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Los curas carcas, la Iglesia y los gais
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Javier Caraballo

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Los curas carcas, la Iglesia y los gais

Al obispo de Tenerife le preguntaron si "la homosexualidad es pecado mortal hoy en día", y el representante de la Iglesia contestó: "Depende de la persona y de las circunstancias"

Foto: El papa Francisco. (EFE/Giuseppe Lami)
El papa Francisco. (EFE/Giuseppe Lami)

En algún momento del año, en la Iglesia española siempre salta la liebre. Puede ocurrir en cualquier provincia, en cualquier obispado, pero la sensación que dejan siempre es la misma, la carcunda que esconden las sotanas españolas. Esta vez ha sido el obispo de Tenerife, llamado monseñor Bernardo Álvarez, y su desatino enorme ya ha desatado una campaña de firmas en su contra para que el Vaticano lo destituya de forma inmediata, además de un caudal de protestas en los medios de comunicación, sobre todo de las Islas Canarias.

En el 'Diario de Avisos' —precioso nombre de periódico, con el regusto de una novela de Tabucchi—, recogieron las declaraciones del obispo tinerfeño con un titular que reflejaba bien la polémica: "El obispo de Tenerife, preguntado sobre si la homosexualidad es pecado mortal, dijo: 'Depende". El titular es acertado, porque en otros medios no se le ha dado tanta importancia a la matización, "depende", y se han inclinado por un trazo más grueso, menos preciso: "El arzobispo de Tenerife dice que la homosexualidad es pecado mortal". Y no fue así; fue peor, porque el uso del verbo intransitivo lo agrava desde el punto de vista de la Iglesia, al margen de lo que, personalmente, pueda pensar este obispo de la homosexualidad.

Foto: Xavier Novell, en una imagen de archivo. (EFE/Ramon Estany)

A Bernardo Álvarez le preguntaron en la Televisión Canaria si "la homosexualidad es pecado mortal hoy en día", y el obispo, el representante de la Iglesia, contestó: "Depende de la persona y de las circunstancias. Para que una cosa sea pecado mortal hace falta que una persona sea consciente de que es pecado y que lo haga libremente, que no esté condicionado por nada. Eso es como la persona que bebe, hace cualquier disparate y dice, ‘es que estaba bebido’… Pues lo que tenía que hacer es no beber, porque lo que hizo fue sin darse cuenta".

El término —depende— es esencial para comprender lo que piensa este obispo porque nos desvela que monseñor en ningún momento duda de que la homosexualidad sea algo dañino o pernicioso, un vicio perjudicial para el ser humano como el alcoholismo, que es la comparación que utiliza; no, nada de eso lo cuestiona, porque la única duda que expresa es que para que, además, sea pecado mortal hace falta que el homosexual sea consciente de lo que hace, como el borracho cuando se agarra a una botella.

Tras la entrevista, el obispo ha pedido perdón, es verdad, pero no porque rectifique sus palabras, su pensamiento, sino porque se arrepiente de haber podido ofender a alguien. "En primer lugar, pido perdón a cuantos haya podido ofender con mis palabras, de manera especial a las personas LGTBI, a quienes expreso mi respeto y consideración. He de reconocer que no estuve acertado al responder a algunas cuestiones que requieren una más detenida reflexión y explicación. No quise fomentar la discriminación, ni comparar la homosexualidad con el alcoholismo ni con cualquier otra realidad. Lamento haber inducido a confusión y causado dolor. Como obispo, reitero mi adhesión a las enseñanzas de la Iglesia y mi voluntad de transmitirlas fielmente. Asimismo, manifiesto mi comunión con el papa Francisco y su magisterio", ha dicho el obispo.

En todo caso, salvando incluso las reacciones de protesta que han surgido, ¿es esta la doctrina oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad? ¿Está en comunión con el pensamiento del papa Francisco, como dice el obispo? No, ese es el problema, que no tiene casi nada que ver lo que dice uno y otro. El actual pontífice ha supuesto para la Iglesia una evidente apertura en la consideración de la homosexualidad por parte de la Iglesia. No solo apoyó abiertamente la unión de las parejas ("los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia"), si no que se alejó con absoluta claridad de cualquier consideración o reproche moral: "¿Quién soy yo para enjuiciar a un gay?". Si el papa Francisco lo expresa así, ¿quién es el obispo de Tenerife para decir que puede ser pecado mortal? Pero hay más aún. Tras la renuncia de Benedicto XVI, quedó claro que una de las tareas fundamentales del nuevo pontífice era, precisamente, afrontar con total determinación el grave problema de la pederastia en la Iglesia, ocultado, silenciado y negado durante décadas.

Antes de la pregunta sobre el pecado mortal, el periodista canario le había preguntado al obispo por los casos de pederastia en la Iglesia, y tras afirmar que cuando conoce un caso actúa tanto canónica como civilmente si existen pruebas, aseguró que este no es un problema exclusivo de la Iglesia, sino de toda la sociedad. También esto último, que le resta trascendencia al auténtico calado de este problema en el seno de la Iglesia y lo diluye en un problema de toda la sociedad, es lo contrario de la política actual del Vaticano. Varios países de nuestro entorno, como Alemania o Francia, ya lo han asumido como un problema interno, propio, sin restarle gravedad, que se debe reconocer, combatir y atajar.

No es el caso de España. Aquí la Conferencia Episcopal no solo no ha abierto una comisión especial, específica y general, para investigar todos los casos que puedan existir, sino que se ha visto arrastrada por un informe de 'El País' que han entregado directamente al papa Francisco. Y este lo ha recibido, no lo ha devuelto, alegando, por ejemplo, que la competencia directa es de los obispos españoles. Han pasado ya nueve años desde la elección de Jorge Mario Bergoglio para que ocupase el trono de San Pedro y, una vez más, la Iglesia católica está demostrado su capacidad para mirar de frente a la realidad y adaptarse a los cambios de la sociedad, que ha sido una constante histórica, con todas las salvedades que se quieran, para garantizar su supervivencia en los dos mil años que la contemplan. La evolución siempre implica resistencia. Lo ocurrido con el obispo de Tenerife no es más que la última demostración del estancamiento en el que permanecen algunos en la jerarquía eclesiástica.

En algún momento del año, en la Iglesia española siempre salta la liebre. Puede ocurrir en cualquier provincia, en cualquier obispado, pero la sensación que dejan siempre es la misma, la carcunda que esconden las sotanas españolas. Esta vez ha sido el obispo de Tenerife, llamado monseñor Bernardo Álvarez, y su desatino enorme ya ha desatado una campaña de firmas en su contra para que el Vaticano lo destituya de forma inmediata, además de un caudal de protestas en los medios de comunicación, sobre todo de las Islas Canarias.

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