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Marlaska, comiendo negritos
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Javier Caraballo

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Marlaska, comiendo negritos

No hay quien le pueda toser a Marlaska, eso ya lo saben todos en Interior, que aquella casa se ha convertido en la mansión de los 10 negritos, que van cayendo uno a uno

Foto: El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en el Congreso. (EFE)
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en el Congreso. (EFE)

No hay quien le pueda toser a Marlaska, eso ya lo saben todos en el Ministerio del Interior, que aquella casa se ha convertido en la mansión de los 10 negritos, que van cayendo uno a uno, todo es contravenir al ministro. Tras la destitución fulminante de Pérez de los Cobos, ¿cuántos van ya? Solo en la pandemia, el ministro Grande-Marlaska se ha deshecho de dos, al principio y al final; el policía que alertó de la falta de medios cuando el Gobierno aún consideraba que España podía eludir la pandemia, y el guardia civil que ha elaborado un informe sobre las posibles negligencias en la convocatoria de las manifestaciones del 8 de marzo. “Diez negritos fueron a Interior, uno discrepó y quedaron nueve. Nueve negritos se reunieron hasta muy tarde, uno protestó y entonces solo quedaron ocho…”.

En el Ministerio del Interior de Marlaska, la disonancia es una carta de despido desabrida, un despacho recogido con prisas, una salida por la puerta chica, una patada en el trasero. Y el ministro lo sabe desde hace tiempo, que ese es su carácter, porque hasta su marido se lo reprocha, y él mismo lo ha confesado en un libro autobiográfico ('Ni pena ni miedo’, editorial Ariel): “Mis amigos aguantan también mis peores defectos. El orgullo es uno de ellos. Mi susceptibilidad debe de ser muy molesta a veces: con facilidad me siento herido, no doy fácilmente mi brazo a torcer. No sé cómo me soportan. Y me gusta hablar sin que me interrumpan. Mi propio marido lo denuncia”. Lo único que pasa es que la amistad no es como la política sino todo lo contario, y que las parejas de uno no son las de la Policía o de la Guardia Civil, por eso tantos se echaron este lunes las manos a la cabeza cuando se publicó la caída del último negrito.

Foto: Coronel Diego Pérez de los Cobos. (EFE)

Vamos a hacer un rápido recuento de los negritos que han caído. El primer cese lo llevaba en el bolsillo, con independencia de los ajustes del departamento que se hacen en cada relevo de un ministerio, sobre todo cuando se produce, además, un cambio de Gobierno. Aquella destitución fue sonada por el desparpajo sectario con el que la ejecutó Fernando Grande-Marlaska, a pesar de su inexperiencia política: cesó a José Luis Olivera como director del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, y rescató, como nuevo jefe del Gabinete de Coordinación y Estudios de la Secretaría de Estado de Seguridad, al comisario de Policía José Antonio Rodríguez González, de una clara adscripción socialista, persona de confianza en los gobiernos de Rodríguez Zapatero y con un apodo indisimulable entre sus compañeros, ‘Lenin’. Ahí, en ese gesto primero, Marlaska ya marcaba talante.

Eso ocurrió en julio de 2018 y, pocos meses después, en noviembre, cayó otro negrito, el coronel de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, Manuel Sánchez Corbí, por querer echarle un pulso al ministro que, por supuesto, perdió al instante. Aunque se trata de esos episodios de la vida política que nunca se esclarecen en su totalidad, lo que trascendió fue que el coronel de la UCO, contrariado por un nuevo recorte presupuestario, en esta ocasión referido al uso de fondos reservados, decidió filtrar a sus mandos una carta del ministerio en la que se justificaba esa medida. En la Guardia Civil explicaron el malestar diciendo que, con ese recorte, se ponían en peligro algunas operaciones importantes de investigación que estaban en marcha, pero a Marlaska no le sirvió como excusa. Zas.

placeholder El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en un acto de la Guardia Civil. (EFE)
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en un acto de la Guardia Civil. (EFE)

