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Merkel y Casado, tres diferencias abisales
Pese a la distancia que existe en la cultura política de España y Alemania, podemos detectar tres diferencias abisales entre Merkel y Casado: determinación, adaptación y transversalidad
La gran líder del centro derecha europeo, Angela Merkel, se va de la política en la misma semana en que el líder conservador español, Pablo Casado, pretende afirmarse como alternativa en la convención nacional de su partido, el PP, rodeado de una docena de líderes internacionales. Las diferencias entre ambos dirigentes son tan enormes como las que existen entre la política alemana y la española, pero, salvando esa distancia, sí que podemos señalar tres características de la trayectoria política de Merkel que la han convertido en una líder aclamada, en un referente internacional, frente al titubeo en esas mismas parcelas que hace dudar de Pablo Casado. Se trata de observar las características personales de un dirigente político para obtener, como sabían muy bien los romanos, la 'potestas' y la 'auctoritas' necesarias en un líder; el poder que se alcanza por la elección para dirigir un partido político o un país y el reconocimiento social que se le concede por su ejemplo.
Desde esa perspectiva personal, pese a la distancia que existe en la cultura política de dos países tan distintos como España y Alemania, podemos detectar tres diferencias abisales entre Angela Merkel y Pablo Casado, con la única ventaja a favor del presidente del Partido Popular de que, por su juventud, tiene por delante una larga carrera política si consigue disipar la niebla de incertidumbre que lo envuelve. Esas tres diferencias son: primero, determinación ante la corrupción política; en segundo lugar, adaptación y sensibilidad ante las nuevas corrientes y problemas sociales, y, en tercer lugar, espíritu de transversalidad frente a la polarización política.
Determinación. En 1999, Angela Merkel, con 45 años —tan solo cinco más de los que tiene en la actualidad Pablo Casado—, era ya la secretaria general del gran partido del centro derecha alemán, los democristianos de la CDU. Su mentor en política había sido el propio Helmut Kohl, que lo era todo en la política alemana, artífice de la unificación tras la caída del muro de Berlín y un europeísta convencido, gran amigo de Felipe González. Cuando estalló en la CDU un escándalo político de comisiones ilegales y sobresueldos no declarados por algunos altos cargos, Angela Merkel no tuvo dudas sobre su posición: publicó una carta en el ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ en la que denunciaba sin paliativos lo ocurrido y sentenciaba al líder: “La época de Kohl ha terminado de forma irreparable”, decía.
Merkel podía decirlo porque ella, efectivamente, nada tenía que ver con aquellos casos de corrupción en su partido y, por esa razón, su denuncia la aupó hasta el liderazgo y, al poco tiempo, hasta la cancillería alemana. Financiación ilegal, tráfico de comisiones y maletines, sobresueldos a los altos cargos… Los casos de corrupción política llegan a parecerse tanto que la comparación entre las respuestas políticas es fácil de establecer.
Pablo Casado considera que la depuración de un caso de corrupción interna consiste en la ignorancia del pasado y de sus protagonistas: Se aparta al corrupto, o al implicado en el caso de corrupción, como si se tratase de casos aislados; lo que nunca se reconoce es la existencia del mal, el mecanismo interno de financiación irregular. Por eso, se suceden los escándalos de corrupción. Casado solo reivindica a Mariano Rajoy, como por ejemplo ha hecho en el primer acto de esta convención nacional, celebrado en Galicia, por sus éxitos en el Gobierno, pero desconoce todo lo demás. Igual le sucede con Aznar. A principios de año, en una entrevista con Carlos Alsina en Onda Cero, llegó a decir: “Eso es algo de lo que no tenemos ninguna información. El PP del que hablan los medios ya no existe, es como si a Merkel le preguntaran por los casos de corrupción de Kohl”. Ignoraba que si no le preguntaban es porque Merkel fue la primera en denunciarlo.
Adaptación. El pragmatismo que todo el mundo valora en Angela Merkel se ha extendido a parcelas ideológicas de las que ella misma, y su partido, se mostraba muy alejada al principio. Como líder política de uno de los países más poderosos del mundo, la canciller alemana ha sabido detectar, reconocer e identificarse con algunas de las nuevas inquietudes y demandas sociales, como la ecología o la inmigración. En el primer caso, Merkel protagonizó uno de los cambios de rumbo políticos más abruptos que se recuerdan: en contra de lo prometido, después de ampliar la vida útil de las centrales nucleares de Alemania, decretó un apagón nuclear, horrorizada por lo ocurrido en el accidente de la central de Fukushima, en Japón.
Las dudas suscitadas no se han resuelto hoy, porque la transición energética no ha logrado satisfacer la demanda, pero nadie dudará de que ese camino, de cuidado del medio ambiente y lucha contra el cambio climático, ya no tiene regreso en ningún país del mundo. También en inmigración Merkel supo detectar la sensibilidad social y, en contra de su propio partido, reaccionó con decisiones que estaban a la altura del drama que se estaba viviendo, la mayor emergencia humanitaria que se vivía desde la Segunda Guerra Mundial por el exilio y la huida de cientos de miles de sirios. Alemania acogió a un millón y medio de refugiados de Siria: “Alemania es un país fuerte. Podemos ocuparnos de esto”, sentenció Merkel.
Transversalidad. El pragmatismo y la sensibilidad social aplicada por Merkel, pasando por encima de esquemas ideológicos prefijados, de consignas y de limitaciones de su propio partido, son los que le procuraron otra de sus principales características como líder política reconocida: la transversalidad política. Por fases, la han acusado, desde la izquierda, de ocultar o disimular un alma de derechas, al mismo tiempo que desde sus propias filas decían que había girado hacia la socialdemocracia. Pero es ahí donde está la clave. Algunos cronistas alemanes dicen que su éxito consistía en que, en la derecha, no la veían tan socialdemócrata como para no votarla y que, en la izquierda, no la veían tan de derechas como para no votarla.
A esa transversalidad habría que sumarle la negativa rotunda a pactar con la extrema derecha, pero también este es un rasgo que se puede extender a toda la política alemana. El recuerdo del nazismo y del estalinismo provoca una repulsión inmediata en la clase política alemana, de forma que los cordones sanitarios se ejercen a izquierda y a derecha, mientras que se abre la posibilidad de coaliciones de tantos colores que se denominan como las banderas de algunos países, Jamaica, Kenia… Nada que ver con la política española, que ha pasado del bipartidismo al ‘bibloquismo’, y aún volverá de nuevo al bipartidismo, sin que pueda contemplarse la mera posibilidad de que los dos grandes partidos pacten, siquiera, algunas cuestiones de interés general. Pablo Casado, es verdad, podrá escudarse en la inercia polarizadora de la política española, pero eso no remedia, ni le exculpa, las carencias que se observan en su intento de liderazgo.
La gran líder del centro derecha europeo, Angela Merkel, se va de la política en la misma semana en que el líder conservador español, Pablo Casado, pretende afirmarse como alternativa en la convención nacional de su partido, el PP, rodeado de una docena de líderes internacionales. Las diferencias entre ambos dirigentes son tan enormes como las que existen entre la política alemana y la española, pero, salvando esa distancia, sí que podemos señalar tres características de la trayectoria política de Merkel que la han convertido en una líder aclamada, en un referente internacional, frente al titubeo en esas mismas parcelas que hace dudar de Pablo Casado. Se trata de observar las características personales de un dirigente político para obtener, como sabían muy bien los romanos, la 'potestas' y la 'auctoritas' necesarias en un líder; el poder que se alcanza por la elección para dirigir un partido político o un país y el reconocimiento social que se le concede por su ejemplo.
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