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Un 'judío nazi' y otras deposiciones
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Javier Caraballo

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Un 'judío nazi' y otras deposiciones

La palabra nazi está ligada a un genocidio de seis millones de judíos; el holocausto no es un lugar común para insultar a un rival político porque critique la fecha de las elecciones

Foto: Amparo Rubiales, en una imagen de archivo. (EFE/Raúl Caro)
Amparo Rubiales, en una imagen de archivo. (EFE/Raúl Caro)
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Una antigua dirigente socialista ha depuesto en sus redes sociales un insulto que la ha catapultado, embadurnada en barro, al protagonismo efímero de las barbaridades en campaña electoral. La elevó y luego se ha estrellado, eso sí. El coordinador nacional del PP, Elías Bendodo, había criticado en un mitin a Pedro Sánchez por convocar elecciones a finales de julio, en plenas vacaciones ("Sánchez es un tramposo que lo confía todo a que los españoles no voten y pueda seguir en el Gobierno"), y la socialista le contestó con lo que en ese momento segregaban sus bilis: "Bendodo es un judío nazi", dijo. De los muchos insultos que se oyen en la política española, este se hizo pronto con el número uno por dos peculiaridades que lo diferencian de los demás: que muchos descubrieran que Elías Bendodo proviene de una familia de judíos sefardíes y, sobre todo, que la socialista incluyera en el mismo insulto a los judíos masacrados y a sus verdugos asesinos en la Alemania nazi.

La cuestión es que la deposición la elevó, así, cubierta de inmundicia, como una pompa de espuma sucia, y, cuando estaba en lo más alto, estalló. Lo poco que le quedaba en política, que era representar al PSOE de Sevilla, lo ha perdido. Amparo Rubiales, se llama, igual muchos la recuerdan, sobre todo en Andalucía. La cuestión es que ha acabado dimitiendo como presidenta de los socialistas sevillanos, porque se lo habrán pedido en su propio partido, al ver que se había convertido en otro problema más para el PSOE, otro ingrediente de mala imagen; el más innecesario de todos, en este tiempo electoral en el que Pedro Sánchez no consigue que se le dejen de torcer las cosas.

Foto: Amparo Rubiales en la presentación de su biografía en Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Esto último, la inoportunidad electoral del insulto, ha sido fundamental en el desencadenante del conflicto. La debilidad del presidente Sánchez como candidato ha debido ser determinante en este caso, y solo hay que analizar la evolución de los mensajes de la autora del detrito: no se inmutó hasta que la comunidad judía expresó su rechazo, y entonces quiso diferenciar: "Corrijo, Bendodo es un nazi". Lo que hizo fue amplificar la metedura de pata porque admitía implícitamente que también había incluido judío como insulto. Como la polémica no paraba, comenzaron los golpes de pecho: "No soy xenófoba, no soy racista, no soy…". Lo que no se daba cuenta la mujer es que, al decir "judío nazi", lo que había sublevado a la comunidad judía era, sobre todo, la banalización y la frivolización de la tragedia que padecieron. La palabra nazi está ligada a un genocidio de seis millones de judíos; el holocausto no es un lugar común para insultar a un rival político porque critique la fecha de las elecciones.

En fin, que la debilidad de Pedro Sánchez y la ofensa a la comunidad judía es lo que convirtió esa deposición en un error garrafal que condujo a este final inusual, la dimisión y la rectificación final, ya completa, plena, sin reincidir torpemente en la ofensa: "Pido sinceras disculpas al señor Bendodo en lo que le haya podido molestar. No era mi intención. Lo lamento por el daño causado al PSOE de Sevilla, del que era presidenta". Tiene gracia eso de que dices "judío nazi" y aseguras luego que la intención no era molestar…

"La debilidad de Pedro Sánchez y la ofensa a la comunidad judía es lo que convirtió esa deposición en un error garrafal"

Coincidiremos, en todo caso, que, si no hubieran intervenido los factores externos ya señalados, podríamos descartar que el final hubiera sido una dimisión porque, como está comprobado, lo normal en España es que ni siquiera se rectifique, mucho menos un improperio o una coz. Y deposiciones hay muchas, casi a diario. Contra el presidente Sánchez, por ejemplo, se han utilizado en los últimos años los peores insultos; una escalada verbal en la que llamarlo miserable o sátrapa se queda corto para quienes insultan. En Vox son muy dados a llamarlo criminal, directamente.

