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El flamenco es de izquierdas y de Madrid
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Javier Caraballo

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El flamenco es de izquierdas y de Madrid

La polémica superficial no tiene nada de esto, es insustancial, caprichosa o simplemente absurda. El porqué se debe al intento político de apropiación del flamenco

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la reapertura del Corral de la Morería el pasado mes de mayo. (EFE)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la reapertura del Corral de la Morería el pasado mes de mayo. (EFE)

Las polémicas del flamenco siempre están asociadas a lo más jondo y a lo más superficial, lo cual podría parecernos hasta coherente con la naturaleza de un fenómeno así, que trasciende ampliamente del mero hecho musical. De esos dos tipos de polémicas, las únicas respetables son las jondas, que son auténticas, a diferencia de las primeras, porque se refieren a la misma esencia de este arte y a la preocupación por su futuro. Las otras, las superficiales, están asociadas siempre a la política, y llegan a ser patéticas, como ahora veremos. Pero vamos primero con la polémica jonda, porque así, desde esa altura, se verá mejor la nadería de la segunda, la superficial. En síntesis, la polémica jonda se resume en una tensión permanente entre la pureza y la evolución. Todo el mundo conocerá ejemplos recientes de lo que algunos llaman 'flamenco fusión', desde Ketama a Rosalía, cuyo desprecio entre los amantes de lo jondo aumenta de forma exponencial a medida que crecen las audiencias. Evolución para unos, burda adulteración del flamenco para otros.

El debate, en fin, no se resolverá nunca y lo único objetivo, al alejarse de esa melé, es la constatación de que la mera existencia de esa tensión es un síntoma inequívoco de vitalidad y progreso. Pensemos, por ejemplo, en el fracaso estrepitoso del disco 'La leyenda del tiempo', de Camarón de la Isla. Cuando salió al mercado, en 1979, recibió críticas feroces de los flamencos y del público, al extremo de que se devolvían discos en las tiendas porque decían que no era flamenco. Cuarenta y dos años después, en San Fernando, su ciudad, se ha inaugurado un museo dedicado a su figura, convertida en objeto de veneración; hasta allí van miles y miles de personas como en peregrinación.

La polémica superficial no tiene nada de esto, es insustancial, caprichosa o simplemente absurda. El porqué de su existencia se debe al intento político de apropiación del flamenco, como sucede con todo lo que adquiere una cierta relevancia en la sociedad. También es posible que algunos políticos se metan en esos jardines buscando protagonismo, pero solo cosechan descrédito, aunque el ruido de los palmeros de los que siempre se rodean —nunca mejor empleada la expresión— los aísla de las críticas verdaderas. En fin, todo comienza con una diputada de la Asamblea de Madrid, Almudena Negro, y se remata con la líder en Andalucía de una de las variadas escisiones de Podemos, Teresa Rodríguez, abanderada de los anticapitalistas y revestida ahora de andalucista libertaria.

El flamenco ni es patrimonio de nadie ni se puede localizar su origen

Lo que aseguró la primera es lo siguiente: "El flamenco nace en Madrid. El 95% de los artistas sale de aquí. Siento si les molesta, no hay nada detrás, salvo el interés en preservar algo que es patrimonio inmaterial de la Humanidad". A los pocos días, la gaditana Rodríguez afirmó: "El flamenco es el testimonio vivo de la lucha del pueblo gitano contra el exterminio ordenado una y otra vez por los reinos de Castilla. Hay que decirle a esta señora que el flamenco es patrimonio del pueblo gitano y encuentra en Andalucía un ecosistema de privilegio". De disparate en disparate, polémica servida aunque, como todas estas naderías, siempre es fugaz, candela de papeles.

Más interesante que rebatir ambas afirmaciones, falsas como la falsa moneda de la copla, es intentar comprender las razones políticas que las animan, lo que subyace debajo. Pero vamos a ello: sobre los orígenes del flamenco, la importancia del pueblo gitano o las sedes fundamentales de este arte, bastará con decir que el flamenco ni es patrimonio de nadie, por supuesto, ni se puede localizar su origen en un momento determinado. Tampoco es 'propiedad intelectual' de un pueblo, como el gitano, ni de una zona concreta de España. "El flamenco es una expresión artística que nace de la mezcla de muchas culturas: la árabe, la judía, la de los gitanos (que llegaron a España en el siglo XV y muchos se quedaron en Andalucía). Y con la cultura andaluza. De esa mezcolanza cultural en Andalucía surgió el flamenco. Allí empezó y se desarrolló este arte que con el tiempo se ha extendido convirtiéndose en una manifestación artística universal".

