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Las cloacas de Exteriores del Gobierno
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Las cloacas de Exteriores del Gobierno

En un solo año, se han producido dos acontecimientos contrarios a toda lógica diplomática: el episodio de la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, y la entrada en España del general del Frente Polisario

Foto: La ministra de Exteriores de España, Arancha González Laya. (EFE)
La ministra de Exteriores de España, Arancha González Laya. (EFE)

Las cloacas de Exteriores existen y con este Gobierno de Pedro Sánchez han comenzado a desbordarse por los husillos como nunca había sucedido. La diplomacia, por definición, es una actividad discreta, tendente a limar asperezas entre los países, sobre todo si son países vecinos, salvo para este Gobierno que, en vez de solucionar problemas, los provoca, los genera. En un solo año, desde que tomó posesión el gabinete de coalición del PSOE y de Podemos, se han producido dos acontecimientos contrarios a toda lógica diplomática que, unidos ambos, provocan un inquietante pavor de insensatez: aquel episodio esperpéntico de la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, y el que estamos viviendo en la actualidad, de la entrada en España del general del Frente Polisario, Brahim Ghali. Se trata de dos acontecimientos que nada tienen que ver entre sí salvo el ‘modus operandi’: una actuación contraria al interés internacional de España, de objetivos incomprensibles o inconfesables, de ejecución chapucera y con una explicación final engañosa.

¿Cómo y por qué llegó la vicepresidenta de Venezuela a España, en su 'jet' de lujo, si tenía prohibido pisar todo el territorio europeo? ¿Por qué quiso vulnerarlo España y arriesgarse a una dura sanción? Un año después no se sabe: todo quedó envuelto en la atmósfera espesa de mentiras del ministro de Fomento, José Luis Ábalos, que la pandemia de coronavirus que vino después acabó de borrar. Lo único que pudimos deducir es que alguien del Gobierno, o del entorno del Gobierno, organizó la visita, que posteriormente se quiso abortar por las graves consecuencias que le acarreaba a España ante la Unión Europea, y que se quiso ocultar todo, de la forma más grotesca imaginable. Pues bien, ahora, con la entrada ‘clandestina’ del jefe del Frente Polisario, se acumula un abanico parecido de preguntas y un manto de sospechas creciente.

¿Cómo y por qué llegó la vicepresidenta de Venezuela a España, en su 'jet' de lujo, si tenía prohibido pisar todo el territorio europeo?

Para empezar, lo que resulta imposible de justificar es que un país serio de la Unión Europea le facilite una identidad falsa a una persona de relevancia internacional para que pueda entrar en su territorio. Conviene repetir de nuevo lo ocurrido: España ha coordinado a sus ministros de Asuntos Exteriores y de Interior para hacerle llegar al general saharaui un pasaporte falsificado —un pasaporte legal, pero con identidad falsa— que la Policía, previamente alertada, pasó por alto, al igual que el hospital de Logroño en el que fue ingresado. ¿Cómo puede justificarse una actuación así? Si lo que movió al Gobierno español a acoger a Brahim Ghali eran razones “estrictamente humanitarias” —por la gravedad del general, contagiado de covid—, la entrada en España se realiza sin esos torpes subterfugios de clandestinidad que solo pueden generar confusión y malestar entre aquellos a los que se ha pretendido ocultar su acogida.

¿Quién puede ser tan ingenuo de pensar que Marruecos no se iba a enterar de la llegada del general saharaui a España, con identidad falsa? ¿Y quién puede ser tan inconsciente para no reparar en la reacción inmediata de Marruecos, que desde hace meses está en guerra con el Frente Polisario? A los tres días de aterrizar en España, la presencia de Ghali ya estaba en los medios de comunicación marroquíes, como era de esperar. Igual que la reacción de Marruecos, que ya ha dejado claro que se toma lo sucedido como una burla y una grave injerencia en sus asuntos internos. Y por supuesto, nada inocente o casual: "Un acto premeditado, una elección voluntaria (…) de la que Marruecos extraerá todas sus consecuencias". Las consecuencias, evidentemente, tendrán que ver con aquellos asuntos que nos afectan a ambos países, desde la lucha contra el terrorismo islámico, hasta la inmigración, pasando por los tratados de pesca, las relaciones comerciales o la eterna tensión con Ceuta y Melilla.