El espécimen que tienen en Castilla y León ocupando una vicepresidencia infló el disparate y lo llamó "líder de una banda criminal". Pero son los propios del PP quienes utilizan deposiciones más parecidas a las de "judío nazi", cuando se recrean llamando a Pedro Sánchez filoterrorista. También el uso del terrorismo etarra para descalificar a un adversario político es un insulto del todo reprobable, una frivolidad inaceptable, como ha repetido en tantas ocasiones una de las mejores representantes de las víctimas de ETA, Consuelo Ordóñez. "Las víctimas merecemos ser tratadas con respeto. Banalizar con un hashtag al asesino de tantos inocentes, entre ellos de mi hermano Gregorio Ordóñez, demuestra su falta de principios y lo poco que le importamos", como contestó después de que Isabel Díaz Ayuso repitiera en la Asamblea de Madrid eso de "Que te vote Txapote". Bueno, y también está Podemos, con una producción de deposiciones industrial, como fabricadas en serie, de fascistas, asesinos y paredones.

Oportunamente, al tiempo que se formó el revuelo por lo del judío nazi, en El Confidencial se publicó una interesante entrevista con Steve Taylor, que es profesor de Psicología en la Universidad de Mánchester, en la que decía que el porcentaje de psicópatas entre los políticos es mayor que entre la población en general. La explicación que encuentra este profesor es que los políticos se desconectan de la sociedad, viven en un mundo paralelo, porque el narcisismo y el ansia de poder les conducen a esa especie de realidad virtual tan agresiva. Incluso podríamos añadirle a ese marco mental propio de los políticos otros rasgos explicativos de esa conducta psicopática: el peloteo y el servilismo, para poder seguir figurando en las listas y en las ejecutivas del partido. Y el sectarismo ciego, implacable, que se entiende como una forma de hacer política.

Foto: El psicólogo británico Steve Taylor, en Barcelona. (EC)

El insulto, desde esa perspectiva, debe entenderse como un arma de uso común entre los políticos, una forma de expresión. Aun así, las deposiciones no deben incluirse en la categoría. Hasta en el exabrupto hay una nostalgia implícita de que otra política es posible. Ese Alfonso Guerra cuando llamaba a Soledad Becerril "Carlos II vestida de Mariquita Pérez" o cuando arremetía contra la Dama de Hierro: "Margaret Thatcher, en vez de desodorante, se pone 3 en 1". O Churchill, en aquel famoso diálogo decimonónico con una sufragista en la Cámara de los Comunes, Lady Astor. "Si fuera usted mi marido, le envenenaría el café", le espetó la diputada. A lo que contestó, flemático: "Y, si yo fuese su esposo, tomaría ese café con gusto".

Una antigua dirigente socialista ha depuesto en sus redes sociales un insulto que la ha catapultado, embadurnada en barro, al protagonismo efímero de las barbaridades en campaña electoral. La elevó y luego se ha estrellado, eso sí. El coordinador nacional del PP, Elías Bendodo, había criticado en un mitin a Pedro Sánchez por convocar elecciones a finales de julio, en plenas vacaciones ("Sánchez es un tramposo que lo confía todo a que los españoles no voten y pueda seguir en el Gobierno"), y la socialista le contestó con lo que en ese momento segregaban sus bilis: "Bendodo es un judío nazi", dijo. De los muchos insultos que se oyen en la política española, este se hizo pronto con el número uno por dos peculiaridades que lo diferencian de los demás: que muchos descubrieran que Elías Bendodo proviene de una familia de judíos sefardíes y, sobre todo, que la socialista incluyera en el mismo insulto a los judíos masacrados y a sus verdugos asesinos en la Alemania nazi.

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