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Los vicios de Pablo Iglesias
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Javier Caraballo

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Los vicios de Pablo Iglesias

Este Pablo Iglesias, ya se ve, tiene el timbre inconfundible de los vicios del poder: el clientelismo, la demagogia, el nepotismo y el acoso al disidente

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)
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Pablo Iglesias ha llegado al poder con los vicios adquiridos, esa es la novedad en la política española. Nada de lo que se le acusa, eso es verdad, supone innovación alguna en las corrupciones de la política, pero lo increíblemente sorprendente es la precocidad con la que este hombre, que es vicepresidente segundo del Gobierno, las ha desarrollado.

Cuando le pusieron el nombre al nacer, Pablo Iglesias —que no es poca cosa—, parece que ya estaban determinando una fatalidad, porque tanta predisposición de grandeza desde la cuna nunca puede salir bien. Así que cuando ese niño, finalmente, llegó al poder, llevaba en su espalda la joroba de un pasado truculento de abusos y atropellos, como un césar revenido. Aquello que dijo Antonio Machado en 1938 del original, del Pablo Iglesias auténtico, se transforma ahora en farsa, siguiendo la versión marxista de la historia cuando se repite dos veces. El poeta, de niño, contempló a Pablo Iglesias entre la muchedumbre y, al oírlo, exclamó que tenía “el timbre inconfundible, e indefinible, de la verdad humana”.

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Este Pablo Iglesias, ya se ve, tiene el timbre inconfundible de los vicios del poder: el clientelismo, la demagogia, el nepotismo, el acoso al disidente. Y la persecución de la prensa crítica cuando le muestra el espejo de su simpleza mundana de los abusos del cargo y la moqueta.

En este último episodio que ha desvelado El Confidencial, la palabra más sobresaliente de toda la noticia es el cargo que ha ocupado en el Congreso de los Diputados la persona que hace de niñera de la pareja que lidera Podemos: “Asistenta”. Esa palabra tiene tan hondas raíces en la política española que nos traslada al primer caso de corrupción conocido, el que impulsó las reformas legales para penalizar todo lo que vino después, aunque nada haya servido de escarmiento.

En el caso Juan Guerra, el entonces vicepresidente del Gobierno justificó la contratación de su hermano con esa misma dedicación, era su asistente. Luego, aquello derivó en lo que todos conocemos, el escándalo de comisiones ilegales que pudrió por completo al PSOE de Felipe González. Que aparezca ahora otra asistenta en el entorno de otro vicepresidente del Gobierno tiene que ser más que una casualidad, es un vicio adquirido.

Pablo Iglesias la colocó así, de asistenta, hasta que con el nacimiento de su hija y la llegada al Gobierno se le pudieron mejorar las condiciones salariales: 52.000 euros como jefa de gabinete adjunta del Ministerio de Igualdad. Pero con las mismas tareas que siempre, “Asistente en el Grupo Parlamentario Podemos-En Comú Podem-En Marea en la Legislatura XI”.

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La asistenta en cuestión se llama María Teresa Arévalo y tiene un nivel 30 de la administración del Estado. Es posible imaginar —es muy recomendable imaginar— la cara que pondrán los funcionarios del Estado cuando se enfrentan a la noticia de un periódico en la que se detalla que el vicepresidente segundo del Gobierno y su pareja, la ministra de Igualdad, Irene Montero, han elevado al nivel 30, que es el nivel máximo, a la persona, sin estudios universitarios, que cuida de su hija, en el despacho o en el mitin.

Los años de estudio, de sacrificios, de renuncias que necesita cualquier joven que aspire a un puesto en la administración del Estado, sobre todo en ese nivel 30, se convierten en una triste burla cuando se tienen noticias de estos nepotismos descarados. Si un día Pablo Iglesias desconcertó a todos, especialmente a muchos de los que le rodeaban, cuando sometió a su organización a la tensión de aprobarle la compra de un chalé millonario, nada podrá sorprenderles ahora el conocimiento de que, por esa misma senda, ha incorporado a la nómina del Gobierno, como antes hizo a cargo del Congreso, a la asistenta que les ayuda con los niños. Y todo ello, como ya se apuntó aquí, para apuntalar el liderazgo de Podemos, en detrimento de los principios fundacionales de la organización, en manos de una pareja que, además, ofrece constantemente síntomas preocupantes de inconsistencia y de mediocridad política en sus intervenciones.

La única parte positiva que tiene el hecho, decepcionante, de que Pablo Iglesias, líder del último gran movimiento político de la izquierda en España, haya llegado al poder con los vicios adquiridos es que también sus reacciones ante las denuncias son perfectamente previsibles. Ni siquiera hace falta indagar en sus pretensiones de dominio y de control sobre los medios de comunicación, porque todo ese debate, que podría ser teórico o ideológico, se reduce a algo más pedestre, mundano, cuando de lo que se trata es de preservar unos privilegios de casta.

Foto: Imagen: Learte

La respuesta, como ya se ha visto, ha sido la de tratar de intimidar a los medios de comunicación, como El Confidencial, que desvelan sus miserias. Siempre, además, lo hacen con campañas de propaganda burdas, intentando simular oscuras tramas de conspiración que solo existen en sus montajes exculpatorios. Pero no, en nada de lo que se conoce existe otra cosa que la voz de aquellos que se sentaban en sus reuniones y asistieron, espantados, a un proceso de degeneración acelerado.

Son los antiguos abogados de Podemos, José Manuel Calvente y Mónica Carmona, los que encontraron la basura que han enviado al juzgado y que, por hallarla, recibieron el finiquito inmediato de la expulsión y el descrédito. A partir de ahí, todo lo demás solo pertenece a los principios sólidos de un periódico dispuesto a buscar la verdad y contarla, sin que ningún poder externo pueda interferir en la exclusiva vinculación con los lectores, con los ciudadanos. Y siempre porque esta profesión no admite empujones ni zancadillas, ni amenazas ni intimidaciones; ante eso, lo que ya dijo un maestro de periodistas, Indro Montanelli: “Todo debe confiarse a los cojones de los periodistas. Cuando uno los tiene, puede cometer errores, pero sigue manteniendo su independencia”. Pues eso.

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Pablo Iglesias ha llegado al poder con los vicios adquiridos, esa es la novedad en la política española. Nada de lo que se le acusa, eso es verdad, supone innovación alguna en las corrupciones de la política, pero lo increíblemente sorprendente es la precocidad con la que este hombre, que es vicepresidente segundo del Gobierno, las ha desarrollado.

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