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La rebelión de las piscinas
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Javier Caraballo

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La rebelión de las piscinas

El hartazgo, como el coronavirus, es altamente contagioso

Foto: Una mujer nada en una piscina. (Pixabay)
Una mujer nada en una piscina. (Pixabay)
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Fuimos dóciles y obedientes mientras existía una motivación, un reto, una lucha, pero qué pasa cuando todo eso desaparece. Ahora, el idílico comportamiento de la sociedad española durante el confinamiento, su abnegada renuncia a la libertad para derrotar la pandemia, puede romperse por el lugar más insospechado, como la piscina de una comunidad de vecinos.

El personal peta. Explota. No aguanta más. Y el hartazgo, como el coronavirus, es altamente contagioso. Llega el calor del verano, las temperaturas que suben de los 30 grados y derriten la parte de nuestros sesos que regula la paciencia. Sin que nadie lo haya previsto, plaf, de pronto estalla un conflicto que se extiende por todo el mapa.

Y todo empezó así, cuando a la familia del 2º B, portal 2, bloque 5, le llegó una carta por debajo de la puerta, y al abrirla se oyó un grito que recorrió los pasillos y se coló por las rendijas. Voces y gritos, los insultos sucedían a las arengas, las amenazas se confundieron con los aplausos, tan lejos ya de aquellos de cada tarde a las ocho, cuando cantábamos el 'Resistiré'. La rebelión de las piscinas, la que nunca pudo calcular el Gobierno cuando aprobó su último decreto de alarma y no midió las consecuencias prácticas de volver a autorizar el uso de las piscinas en las comunidades de vecinos.

Foto: Un nadador en una piscina. (Pixabay)

Vayamos al ejemplo práctico que pone un profesional del Colegio de Administradores de Fincas, convertidos en el parapeto de todas las indignaciones cuando intentan aplicar las normas dictadas por el Gobierno para que las comunidades de vecinos se instalen en la 'nueva normalidad', que es el periodo de tiempo que va desde el final del confinamiento hasta la generalización de la vacuna del covid-19 y el control absoluto de la enfermedad.

Bien, pues para ese periodo de tiempo, y en lo que se refiere solo a las piscinas de uso común en las comunidades de vecinos, cuyo uso se autoriza en toda España a partir del 1 de junio, estas deben cumplir, entre otras, las siguientes normas, capítulo X, artículo 44, del último decreto de alarma: un aforo máximo del 30% —y más reducido aún si no es posible cumplir con la distancia de seguridad de dos metros entre usuarios—, limpieza y desinfección de todos los equipos y elementos que puedan estar en contacto con los usuarios (corcheras, sombrillas, taquillas…) y tres veces al día aquellos de uso más frecuentes (barandillas, pomos…).

¿Pero qué ocurre si la aplicación estricta de la norma conlleva la imposibilidad de que los vecinos puedan usar la piscina?

No se puede hacer uso de las duchas de los vestuarios ni de las fuentes de agua y es necesario delimitar, con señales en el suelo, las zonas de estancia de los vecinos: todos sus objetos personales, como toallas, deben permanecer dentro de ese perímetro, evitando el contacto con otros ciudadanos. Ahora viene el problema, el origen de la rebelión: ¿pero qué ocurre si la aplicación estricta de esa norma conlleva la imposibilidad de que los vecinos puedan usar la piscina? ¿Qué pasa si la aplicación de la norma se asemeja a una burla, a una tomadura de pelo a los vecinos?

Foto: Dos niñas disfrutan de la playa de Cala en Porter, en Menorca (EFE)

Vamos a un caso concreto, real, que ya ha ocurrido en una provincia andaluza. Lo relata un administrador de fincas, entre sudores de desesperación y agobio porque, para complicar más la situación, las comunidades de vecinos no pueden reunirse, en aplicación de las normas de seguridad de la desescalada. Como en esta: una comunidad de 300 viviendas, repartidas en varios bloques de pisos, y una zona verde en el centro, con una gran piscina común; en total, allí viven unas 1.200 personas (en España, hay más de 5.000 pueblos con menos de 1.000 habitantes).

