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El PSOE, sostén de la Corona
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Javier Caraballo

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El PSOE, sostén de la Corona

La actuación de Pedro Sánchez en este momento crítico para la democracia se corresponde con la tradición socialista desde la muerte de Franco, en defensa del pacto constitucional

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su última comparecencia. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su última comparecencia. (EFE)

Y Pedro Sánchez no se echó al monte del republicanismo, que es lo que anunciaban los múltiples vaticinios apocalípticos sobre este presidente del Gobierno. Desde que entró en La Moncloa, lo están llamando “traidor” y, como la anunciada traición solo existe en los discursos, cada vez le añaden nuevos epítetos, como si en la suma de barbaridades se pudiera remediar el despropósito y el ridículo.

A ver, una vez más, se trata de alejarse de la propaganda incendiaria que surge siempre en España, a derecha e izquierda, para empujar a todo el mundo hacia un bando, blanco o negro, conmigo o contra mí. Pues bien, trascendiendo de esa inercia abrasiva de la política española, admitamos que la actuación de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno en este momento crítico para la democracia, tras la marcha de don Juan Carlos fuera de España, se corresponde con la tradición socialista desde la muerte de Franco, en defensa del pacto constitucional que nos ha otorgado este periodo único de derechos y libertades. Pedro Sánchez, de quien tantos desconfiaban como portador de los valores del Partido Socialista, se ha sumado, sin fisura alguna, a la trayectoria del PSOE en la democracia, que ha sido fundamental. Y lo ha hecho en el peor momento, porque preside un gobierno de coalición con un grupo de extrema izquierda que, ante la disyuntiva de representar al Estado como les corresponde o buscar rédito electoral agitando las redes sociales, se han decidido por lo segundo. Prescindiendo de sus obligaciones como responsables públicos, a los miembros de Unidas Podemos en el Gobierno no les ha importado, una vez más, desacreditar el sistema democrático de España. Ni siquiera han tenido el tacto de dejar la crítica a sus diversos portavoces, tantos como tienen, sin involucrar al Gobierno.

Foto:  El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, junto al ministro de Consumo, Alberto Garzón, y la alcaldesa de Barcelona y líder de los comuns, Ada Colau. (EFE)

En fin, nada nuevo ni nada relevante que merezca más comentario que ese patetismo repetido en Podemos: cuando cuestionan la decisión del rey emérito y lo tratan como un fugado que huye de la Justicia, están sembrando de calumnias el Estado de Derecho que ellos, también ellos, representan. Frente a eso, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, una vez más, ha dado muestras de su extraordinaria habilidad con los equilibrios políticos, capaz de afrontar una crisis como esta sin ni siquiera informar a sus socios. Se ve que Pedro Sánchez gobierna con Pablo Iglesias, lo tiene de vicepresidente segundo, pero sigue sin poder dormir tranquilo, por eso no le cuenta ningún secreto de Estado; simplemente le informa, como si fuera un socio preferente del Gobierno, cuando ha pasado todo y los mensajes de la Moncloa han sido claros.

Tres mensajes concretos y contundentes: respaldo a la monarquía parlamentaria (“el pacto constitucional está plenamente vigente”), desvinculación de cualquier movimiento revisionista (“España necesita estabilidad e instituciones robustas”) y apoyo absoluto al monarca (“Felipe VI está tomando medidas de transparencia y ejemplaridad que todos los españoles deben valorar”). La vicepresidenta primera, Carmen Calvo, ha ido más allá y ha salido también en defensa de la decisión de Juan Carlos I frente a los ataques de sus socios de Gobierno: “No huye de nada porque no está inmerso en ninguna causa judicial” como investigado.

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Cuando tengamos más perspectiva de todo lo ocurrido, veremos que la actuación de Pedro Sánchez como presidente socialista enlaza con unas de las claves del éxito de la Transición española; lo que diferencia la Transición de la trágica historia del final de la II República y de la Guerra Civil. La afinidad personal de Juan Carlos de Borbón y de Felipe González, dos hombres de la misma generación, es uno de los factores decisivos de la consolidación de la democracia en España y, por suerte, en estos días hemos comprobado que ese objetivo compartido entre el PSOE y la Corona se mantiene.

El historiador Juan Francisco Fuentes lo define en un libro (‘Con el Rey, contra el Rey. Los socialistas y la Monarquía’) con gran acierto cuando habla de “la concepción juancarlista de la monarquía y la versión felipista del socialismo” en aquellos años de Transición y posteriormente, en el periodo de modernización de España y de integración en la Unión Europea. “Monarquía y socialismo coincidían en un sentido legitimista de su trayectoria y de su razón de ser”, sostiene Fuentes. Esa era la superación definitiva del pasado y la reconciliación que se esperaba. Tanto que, en ese mismo libro, se cuenta una anécdota definitiva. Tras asistir a la toma de posesión de Felipe González como presidente del Gobierno, tras su victoria en octubre de 1982, el rey le comentó a Gregorio Peces-Barba, presidente del Congreso: “Si mi abuelo hubiera podido hacer esto con Pablo Iglesias, no habríamos tenido Guerra Civil. Y Peces-Barba le contestó: “A lo mejor la Guerra Civil fue imprescindible para que hayamos podido tener esto”. El historiador añade que eso es lo que Manuel Azaña llamaba ‘la musa del escarmiento’.

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La afinidad y la complicidad de Felipe González y Juan Carlos volvió a repetirse con José Luis Rodríguez Zapatero, nada que ver con las tensiones y la distancia que el rey emérito mantuvo con Manuel Fraga, en aquellos años de Transición, y posteriormente con José María Aznar. El presidente Zapatero, que siempre fue muy de ocurrencias, llegó a decir aquello de que "tenemos un rey bastante republicano".

Con el paso de los años, llegó la abdicación y Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces como jefe de la oposición, sumó los diputados socialistas a los del Gobierno de Mariano Rajoy para sacar adelante la renuncia de Juan Carlos, el principio de este declive frustrante y decepcionante de su legado histórico. También entonces se agitaron las aguas republicanas y Rubalcaba, que siempre antepuso que no era monárquico, se limitó a decir lo que, ahora, repite Pedro Sánchez, "La monarquía parlamentaria le ha dado una etapa de estabilidad extraordinariamente importante a España y eso debe seguir siendo así. La esencia del pacto constitucional sigue siendo válida". Uno, dos, tres y cuatro… La nueva cantinela es que hay una operación política en marcha por ‘el gobierno social comunista’ para cargarse al rey Felipe VI, pero no hace falta más que contar con los dedos para comprobar que con Pedro Sánchez se confirma que el PSOE sigue siendo el principal sostén de la Casa Real y de la Monarquía parlamentaria. El más valioso porque se trata de un partido republicano.

Y Pedro Sánchez no se echó al monte del republicanismo, que es lo que anunciaban los múltiples vaticinios apocalípticos sobre este presidente del Gobierno. Desde que entró en La Moncloa, lo están llamando “traidor” y, como la anunciada traición solo existe en los discursos, cada vez le añaden nuevos epítetos, como si en la suma de barbaridades se pudiera remediar el despropósito y el ridículo.

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