Esta definición, extraída de una de las páginas de los tablaos madrileños, a los que no les hace sombra ningún otro en el mundo, como el famosísimo Corral de la Morería, puede aceptarse como válida, por el reconocimiento de la universalidad y el origen remoto e impreciso. En cuanto al pueblo gitano, el reconocimiento de su importancia en el flamenco no nos puede llevar a la adscripción del fenómeno a la llegada a España de los primeros gitanos, sobre 1425, procedentes de Europa. "Hay cantes como los de fragua, las seguiriyas o las soleares en que los gitanos han tenido muchísima importancia, pero otra cosa diferente es que crearan los sistemas musicales del flamenco, que estaban en Andalucía mucho antes de que llegaran", asegura Manuel Bohórquez, crítico e investigador flamenco.

Foto: Miguel Soto (i), Jesús Corbacho, Rafael Campallo (c), David Vargas y Jesús Rodríguez (d) en el Teatro Real. (Juanlu Vela)

Si la diputada del PP de Madrid sostiene, absurdamente, que el flamenco nació en Madrid, es solo por secundar a su jefa de filas, Isabel Díaz Ayuso, en su exitosa estrategia del nacionalismo madrileño, resumida en esa famosa frase de "vivir a la madrileña". Igual que Díaz Ayuso, la diputada Almudena Negro no ha entendido aún que se puede defender la ciudad, la región o el país donde uno ha nacido sin insultar ni menospreciar a los demás. Lo de Teresa Rodríguez también es digno de estudio político. Tras romper con la disciplina de Podemos, la diputada anticapitalista se ha ido decantando por un andalucismo de corte libertario, que busca permanentemente la confrontación con otros territorios, incluso de forma imaginaria.

La líder de Adelante Andalucía, que así se llama, por el momento, su formación política, tiene un interés exacerbado, por ejemplo, por enfrentarse a los Reyes Católicos, como si fueran agentes políticos de la actualidad. Cada efeméride histórica en que se le presenta la ocasión, no la desaprovecha. Ahora, con el flamenco, igual. El más veterano de los críticos de flamenco de Andalucía, mi apreciado Manuel Martín Martín, mosca cojonera entre los flamencos, alabado y vituperado, mantiene desde hace años que la clase política española ha suplantado a los señoritos en el flamenco, de forma que actúan como ellos, con el mismo interés apropiador. "Desde que los nuevos señoritos politizaron el flamenco, lo adulteraron. Tomaron su nombre en vano para crear chiringuitos con asesores de la nada que, a la postre, no atienden a la demanda del mercado ni a los cambios producidos, y tampoco a la estructura social de lo jondo", dice Martín Martín. Pues será. Pero, vamos, que el flamenco no es ni de izquierdas ni de Madrid.

Las polémicas del flamenco siempre están asociadas a lo más jondo y a lo más superficial, lo cual podría parecernos hasta coherente con la naturaleza de un fenómeno así, que trasciende ampliamente del mero hecho musical. De esos dos tipos de polémicas, las únicas respetables son las jondas, que son auténticas, a diferencia de las primeras, porque se refieren a la misma esencia de este arte y a la preocupación por su futuro. Las otras, las superficiales, están asociadas siempre a la política, y llegan a ser patéticas, como ahora veremos. Pero vamos primero con la polémica jonda, porque así, desde esa altura, se verá mejor la nadería de la segunda, la superficial. En síntesis, la polémica jonda se resume en una tensión permanente entre la pureza y la evolución. Todo el mundo conocerá ejemplos recientes de lo que algunos llaman 'flamenco fusión', desde Ketama a Rosalía, cuyo desprecio entre los amantes de lo jondo aumenta de forma exponencial a medida que crecen las audiencias. Evolución para unos, burda adulteración del flamenco para otros.

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