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Prostitutas, abusos y pandemia
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Javier Caraballo

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Prostitutas, abusos y pandemia

El problema es que usen el miedo para imponer una moral ideologizada a base de nuevas restricciones y prohibiciones, usando el coronavirus como pretexto

Foto: Irene Montero ha pedido el cierre de los clubes de alterne en todo el país.
Irene Montero ha pedido el cierre de los clubes de alterne en todo el país.
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Aprovechando que la pandemia, que es un río que amenaza con desbordarse, atraviesa el miedo de todos, los oportunistas de la política pretenden implantar medidas y restricciones que tienen una dudosa relación con los contagios. Como si quisieran alimentar a la cofradía de los negacionistas de Miguel Bosé, convertido en una absurda criatura parida por este tiempo extraño, van dando palos de ciego y apretando las clavijas de una nueva moral. Parece una constante desde el principio de toda esta locura, el abuso de los poderes públicos para suplir con restricciones de derechos las carencias de la Administración ante la alarma sanitaria, pero, como suele suceder en política, una vez abierta esa puerta, lo que se intenta ahora es colar otros muchos asuntos que, en circunstancias normales, no se plantearían.

Por ejemplo, y no se trata de reabrir ningún debate sobre los perjuicios del tabaquismo, ¿alguien puede creerse que es inocente esta vinculación entre el tabaco y el coronavirus? Ya veremos lo que ocurre, pero podemos tener claro que, a partir de ahora, la prohibición de fumar en la calle, o en las terrazas de los bares, se intentará consolidar como una nueva norma social, con el peso de los hechos consumados. No, que no se trata de minimizar lo que todos ya sabemos sobre las gravísimas consecuencias del tabaquismo para la salud; se trata de defender la libertad y, sobre todo, de señalar con el dedo esta grotesca forma de gobernar que consiste en tratar a la ciudadanía como una sociedad inmadura, incapaz de decidir por sí sola sobre su bienestar y su cuerpo.

Los prostíbulos, un foco de contagio difícil rastrear

Entre los cambios sociales que nos va a dejar esta pandemia de coronavirus cuando pase, habrá aportaciones valiosas que, aunque ya estaban en marcha en las sociedades avanzadas, ahora van a cobrar un impulso definitivo para afianzarse. Uno de los ejemplos más elocuentes, que ya nadie discute, es el aumento del teletrabajo, que pasará de ser una obligación durante el confinamiento a una opción razonable en muchas profesiones y una práctica generalizada en muchas de las grandes empresas. Evidentemente, ante esta realidad, lo que se impone, como exigen desde hace tiempo los sindicatos, es una nueva regulación normativa. Hay más ejemplos de consecuencias positivas, como la proliferación de la bicicleta como medio alternativo al transporte público y privado, en aquellas ciudades y para aquellos trabajos para los que sea posible. Pronto veremos en España imágenes repetidas a las de estos días en Francia, con la alcaldesa de París al frente, de políticos montados en bicicleta, que es una estampa que solo se producía hasta ahora en las campañas electorales.

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El problema, como queda dicho, no está ahí sino en el aprovechamiento tosco de esta oleada de cambios para introducir más prohibiciones y restricciones que, casi todas, están relacionadas con la nueva moral que se intenta imponer, los usos y costumbres de vida que ha pasado a considerarse el modelo social requerido, exigido, con independencia de los gustos de cada cual. De la misma forma que no puede ser inocente la vinculación del tabaco con el coronavirus, la lucha feminista contra la prostitución ha encontrado en el coronavirus la excusa perfecta para avanzar en aquello que, hasta ahora, se ha mostrado imposible: la abolición y erradicación de la prostitución.

Al igual que con el tabaco, no se trata de debatir sobre si la prostitución es aceptable o de si debe estar regulada o severamente perseguida. No se trata de discutir si la miserable trata de blancas, la explotación sexual de mujeres sin recursos, que sí es un delito que ya figura en el Código Penal, se combate mejor con la legalización, como en otros países. No, la cuestión es que para eludir las aristas de ese debate lo que no se puede consentir es que se presente ahora la prostitución como uno de los principales causantes de los nuevos brotes de la pandemia. Sin datos que lo demuestren, sin evidencias, sin el más mínimo sustento científico. La batalla contra la pandemia tiene que ser, antes que eficaz, seria, rigurosa y creíble, porque una cosa lleva a la otra. Si se afirma, como se hace, que los clubes de alterne son un peligroso foco de propagación del coronavirus, también se deberían prohibir y sancionar las relaciones sexuales ocasionales que se mantengan o las que se produzcan fuera de la pareja habitual, porque también constituyen un elemento de contagio difícil de rastrear. ¿O es que se ha demostrado que son las prostitutas las principales portadoras del covid-19?

Lo único que se va a conseguir es que buena parte de la actividad se traslade a locales privados, clandestinos, y muchas se queden tiradas

Le ha faltado tiempo a la ministra de Igualdad, Irene Montero, para instar a todas las comunidades autónomas a cerrar los prostíbulos y locales de alterne, porque se trata de un asunto “particularmente grave” en la propagación de la pandemia. Y luego remarca que, para frenar la expansión del virus, es “importante que se actúe específicamente sobre aquellos lugares donde se ejerce la prostitución”. En otros ámbitos feministas, se añade, sin tapujos, que “solo con la abolición se hubieran podido evitar los contagios”. Falta poco para que alguien diga que sin tabaco y sin prostitutas, España no tendría los peores registros de Europa en la propagación de la pandemia. En fin…

El distanciamiento de la realidad es lo que complica la lucha contra este virus, y el aprovechamiento del miedo para imponer una moral ideologizada a base de nuevas restricciones y prohibiciones es lo que ocasiona el descrédito y promueve el escepticismo. Si la ministra de Igualdad está, de verdad, preocupada por la situación de las prostitutas en esta pandemia, que las llame primero a su despacho y las escuche, aunque no le gusten sus demandas ni comparta su visión de la prostitución. Y que les oiga decir, como afirman, que con el cierre de los prostíbulos lo único que se va a conseguir es que buena parte de la actividad se traslade a locales privados, clandestinos, y que muchas de esas mujeres y sus familias se queden completamente tiradas, sin ingresos, ni ayudas ni protección, mientras el feminismo institucional aplaude su triunfo ganado al río revuelto de la pandemia.

Aprovechando que la pandemia, que es un río que amenaza con desbordarse, atraviesa el miedo de todos, los oportunistas de la política pretenden implantar medidas y restricciones que tienen una dudosa relación con los contagios. Como si quisieran alimentar a la cofradía de los negacionistas de Miguel Bosé, convertido en una absurda criatura parida por este tiempo extraño, van dando palos de ciego y apretando las clavijas de una nueva moral. Parece una constante desde el principio de toda esta locura, el abuso de los poderes públicos para suplir con restricciones de derechos las carencias de la Administración ante la alarma sanitaria, pero, como suele suceder en política, una vez abierta esa puerta, lo que se intenta ahora es colar otros muchos asuntos que, en circunstancias normales, no se plantearían.

Tabaquismo Código Penal