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El fracaso de la autonomía
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Javier Caraballo

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El fracaso de la autonomía

La Junta de Andalucía vuelve a retrotraer el discurso al grito de entonces de rebeldía frente a las desigualdades y frente a los privilegios, el "andaluces, levantaos" de Blas Infante

Foto: Bandera de Andalucía. (EFE)
Bandera de Andalucía. (EFE)
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Existe un llamativo consenso entre las fuerzas políticas andaluzas cuando hablan de la autonomía: analizan el presente de la comunidad y concluyen que ha fracasado, de tan lejos como está de las expectativas que se crearon. Hay quien lo afirma abiertamente y hay quien lo sostiene de forma solapada; tanto los líderes políticos de la actualidad como los de entonces, hace casi medio siglo ya, cuando comenzaron las primeras manifestaciones andalucistas y todo aquello condujo al referéndum del 28 de febrero de 1980 en el que Andalucía se ganó su autonomía. Aquella fecha, que pasó a celebrarse cada año como el Día de Andalucía, rompió el esquema inicial de descentralización del Estado e impuso un modelo homogéneo, al menos formalmente, con niveles competenciales e institucionales equivalentes, lo que se conoce como el 'café para todos' que ideó el catedrático sevillano y exministro de UCD, Manuel Clavero Arévalo. Con lo cual, ahora, al mirar atrás desde aquella fecha, lo que cuesta trabajo entender es la insatisfacción de la actualidad y los discursos que repiten, como entonces, que solo con poder de influencia en el Congreso de los Diputados se consigue un progreso verdadero en las comunidades, como han demostrado siempre los nacionalistas vascos y catalanes. Como sucede con la minoría canaria o con los movimientos localistas como 'Teruel Existe'. Entonces, si todo se reduce a la influencia en el Gobierno de España, para qué las autonomías. Sostener la tesis de que el poder real solo está en las Cortes Generales es un reconocimiento implícito del fracaso del modelo autonómico. O una excusa para eludir responsabilidades autonómicas, que también puede plantearse como razón última de esta insatisfacción y no es incompatible con lo anterior.

En el caso de Andalucía, que hoy domingo celebra su día, su 28-F, la propia campaña institucional que ha lanzado la Junta de Andalucía vuelve a retrotraer el discurso al grito de entonces de rebeldía frente a las desigualdades y frente a los privilegios, el "andaluces, levantaos" de Blas Infante, el líder andalucista fusilado por las tropas franquistas en 1936, convertido hoy en 'padre de la patria andaluza'. El Gobierno andaluz de coalición del Partido Popular y Ciudadanos ha vuelto a rescatar el grito, con una actualización: "Andaluces, de nuevo, levantaos". ¿Otra vez hace falta una movilización? ¿Es que no se consiguió ya la autonomía del primer nivel competencial que se reclamaba hace cuarenta años? El presidente andaluz de aquellos años de la extraordinaria movilización del referendum, el socialista Rafael Escuredo, también mantiene una posición muy similar cuando asegura estos días que "Andalucía debe levantar la voz y decir que nadie está por encima de nadie: el Gobierno central no puede ceder a una política bilateral de privilegios con quien más llora". Es más contundente el histórico líder andalucista, Alejandro Rojas Marcos: "El 28-F fue una gran trampa que le pusieron al pueblo andaluz y la prueba está en que la autonomía andaluza no ha avanzado en estos cuarenta años. Se ha solidificado; no pintamos nada, no existe un poder andaluz. Ya es hora de que nos levantemos", dice Rojas Marcos.

Todavía hay más. La líder de Adelante Andalucía, una escisión de Podemos, Teresa Rodríguez, que ni siquiera había nacido cuando se celebró el referéndum, también tiene un discurso parecido de insatisfacción, de frustración sobre la realidad autonómica: "Andalucía continúa, e incluso ha acentuado, su dependencia económica, su subalternidad política y su degradación cultural. La autonomía, tan difícilmente conquistada –quebró incluso la organización territorial del Estado diseñada inicialmente en la Constitución del 78–, se ha mostrado verdaderamente insuficiente para invertir la todavía creciente brecha de Andalucía respecto a la media del Estado y a otras comunidades autónomas". Esa afirmación, que forma parte del programa electoral de Adelante Andalucía, podría suscribirla el ya citado Rojas Marcos, porque se pregunta lo mismo: "¿Qué hacemos mal los andaluces para seguir en la cola de Europa, como hace cuarenta años?".

