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Los tiempos de la embestidura
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Javier Caraballo

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Los tiempos de la embestidura

Pedro Sánchez pretende convertirse en el presidente de los valores emergentes del electorado progresista y el de una nueva revisión del pacto territorial en España

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE)

Todo es desproporción, insulto, exageración. La investidura en tiempos de embestidura, con el ambiente caldeado como nunca antes se había visto. Quizá nunca más se vuelva a ver, aunque en España la bronca es deporte nacional, porque es muy difícil que un país pueda salir indemne de una agitación como la que se ha vivido en los últimos días, con controversias constantes que afectan a todos los poderes del Estado, con agrias polémicas incendiarias que lo que transmitían es el acabose, el final de lo que conocemos, de la Constitución, de la democracia, de la Justicia; el final de la España democrática.

En las horas previas al debate de investidura del presidente del Gobierno de España, cada minuto que pasaba incorporaba un sobresalto nuevo y cruces constantes de los insultos mayores, felones, golpistas, traidores, reaccionarios, sediciosos… Cada cual habrá vivido los últimos días a su forma, la incertidumbre y el desasosiego que transmitían los acontecimientos diarios, pero era un dolor que se siente como una presión que asfixia, como en los versos de Blas de Otero: "A mí lo que me duele es el pecho; (el pecho tiene forma de España)”. Por eso, solo por eso, cuando Pedro Sánchez se adentró en los momentos más aburridos de su discurso de investidura y puso el piloto automático del catálogo promesas electorales, hasta el tedio adquirió un reconfortante sentido de normalidad.

Foto: Pedro Sánchez, durante su discurso de investidura en el Congreso, este 4 de enero. (Reuters)

Sostiene Pedro Sánchez que él se crece en los peores momentos, que su mejor estado lo alcanza en las situaciones más difíciles, y hoy ha sido lo que ha demostrado en cuanto se ha subido a la tribuna del Congreso de los Diputados: el incendio de fuera no le alcanzaba, no influía en ni una sola frase de su discurso; ni el ritmo ni el tono estaban afectado por la tensión, inmensa tensión, de las horas previas de este debate de investidura. Hay que estar hecho de una pasta especial para encarar una investidura así sin que la presión de los días previos, la tirantez de cada instante, altere ni un solo músculo de su semblante; la sonrisa impertérrita de presidente en funciones se ha convertido en el primer mensaje del candidato.

Habrá quien lo considere, en la misma de la línea de críticas precedentes, como una muestra más de la irresponsabilidad o la insensatez de Pedro Sánchez, pero no era a ellos a quien iba dirigido su mensaje corporal, sino a su electorado, al electorado socialista, fundamentalmente, y por extensión y aquellos ciudadanos que hayan seguido la sesión de investidura con angustia y expectación por lo que pudiera acontecer, después de lo vivido. Normalidad, tranquilidad; ese era el eje principal de su discurso. Por eso, el líder socialista lo dijo nada más subirse a la tribuna, otra novedad más en un debate de esta naturaleza: "Buenos días. No se va a romper España, no se va a romper la Constitución. Aquí lo que se va a romper es el bloqueo al Gobierno progresista democráticamente elegido por los españoles".

A partir de ahí el discurso de Pedro Sánchez obedeció a la serenidad que el candidato quiso reflejar en su ademán, abstraído de todo lo que le rodeaba. Nada avanzó o incluyó en las casi dos horas de intervención que pudiera representar una novedad importante. Habló de “patriotismo social”, que es un concepto utilizado siempre por el líder de Podemos, Pablo Iglesias; le reservó un espacio central al feminismo y al franquismo, las dos grandes banderas de este presidente desde que llegó a la Moncloa; y se refirió a las otras dos etapas de gobierno del PSOE (la de Felipe González y la de Zapatero, aunque no los citó) para situarse y enmarcase él mismo en una etapa nueva de un gobierno socialista, “la tercera transformación de España”, como la definió.

Hay que tener en cuenta que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa en junio de 2018 por una moción de censura, que 2019 ha sido un año baldío por su propia incapacidad para gestionar su victoria en las primeras elecciones generales, de abril, y que es ahora, en los albores del nuevo año de 2020 cuando, por primera vez, va a plantear una sesión de investidura con garantías de salir adelante.

En este sentido, es ahora cuando hay que atender cómo se ve a sí mismo como presidente: según lo expresado en su discurso, si Felipe González lideró la primera transformación, la de la incorporación de España a Europa, y Rodríguez Zapatero impulsó la transformación de los derechos sociales, Pedro Sánchez pretende convertirse en el presidente de los valores emergentes del electorado progresista (el ecologismo, la desigualdad o la era digital) y el de una nueva revisión del pacto territorial en España.

"No se va a romper España, no se va a romper la Constitución. Aquí lo que se va a romper es el bloqueo al Gobierno progresista"

En su intervención, Pedro Sánchez incluyó varias frases muy pensadas para enmarcar el aspecto más peliagudo de esa “tercera transformación” que dice querer emprender, la normalización del monumental problema que existe en Cataluña. Que repitiese las palabras “diálogo y entendimiento” a cada instante, es menos elocuente que lo que añadió después, se trata de volver al principio de todos los desencuentros: “recomencemos desde el instante previo a los agravios”. Luego añadió, y repitió también, que todo diálogo tiene los límites de la legalidad y de la Constitución; “la ley es la condición, el diálogo es el camino”, dijo en la frase más redonda de su intervención. “Diálogo y lealtad constitucional, le debemos a nuestros hijos un país unido en su diversidad”.

Se ha celebrado este debate de investidura en el tiempo inusual del final de la Navidad, en medio de la Epifanía, y sin quererlo adopta su sentido de comienzo, de presentación, de nuevo tiempo. ¿Cuántas veces ha soñado España con superar las diferencias que separan a los españoles, inaugurar un tiempo nuevo, distinto, de entendimiento y tolerancia? Es tiempo de Epifanía y España guarda en su memoria el deseo repetido a lo largo de la historia de dejar atrás las embestidas y el cainismo entre españoles. “España quiere surgir, brotar,/ toda una España empieza! /¿Y ha de helarse en la España que se muere?/¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?/Para salvar la nueva epifanía/ Hay que acudir, ya es hora,/ con el hacha y el fuego al nuevo día”. (Antonio Machado).

Todo es desproporción, insulto, exageración. La investidura en tiempos de embestidura, con el ambiente caldeado como nunca antes se había visto. Quizá nunca más se vuelva a ver, aunque en España la bronca es deporte nacional, porque es muy difícil que un país pueda salir indemne de una agitación como la que se ha vivido en los últimos días, con controversias constantes que afectan a todos los poderes del Estado, con agrias polémicas incendiarias que lo que transmitían es el acabose, el final de lo que conocemos, de la Constitución, de la democracia, de la Justicia; el final de la España democrática.

Pedro Sánchez