Es noticia
Pablo Iglesias sí; Pablo Iglesias no
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Pablo Iglesias sí; Pablo Iglesias no

La invocación de un pacto nacional para salir de este agujero se está reduciendo a un debate absurdo, como si el líder de Podemos se hubiese convertido en el anatema de todo acuerdo

Foto: El vicepresidente y ministro de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, durante una rueda de prensa en el Palacio de la Moncloa. (EFE)
El vicepresidente y ministro de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, durante una rueda de prensa en el Palacio de la Moncloa. (EFE)

La política española es un debate descendente hasta que llega a la insignificancia, entonces se recrea, se retroalimenta y se convierte en un canto a la inutilidad. Debates sectarios, que no sirven a la mayoría; polémicas de partido, que no interesan a la mayoría; pactos vaporosos, que nunca calan en la ciudadanía. Esa inercia, que es perceptible en muchos momentos, se hace irritable en circunstancias como esta, en que, por una vez, la clase política tendría que aplicarse a sí misma esa coletilla que repite, ampulosa, como un mantra: “¡Altura de miras!”.

Pero no, y ya lo estamos viendo, la invocación de un pacto nacional para salir de este agujero, que es una necesidad ante la pandemia del coronavirus, se está reduciendo a un debate absurdo, Pablo Iglesias sí; Pablo Iglesias no. Como si la presencia del vicepresidente segundo del Gobierno fuese un factor determinante de algo que lo engloba a él y a todos sus votantes, como si el líder de Podemos se hubiese convertido en el anatema de todo acuerdo, como si llegado este momento no supiésemos apreciar que las urgencias son mayores que las ideologías, mayores que los desencuentros, mayores que las fobias, mayores que los reproches y los odios. Quizá no hemos entendido aún que tendremos que descender a lo elemental si queremos superar esta crisis exponencial, crisis que va pariendo crisis, y conjurarnos para que el mundo no se vuelva a parar, como se ha parado ahora.

Foto: El presidente del Gobierno durante su comparecencia. (Reuters)

De la Segunda Guerra Mundial nació el orden internacional que hemos conocido, la ONU, la OTAN, el temor de la destrucción del mundo por una guerra atómica nos condujo a la Guerra Fría de tensiones contenidas que se sentaban a una mesa por un miedo compartido. Desde hace décadas, ese orden internacional, sustentado en el mundo de entonces, en las potencias de entonces, de mitad del siglo pasado, estaba ya periclitado. Este coronavirus que ha barrido el mundo, que ha dejado desnuda de justificaciones la maquinaria burocrática de la Organización Mundial de la Salud (OMS), reclama soluciones y salidas a la altura del problema.

El confinamiento al que estamos sometidos, que no es un confinamiento voluntario sino un arresto domiciliario ordenado a cientos de millones de personas en todo el mundo, no tiene precedentes ni en las peores calamidades de la humanidad, y si la salida de esta pandemia no está a esa altura, nada habremos aprendido. La salida de esta primera pandemia de la globalización va a exigir una nueva Guerra Fría en la que se alumbre un orden internacional que supere la deriva de populismo nacionalista con que ha amanecido el siglo XXI.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de la República Popular China, Xi Jinping.

Ahora, desde esa perspectiva, contemplemos los debates políticos nacionales. No es necesario repetir lo que ya sabemos: el Gobierno de España no entendió, o no quiso entender, las alarmas que ya sonaban del Covid-19. El Gobierno de coalición que gobierna en España ni siquiera atendió a lo que, desde hacía cinco semanas, estaba sucediendo en el mundo. Tampoco a las experiencias positivas de países como Corea del Sur o Singapur; ni siquiera al desmadre de Io que estaba ocurriendo en Italia.

