Matacán
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Marihuana, tiros y confinamiento
La imprudencia del Banano por saltarse el confinamiento le costó al clan de los Mindolo una redada provocada por un rival, y se quedaron sin 2.574 plantas de cannabis sativa
La mañana se puso íntima como una pequeña plaza y en la puerta había guardias civiles… No eran como los de García Lorca, los guardias civiles no estaban borrachos, pero sí golpeaban las puertas. Y tampoco era un cortijo, era un bloque de pisos, también en Granada, donde Lorca. Y los gitanos no eran románticos ni pasionales, sino traficantes de droga, y el verde era de la marihuana. Verde que te quiero verde.
Romance sonámbulo del confinamiento, con mañanas silenciosas, íntimas, como una noche de verano. Cuando todo el mundo organizaba otro día de soledades con su familia, o planeaba la comida con su sombra, el Banano cogió su carro, su BMW rojo, y se fue a pasear. Mala suerte. Ese día había un control de la Guardia Civil para perseguir a los que vulneran el confinamiento y el Banano cayó como un pajarillo perdido. Entonces se puso nervioso, se saltó el control, se llevó por delante a un guardia civil y se formó el taco gordo; un bloque de pisos entero, dedicado al cultivo de marihuana, fue descubierto, puerta a puerta, mientras intentaban localizar al Banano.
¿El colmo de todo? Pues que los propietarios de ese bloque de ‘narcopisos’ en los que la Guardia Civil buscaba al fugado eran de la banda rival y ahora le han jurado la muerte a la familia del Banano, como si los hubieran delatado. Así que rebobinemos, detalles de una historia real del narcotráfico de la marihuana en Granada en estos tiempos de confinamiento.
El Banano, que es el personaje central de lo sucedido en el mediodía del pasado viernes 27 de marzo, es un joven nacido para ser quinqui de barrio. Carne de yugo del Cerro Fakila, una pequeña barriada marginal de Pinos Puente, en el área metropolitana de Granada. Apenas tiene 25 años, pero en los periódicos de Granada dicen que los centros de internamiento y la Fiscalía de Menores son como su segunda familia, su segunda casa.
En el expediente académico del Banano figura su nombre, Rubén, en los cursos de enseñanza secundaria, aunque siempre por expulsiones, peleas y conflictos. Robos, agresiones, amenazas… Quiso enmendarse, o eso dicen; se casó, tuvo dos hijos, y muy pronto volvió al trapicheo de la droga. Detalle fundamental: se hizo amigo del Pistolero, que era hijo de Antonio el Tonto, el tipo que tiene el mejor mausoleo que pueda soñar un quinqui.
La historia del Tonto la coge Quentin Tarantino y escribe el guion de su próxima película. Solo hay que ver su mausoleo: él, su estatua, sentado en unos escalones, con su gorra de Tommy, el paquete de Marlboro al lado y el mechero. Tiene una chupa negra con los cuellos levantados, unas zapatillas blancas y un Rolex de oro. Mira al lado, pero justo delante hay una escultura metálica de un Audi Q5 azul. ¿Quién tiene un mausoleo igual en el mundo? Nadie, seguro. Pues bien, Antonio el Tonto murió hace dos años, con 46, de un infarto en la cárcel de Jaén. O eso dicen. Pero su ejemplo lo han seguido muchos otros, como su hijo, el amigo de nuestro protagonista.
De todas formas, el Banano tiene arraigada en sus genes la estirpe quinqui; a su padre también lo conocían como el Banano y a su madre le dicen la Chuminga, en la cárcel por apuñalar a la profesora de una guardería que debió encararse con su hijo. Los dos, en definitiva, son conocidos como referentes de sus respectivos clanes, los Bananos y los Chumingos.
Cuando su hijo salió a darse una vuelta por Granada con su BMW rojo, la Guardia Civil estaba acabando de montar un control de carretera en la rotonda de un centro comercial, la Granaíta, y allí que se presentó el Banano. Contempló el panorama, maldita sea mi suerte, y aceleró el coche. Un agente quiso darle el alto, pero el Banano se lo llevó por delante, dejándolo malherido, y justo ahí comenzó una espectacular persecución por las calles desiertas del norte de Granada.
Cuando el Banano llegó a la urbanización de Molino Nuevo, abandonó el coche y se metió en un bloque de pisos. Llamó a una puerta, amenazó a una mujer y se escondió en su casa. Mal asunto: ese bloque estaba dominado por una banda rival de los narcos de Pinos Puente, el pueblo de los Banano. Y la Guardia Civil, cuando vio el coche en las inmediaciones, se puso a rastrear el bloque de pisos puerta por puerta.
Al final, claro, encontraron al Banano y lo detuvieron, pero detrás de las demás puertas a las que llamaron, los agentes de la Guardia Civil encontraron campos de marihuana, con sus correspondientes industrias de tratamiento y distribución. Lo habitual en esa zona, por otra parte, ‘marihuana, made in Granada’: hay tantos pisos ilegales dedicados al cultivo, consumen tanta electricidad por las conexiones también ilegales, que colapsan periódicamente la red eléctrica. La imprudencia del Banano por saltarse el confinamiento le costó al clan de los Mindolo una redada provocada por un rival, y se quedaron sin 2.574 plantas de cannabis sativa, ya crecidas, y seis kilos y medio de marihuana dispuesta para su venta.
No culpan a la Guardia Civil del decomiso, que eso se da por descontado, sino a la banda rival, por haber provocado la redada. “Van a pagarlo”, se decían en mensajes de WhatsApp. Los Banano, que recibieron el recado, les contestaron: “Aquí los esperamos”. Para la ‘guerra de clanes’, los Mindolo han pedido ayuda a los Moco, que dicen que son una de las bandas más temerarias. Y los Banano se han aliado con sus vecinos, los Chumingos y los Tripones. Desde entonces, en las noches solitarias del confinamiento, en Granada se oyen tiros… Romance sonámbulo recreado.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de marihuana.
La mañana se puso íntima como una pequeña plaza y en la puerta había guardias civiles… No eran como los de García Lorca, los guardias civiles no estaban borrachos, pero sí golpeaban las puertas. Y tampoco era un cortijo, era un bloque de pisos, también en Granada, donde Lorca. Y los gitanos no eran románticos ni pasionales, sino traficantes de droga, y el verde era de la marihuana. Verde que te quiero verde.