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Blas Infante, los necios y la generación del mollete
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Javier Caraballo

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Blas Infante, los necios y la generación del mollete

La esencia del andalucismo es el orgullo de una tierra por su pasado, la exigencia de igualdad para el presente entre todos los pueblos de España y la promesa de progreso para el futuro. Fue Blas Infante quien primero plasmó esas ideas

Foto: Moreno participa en el homenaje a Blas Infante. (EFE/Julio Muñoz)
Moreno participa en el homenaje a Blas Infante. (EFE/Julio Muñoz)
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Blas Infante siempre ha sido una bandera en Andalucía. Más bandera que estandarte, porque las banderas cuando ondean se mueven a izquierda y a derecha; los estandartes son rígidos y no varían de posición por mucho que los vientos sociales soplen de un lado o de otro. Al contrario que otros nacionalismos, la bandera del andalucismo nunca ha sido excluyente, por muchos intentos de manosearla que se hayan producido en estos más de cuarenta años de construcción del Estado de las Autonomías en España y de constitución de la Junta de Andalucía. Cualquier maniobra política que pretenda identificar el andalucismo con una corriente ideológica, sobre todo desde la extrema izquierda o desde posiciones independentistas, siempre será un intento baldío porque el andalucismo es transversal, más apegado a una forma de ser o a un sentimiento de pertenencia, que a una reivindicación política.

Foto: Moreno participa en el homenaje a Blas Infante. (EFE/Julio Muñoz)

La esencia del andalucismo es el orgullo de una tierra por su pasado, la exigencia de igualdad para el presente entre todos los pueblos de España y la promesa de progreso para el futuro. Y ha sido Blas Infante quien primero plasmó esas ideas, las mismas que lo llevaron a la tumba, asesinado por una jauría de fascistas a las pocas semanas de estallar la Guerra Civil de 1936. La muerte y su legado de precursor del andalucismo, de la exigencia de una autonomía para Andalucía durante la Segunda República, fue lo que, cuando se instauró en España la democracia tras la muerte del dictador, lo elevaron a la consideración de ‘padre de la patria andaluza’, que es la denominación que figura en el Estatuto de Autonomía. Esta semana, en el Parlamento de Andalucía, se ha conmemorado el 137 aniversario de su nacimiento, en Casares (Málaga), un cinco de julio de 1885. El busto erigido al pie del Parlamento de Andalucía, en los jardines del antiguo Hospital de las Cinco Llagas, se llenó de rosas, nardos y gladiolos blancos para homenajear la memoria de alguien que, en la actualidad, trasciende incluso del hombre que fue, del intelectual que fue, del político que fue… Y eso es, precisamente, esa nueva dimensión de Blas Infante, lo que no entienden los necios que cada año se enzarzan contra su recuerdo.

placeholder Momento del homenaje a Blas Infante. (EFE/Julio Muñoz)
Momento del homenaje a Blas Infante. (EFE/Julio Muñoz)

¿Puede considerarse que la obra y el pensamiento de Blas Infante es intachable y ejemplar a los ojos de esta Andalucía del siglo XX? Es evidente que estamos hablando de un intelectual de principios del siglo pasado, en un país, España, que nada tenía que ver con este que hoy gozamos, con lo que muchas de sus ideas nos parecen ahora trasnochadas, especialmente las que hacen referencia a la mitificación de Al Andalus y a la identificación de los andaluces con algunos periodos del domino musulmán. En todo caso, por trasnochadas que puedan estar algunas ideas de Blas Infante, nada podría objetársele en comparación con otros referentes históricos del nacionalismo vasco o catalán, racistas, desleales y golpistas. Blas Infante, y esto es lo que ignoran los necios de extrema derecha que aprovechan cada aniversario para insultar su memoria y su legado en Andalucía, jamás concibió el andalucismo como un nacionalismo excluyente, sino integrador y humanista, en defensa de los intereses de esta comunidad, región o pueblo, como cada cual quiera denominarlo.

En el manifiesto ‘A todos los andaluces’ que publicó en junio de 1936, dos meses antes de que lo asesinaran, Blas Infante pedía el apoyo de todos los andaluces para la autonomía con una vocación inequívoca: “Españolista, es, pues, este llamamiento por el cual, nosotros, venimos a insistir, ahora, cerca de los andaluces. Pues qué; Andalucía, esencia de España, ¿habrá de incurrir, nuevamente, en la persistencia de no responder a esa angustiosa necesidad de un Estado federalista, amparo común, que todos los pueblos españoles experimentan?” El ‘estado federalista’ al que aspiraba Blas Infante podría ser perfectamente identificable y compatible con este Estado de las Autonomías, con este poder autonómico que radica en la Junta de Andalucía, un autogobierno como el que nunca se había alcanzado en ninguna otra fase de la historia reciente. Ni en Andalucía ni en ninguna otra comunidad, por cierto, por mucho que se llamen ‘históricas’ falsamente. Pero ahí queda la frase para odiadores y despistados, en ese texto que está considerado por los historiadores como el testamento de Blas Infante.

Foto: Jesús Jurado. (Cedida)

En ese mismo texto, además, se puede contrastar la afirmación que se hacía antes sobre el carácter transversal que tiene el andalucismo, aunque surjan periódicamente movimientos de extrema izquierda que pretendan apropiárselo. Blas Infante se dirige a todos: “Andaluces de todas las ideologías, como ahora se acostumbra a decir: en estos tiempos, en los cuales todas las normas se rompen y todos los valores se derrumban, el mundo necesita de un pueblo definidor o creador de lo Humano, que es lo divino sobre la Tierra”. Y también a “los hombres nacidos en cualquier país y que viváis en Andalucía: ayudadnos a levantar a nuestro pueblo. Si sois españoles, por España. Y, si sois extranjeros, por la Humanidad. En Andalucía, no hay extranjeros”.

Ese es el pensamiento andalucista de Blas Infante que lo lleva a ser considerado ‘padre de la patria andaluza’ y que se mantiene vigente en esta Andalucía autonómica, en esta España plenamente integrada en la Unión Europea. Esta Andalucía, en fin, en la que han crecido a lo largo del último medio siglo generaciones de niños y jóvenes identificados con los símbolos andaluces en la normalidad de un día de fiesta, como el Día de Andalucía, cuando bajaban al patio del colegio a desayunar pan con aceite. Quien ha sabido definirlo con más acierto ha sido el politólogo Jesús Jurado (Málaga, 1986) en su libro ‘La generación del mollete. Crónica de un nuevo andalucismo’. Esa es la generación, las generaciones, de un nuevo andalucismo, el actual, que cuando mira al pasado sólo le vienen al recuerdo esos desayunos en el cole, el himno de Andalucía tocado en la flauta dulce y la imagen o el nombre de Blas Infante como un hombre bueno que dio la vida por su tierra.

Blas Infante siempre ha sido una bandera en Andalucía. Más bandera que estandarte, porque las banderas cuando ondean se mueven a izquierda y a derecha; los estandartes son rígidos y no varían de posición por mucho que los vientos sociales soplen de un lado o de otro. Al contrario que otros nacionalismos, la bandera del andalucismo nunca ha sido excluyente, por muchos intentos de manosearla que se hayan producido en estos más de cuarenta años de construcción del Estado de las Autonomías en España y de constitución de la Junta de Andalucía. Cualquier maniobra política que pretenda identificar el andalucismo con una corriente ideológica, sobre todo desde la extrema izquierda o desde posiciones independentistas, siempre será un intento baldío porque el andalucismo es transversal, más apegado a una forma de ser o a un sentimiento de pertenencia, que a una reivindicación política.

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