Sin más, el Gobierno de Pedro Sánchez siguió su curso hasta que, cuando ya era demasiado tarde, tuvo que ordenar el confinamiento de la población para ganar el tiempo perdido y dotarnos de los recursos que no teníamos. Ganar tiempo, ganar tiempo, por eso el presidente Pedro Sánchez lo repite tanto, porque se trata de eso en este estado de alarma, de ganar el tiempo que se ha perdido. Pero nada de eso, porque es sabido, es necesario repetirlo mucho más, porque la ciudadanía debe ser consciente, ya lo valorará cuando tenga que hacerlo, y lo que se exige ahora es que si la entrada de la crisis fue desastrosa, plagada de imprevistos, que no lo sea también la salida. Si se repite en la salida del coronavirus la ceguera de la entrada, que nadie se atreva a hacer previsiones del desastre.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Mariscal/Efe) Opinión

La solidaridad, el dialogo y el entendimiento que el presidente del Gobierno de España exige en Europa es la misma doctrina que debe practicar él mismo en su país, y no lo hace. Es inconcebible que Pedro Sánchez, como presidente legítimo del Gobierno tras un año de bloqueo político y electoral, no se haya sentado aún con el líder de la oposición, Pablo Casado, más allá de una charla por teléfono. Pedro Sánchez es el primero que tiene que aprender a mirar por encima del barullo habitual, porque esa es su responsabilidad histórica; no porque lo esperemos, porque nos guste o porque les convenga a sus asesores para sus estrategias de 'marketing', porque es su obligación.

Es inconcebible que Pedro Sánchez no se haya sentado aún con el líder de la oposición, Pablo Casado, más allá de una charla por teléfono

Las circunstancias han cambiado de forma tan abrupta que ni la legislatura es la misma, como apuntaba hace unos días Ignacio Varela en su atinado artículo sobre unos nuevos Pactos de la Moncloa, ni el mundo que salga de la pandemia va a ser el mismo; acaso tampoco nuestras sociedades serán iguales. Su socio de gobierno seguirá siendo Pablo Iglesias, pero su principal aliado ahora tiene que encontrarlo en la oposición. Y en las comunidades autónomas. No son tiempos de adhesiones inquebrantables, como parece exigir Pedro Sánchez, sino de diálogos sin vetos ni exclusiones.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras la intervención de Santiago Abascal en el pleno del Congreso del pasado 25 de marzo. (EFE) Opinión

Y la oposición… El deseo latente, subyacente, de aprovechar el momento para derribar el Gobierno es tan evidente como arriesgado en la derecha y en su clac, mediática y social, porque nadie puede asegurar los réditos electorales de una deslealtad, o que se pueda concebir así, en unos tiempos tan difíciles. La experiencia reciente de Ciudadanos, cuando pudo apoyar al PSOE en la legislatura frustrada y no lo hizo, podría servir de referente.

Ya conocemos la canción, si no hay Pactos de la Moncloa, es por culpa de que en el Gobierno está Pablo Iglesias. Pero eso es una equivocación

Ya conocemos la canción, si no hay Pactos de la Moncloa, es por culpa de que en el Gobierno está Pablo Iglesias. Pero eso es una equivocación. Entre otras cosas, porque de esa forma la derecha aporta el veto sectario que precisan en Unidas Podemos para, a su vez, adornarse de consignas y reducir el debate al nominalismo que les conviene: Pablo Iglesias sí; Pablo Iglesias no. Y otra vez Galapagar, y Echenique, y, entre cuchicheos morbosos, cotilleos de parejas que vienen y que van, o que ni vienen ni van. La excusa perfecta para empantanar la necesidad de un gran acuerdo nacional, primer paso ineludible para superar una crisis mundial. ¿De verdad puede pensar alguien que esa es la dimensión de esta crisis?

La política española es un debate descendente hasta que llega a la insignificancia, entonces se recrea, se retroalimenta y se convierte en un canto a la inutilidad. Debates sectarios, que no sirven a la mayoría; polémicas de partido, que no interesan a la mayoría; pactos vaporosos, que nunca calan en la ciudadanía. Esa inercia, que es perceptible en muchos momentos, se hace irritable en circunstancias como esta, en que, por una vez, la clase política tendría que aplicarse a sí misma esa coletilla que repite, ampulosa, como un mantra: “¡Altura de miras!”.