cuándo llegará.

Dicen que la de Blanca Fernández Ochoa no ha sido ni accidental ni violenta y, al decirlo así, ya se va intuyendo que algo nos avergüenza, como si supusiera un desdoro en la biografía de quien decide quitarse la vida. Es lo que le sucedió, por ejemplo, a la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, cuando el otro día hablaba de la muerte de Blanca Fernández Ochoa: "Las tristes circunstancias de su muerte no empañan para nada la importancia de su acción en el deporte; fue una pionera, la primera mujer española en alcanzar la gloria olímpica". ¿Cómo que 'no empañan'? ¿Acaso tiene que avergonzarse de algo quien toma una decisión como esa, acabar con su propia vida? Pero formuladas las preguntas, lo que conviene ahora es apartarse del morbo.

Empecemos por destinar los mismos recursos que ya se emplean para concienciar a la población sobre los accidentes de tráfico o la violencia de género

La muerte de Blanca Fernández Ochoa interesa no por su particularidad, sino por su generalidad. Los detalles de lo sucedido, los porqués, como el dolor y la pena, tienen que estar reservados, blindados, para su familia, para sus amigos, para sus allegados. Los demás, respeto, recuerdo y agradecimiento por las satisfacciones que nos dejó. La muerte de Blanca sirve para hablar de las muertes de todos lo que son como ella, que son miles.

placeholder Blanca Fernández Ochoa, esquiando en Xanadú. (EFE)
Blanca Fernández Ochoa, esquiando en Xanadú. (EFE)

La sociedad española —aunque no se trata de un fenómeno sociológico local— no puede seguir ignorando la trágica estadística de suicidios con que convivimos a diario; sí, a diario: cada dos horas y media se suicida alguien en España, varones en su inmensa mayoría (tres de cada cuatro muertos por suicidio). Es tan apabullante la estadística que lo que más sorprende, al conocerla, es cómo es posible que la desconozcamos. Las muertes por suicidio suponen el doble que las muertes por accidente de tráfico. Pero es que también suponen 11 veces más que los homicidios y 72 veces más (¡72 veces más!) que las muertes por violencia de género. La estadística se puede encontrar en la web de la Fundación española para la Prevención del Suicidio, porque no existe ningún organismo oficial, ningún observatorio público, ninguna fundación pública, que se dedique a lo mismo. Se trata de luchar, de acabar, con esa ignorancia asumida y compartida, con ese no querer mirar la realidad.

Empecemos, al menos, por destinar los mismos recursos que ya se emplean, y debe seguir siendo así, para concienciar a la población sobre los accidentes de tráfico o la violencia de género. El suicidio debe salir del ámbito de la moral o de la religión para que lo contemplemos con otra mirada, más real, más acorde a nuestros días. Una vez será una enfermedad mental y otra, simplemente, soledad; en algún caso, será desesperación y otras veces miedo o acoso; habrá quien quiera suicidarse porque ya no quiere vivir más y quien lo haga porque ya no puede vivir más. En todos los casos, siempre podremos hacer algo más que pensar que ese problema no existe, o que nadie puede ayudar.

La muerte es la última puerta de la vida. No vamos a pararnos ahora a discutir si existe otra vida, la eternidad, cuando se traspasa esa puerta o si solo nos encontraremos con la nada, con el vacío. Este debate pertenece al instante previo a cruzar ese umbral último. Y tenemos que saber, asumir y aceptar, que junto a la muerte trágica, inevitable, el suicidio, el derecho a una muerta digna o incluso la eutanasia son puertas colindantes. La humanidad, eso es seguro, avanzará por ese sendero. Hasta entonces, descansa en paz, Blanca Fernández Ochoa, y todos los que, como tú, gozaron de una vida de esplendor, de triunfos y de sacrificios, una vida plena hasta que ella misma, como quien llega a la meta tras un eslalon, decidió dejar de esquiar.

En la muerte, como en la vida, somos nosotros y nuestras circunstancias. Nada se explica por sí mismo y, por eso, la sentencia de Ortega y Gasset se ha convertido en uno de los hitos de la historia del pensamiento, clave filosófica que sirve para explicarnos muchos aspectos del comportamiento humano durante su vida. Con la muerte no hacemos lo mismo, aunque suceda igual. También somos nosotros y nuestras circunstancias, pero esa reflexión solo la aceptamos, y la asumimos, cuando las circunstancias de la muerte se explican con la enfermedad, con la vejez o con un accidente mortal. Cuando se produce por voluntad propia, por una decisión personal, las circunstancias se convierten en silencios, en disimulos, en mentiras o en hipocresía.

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