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Las cloacas del Estado como concepto político, una metáfora del urbanismo, siempre han existido, desde la antigua Roma, y lo seguirán haciendo porque son necesarias para el funcionamiento de un país, los secretos de Estado, la reserva, la resolución discreta de algunos problemas en aras al bien común. Pero cuando se apartan de esos intereses generales, las cloacas se pueden convertir en un pudridero, que es lo que ya ha pasado en España en muchas ocasiones con las cloacas de Interior. La novedad ahora en la política española son estos escándalos, en apariencia perfectamente evitables e innecesarios, que afectan al Ministerio de Asuntos Exteriores. Y por muchas vueltas que se le dé, resulta incomprensible. De la misma forma que ningún país serio de la Unión Europea se prestó a la jugarreta de la vicepresidenta de Nicolás Maduro, nadie se ha complicado la vida con Marruecos con un plan tan burdo como el de falsificar la identidad de una persona como Brahim Ghali para meterlo en su país, y ahí está la negativa de Alemania, como detallaba hace unos días en El Confidencial, Ignacio Cembrero, uno de los mayores especialistas en el Magreb.

De todas formas, el efecto de las cloacas no se queda ahí, sino que afecta también a la vida interna en España porque resulta que el general saharaui no es un hombre cualquiera: el 25 de agosto de 2020 se presentó en la Audiencia Nacional una querella criminal contra Brahim Galli y diecinueve líderes saharauis más por presuntos delitos de lesa humanidad contra un activista saharaui, Fabel Breica, disidente del Frente Polisario.

¿Y si la entrada con identidad falsa en España no tenía que ver con Marruecos, sino con un intento de burlar a la Audiencia Nacional?

La querella criminal, que firma la penalista María José Malagón Ruiz del Valle, es, en algunos párrafos, un relato de escenas cinematográficas, secuestros, cárceles inmundas e ilegales del desierto, torturas y golpes constantes, los ojos vendados y los pies y las manos atadas, descargas eléctricas… Cuando se interpuso la querella, había poca esperanza de que se pudiera detener en España a Brahim Ghali, pero, ahora, la situación ha dado un giro inesperado. Pero ¿y si la entrada con identidad falsa en España no tenía que ver con Marruecos, sino con un intento de burlar a la Audiencia Nacional? Cuando se conoció el escándalo, el juez Santiago Pedraz activó la querella, instado por la acusación, y lo citó a declarar, en dos ocasiones, pero el general saharaui no ha acudido por su hospitalización. Aunque algunas fuentes de la acusación sostienen que ya ha pasado a planta, el juez Pedraz lo ha vuelto a citar para el 1 de junio. ¿Por qué tanto tiempo después? ¿Lo aprovechará para abandonar España sin tener que comparecer ante la Justicia?

¿Quién evitará que el Gobierno aparezca como cómplice si acaba fugándose del país? De hecho, la sospecha de algunas de las partes implicadas en este caso, según han expuesto a El Confidencial, es que se trata de “una maniobra” para permitirle que salga de España. Ya veremos qué pasa y si, como en el caso Delcy, el Gobierno pretende envolverlo todo con un manto de engaño y falsedad. Aunque cuando las cloacas se desbordan, nunca se sabe bien hasta donde llegará la purulencia.

Las cloacas de Exteriores existen y con este Gobierno de Pedro Sánchez han comenzado a desbordarse por los husillos como nunca había sucedido. La diplomacia, por definición, es una actividad discreta, tendente a limar asperezas entre los países, sobre todo si son países vecinos, salvo para este Gobierno que, en vez de solucionar problemas, los provoca, los genera. En un solo año, desde que tomó posesión el gabinete de coalición del PSOE y de Podemos, se han producido dos acontecimientos contrarios a toda lógica diplomática que, unidos ambos, provocan un inquietante pavor de insensatez: aquel episodio esperpéntico de la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, y el que estamos viviendo en la actualidad, de la entrada en España del general del Frente Polisario, Brahim Ghali. Se trata de dos acontecimientos que nada tienen que ver entre sí salvo el ‘modus operandi’: una actuación contraria al interés internacional de España, de objetivos incomprensibles o inconfesables, de ejecución chapucera y con una explicación final engañosa.

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