Los dos siguientes episodios son los que más se asemejan a la cínica crueldad que manejaba magistralmente Agatha Christie. Tras el cese de Corbí, se hizo saber que el ministro Marlaska había tomado la decisión de acuerdo con el director general de la Guardia Civil, Félix Azón, y de la secretaria de Estado de Seguridad, Ana Botella. Lo que no sabía ninguno de ellos cuando aplaudieron el relevo del jefe de la UCO es que serían los siguientes negritos que serían fulminados. Oficialmente, se explicó que, en realidad, cuando Grande-Marlaska se hizo cargo del Ministerio del Interior, tuvo que configurar su equipo de confianza con mucha rapidez, sin meditarlo suficientemente, y que al renovar el Gobierno su mandato, procedió a efectuar los nombramientos que habría realizado entonces. La explicación extraoficial ahondaba en la 'desconfianza' y admitía el ministro jamás había mantenido una buena relación con ellos y que algunas de las polémicas surgidas en el largo conflicto de Cataluña precipitaron la salida. Por ejemplo, la llamada operación Judas contra miembros violentos de los comités de defensa de la república (CDR). O las declaraciones del general de la Guardia Civil en Cataluña, Pedro Garrido, cuando dijo en un discurso que esos actos violentos desmentían “la pretendida revolución de las sonrisas”, palabras que los altos cargos independentistas contestaron con una sonada protesta.

Dicen que Marlaska no quiere versos sueltos a su alrededor, que es lo mismo que decir que exige a sus subordinados que no tomen ninguna decisión sin que, previamente, obtenga su beneplácito. Es lo que les ha ocurrido a todos los negritos, incluidos los dos últimos, que han caído por la gestión de la pandemia del coronavirus. Uno al principio y otro al final, y los dos, por pisar ostensiblemente la línea roja de las directrices ministeriales.

Foto: Coche patrulla de la Policía Nacional. (iStock)

A José Antonio Nieto le pasó como a Corbí, que se filtró a la prensa un documento interno que comprometía al ministro Marlaska y su cabeza no tardó en rodar por los pasillos. Nieto era el jefe de riesgos laborales de la Policía y el documento que se filtró fue un borrador, de finales de enero, en el que recomendaba la adquisición y distribución de mascarillas entre los miembros del cuerpo y que se intentara evitar las aglomeraciones.

Esa destitución fue al principio de la crisis y, quizá por los mismos motivos, el ministro del Interior se ha decidido por el último negrito conocido, el coronel Pérez de los Cobos, palabras mayores en la Guardia Civil y en la ciudadanía, que pudo seguir su testimonio en el juicio del 'procés'. Como en ocasiones anteriores, se señala que la causa de la destitución de Pérez de los Cobos como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid es una "falta de confianza", ya que el coronel no había informado (o cotejado, o pactado) con el ministro el informe que ha remitido al juez que investiga por presunta prevaricación al delegado del Gobierno en Madrid por la polémica autorización de las manifestaciones del 8 de marzo, poco antes de declararse el estado de alarma. Marlaska, que es juez antes que ministro, debería saber mejor que nadie que Pérez de los Cobos se debía al secreto ordenado por la jueza expresamente, pero no le ha importado esa minucia de la separación de poderes. En su palacete del ministerio, Grande-Marlaska sigue comiendo negritos.

No hay quien le pueda toser a Marlaska, eso ya lo saben todos en el Ministerio del Interior, que aquella casa se ha convertido en la mansión de los 10 negritos, que van cayendo uno a uno, todo es contravenir al ministro. Tras la destitución fulminante de Pérez de los Cobos, ¿cuántos van ya? Solo en la pandemia, el ministro Grande-Marlaska se ha deshecho de dos, al principio y al final; el policía que alertó de la falta de medios cuando el Gobierno aún consideraba que España podía eludir la pandemia, y el guardia civil que ha elaborado un informe sobre las posibles negligencias en la convocatoria de las manifestaciones del 8 de marzo. “Diez negritos fueron a Interior, uno discrepó y quedaron nueve. Nueve negritos se reunieron hasta muy tarde, uno protestó y entonces solo quedaron ocho…”.

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