El administrador de la finca, de acuerdo con el presidente, ha confeccionado un cuadrante de uso de la piscina y el resultado es una burla para cualquiera que lo pueda leer: dividido en dos turnos de visita, mañana y tarde, cada propietario o inquilino solo puede acudir a la piscina una vez cada 22 días. ¿Perdona? ¿Con este calor solo puedo bajar a la piscina una vez cada 22 días? ¿Estás de broma? El administrador de fincas vuelve a sudar: "Ya veremos cómo se puede controlar esto, pero los conatos de rebelión ya se han dado. Ayer mismo, un grupo de mujeres se reunió de forma clandestina en el garaje para conjurarse contra las medidas del decreto; dicen que ellas mismas impondrán sus normas de seguridad y, si es necesario, romperán las vallas que rodean la piscina. Nunca había visto ni oído discursos populistas más efectivos".

placeholder Un flotador, en una piscina. (Pixabay)
Un flotador, en una piscina. (Pixabay)

Todo eso, claro, sin contar con que la aplicación de las medidas de higiene y de seguridad implica un considerable aumento del gasto, derramas de coronavirus, que también conduce a un absurdo laberinto, el presidente de la comunidad y el administrador no pueden hacerlo porque tendría que reunirse la junta de vecinos, con lo que se enfrenta a la aprobación del gasto sin autorización y algún vecino díscolo podría demandarlo en los tribunales. Pero, si al no autorizar un aumento del gasto decide el cierre de la piscina, puede generar más protestas, enfrentamientos y caos general en la comunidad.

En esas, lo que ya han hecho muchos ciudadanos es decidirse por la compra de una piscina hinchable (las ventas en internet han llegado a subir hasta un 546%, en el caso de piscinas infantiles, y un 228% en las demás), pero esta opción puede provocar un problema mucho más grave, el desplome de terrazas o azoteas: 20 centímetros de agua suponen una sobrecarga de 200 kilos por metro cuadrado, como han advertido algunos arquitectos ante el preocupante panorama que se avecina.

Nadie contemplaba que el final de la desescalada pudiera generar más incertidumbre, porque el regreso a la vida que teníamos no es el esperado

La 'nueva normalidad' no es un periodo de felicidad, de serenidad, que sucede a los dos meses y medio de confinamiento, de este arresto domiciliario que hemos vivido los españoles para poder frenar la expansión del virus. Se van los fríos y las lluvias primaverales y la llegada del verano anuncia un tiempo de libertad condicionada en el que pueden estallar todas las tensiones acumuladas en las semanas que se han quedado atrás.

Nadie había contemplado como posibilidad que el final de la desescalada pudiera generar más incertidumbre entre nosotros, más desesperación, porque el regreso a la vida que teníamos, que dejamos abandonada el 14 de marzo, no es el esperado y puede generar todavía más frustración que aquellos días en los que ni siquiera podíamos salir de casa. Ansiábamos la libertad, doblegar la curva, derrotar al virus, cerrar los hospitales de campaña, dejar atrás los aplausos y los discursos de los sábados por la tarde. Pero lo que nos esperaba al abrir la puerta es otra experiencia jamás vivida, como el pasado. Prohibiciones, limitaciones, absurdos. También miedo. Del arresto domiciliario a la libertad condicional. En esas estamos.

Fuimos dóciles y obedientes mientras existía una motivación, un reto, una lucha, pero qué pasa cuando todo eso desaparece. Ahora, el idílico comportamiento de la sociedad española durante el confinamiento, su abnegada renuncia a la libertad para derrotar la pandemia, puede romperse por el lugar más insospechado, como la piscina de una comunidad de vecinos.

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