La pregunta de Rojas Marcos es, desde luego, la más oportuna, aunque las respuestas no sean quizá las que se ofrecen desde la política. Es una verdad incuestionable que el Estado autonómico que se diseñó en la Transición ofrece una contradicción de origen, porque la enorme descentralización que se realizó no se corresponde con la dependencia financiera que se sigue teniendo del Estado. Al no existir en España una fuerza bisagra de centro, que complemente gobiernos a izquierda y derecha, ese papel ha recaído siempre en las minorías nacionalistas que, abiertamente, negociaban apoyos a cambio de una mayor financiación. El caso de los diputados vascos del PNV es paradigmático porque suman los beneficios obtenidos por sus apoyos parlamentarios a las enormes ventajas del sistema de financiación propio, el concierto y el cupo. Esa anomalía de base del sistema autonómico, por tanto, es incuestionable y merecería una revisión profunda del modelo, incluyendo la reforma de la ley electoral, que reduzca el peso de los nacionalistas en el Congreso de los Diputados, y la reforma del Senado, una cámara absolutamente inoperante, para que sea allí donde confluyan, se representen y se coordinen los principales asuntos que afectan a todas las autonomías.

Pero el debate no se agota ahí. La pregunta sobre lo ocurrido en estos cuarenta años, el porqué de esta insatisfacción autonómica, se puede ampliar más allá de las competencias: ¿la culpa de seguir a la cola de Europa es del modelo autonómico o de la mala gestión de la autonomía? ¿Ha sido solo un problema de una mala financiación o también se debe a un mal uso de esa financiación? El montante global del presupuesto de la Junta de Andalucía para este año 2021 es de 41.180 millones de euros, que es, por ejemplo, más de lo que va a recibir Francia de la Unión Europea (40.000 millones) y mucho más de lo que destinará a Grecia (30.000 millones) para la recuperación económica después de la pandemia. Si el modelo autonómico ha fracasado, como se constata, o es muy mejorable, la insatisfacción no puede enrocarse otra vez en las mismas consignas políticas repetidas desde hace cuarenta años como si nada hubiera cambiado. ¿Otra vez lo mismo? ¿Siempre el mismo debate? No, no puede ser, y solo tenemos que pensar en la segunda oleada de reformas estatutarias de 2007, que fue una maniobra política completamente ineficaz en lo que se refiere a la calidad de las autonomías y absolutamente irresponsable por abrir de nuevo un debate que estaba ya cerrado; las consecuencias se han padecido sobradamente con Cataluña.

Existe un llamativo consenso entre las fuerzas políticas andaluzas cuando hablan de la autonomía: analizan el presente de la comunidad y concluyen que ha fracasado, de tan lejos como está de las expectativas que se crearon. Hay quien lo afirma abiertamente y hay quien lo sostiene de forma solapada; tanto los líderes políticos de la actualidad como los de entonces, hace casi medio siglo ya, cuando comenzaron las primeras manifestaciones andalucistas y todo aquello condujo al referéndum del 28 de febrero de 1980 en el que Andalucía se ganó su autonomía. Aquella fecha, que pasó a celebrarse cada año como el Día de Andalucía, rompió el esquema inicial de descentralización del Estado e impuso un modelo homogéneo, al menos formalmente, con niveles competenciales e institucionales equivalentes, lo que se conoce como el 'café para todos' que ideó el catedrático sevillano y exministro de UCD, Manuel Clavero Arévalo. Con lo cual, ahora, al mirar atrás desde aquella fecha, lo que cuesta trabajo entender es la insatisfacción de la actualidad y los discursos que repiten, como entonces, que solo con poder de influencia en el Congreso de los Diputados se consigue un progreso verdadero en las comunidades, como han demostrado siempre los nacionalistas vascos y catalanes. Como sucede con la minoría canaria o con los movimientos localistas como 'Teruel Existe'. Entonces, si todo se reduce a la influencia en el Gobierno de España, para qué las autonomías. Sostener la tesis de que el poder real solo está en las Cortes Generales es un reconocimiento implícito del fracaso del modelo autonómico. O una excusa para eludir responsabilidades autonómicas, que también puede plantearse como razón última de esta insatisfacción y no es incompatible con lo anterior.

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