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Pamplona, el pacto de los cínicos
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Javier Caraballo

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Pamplona, el pacto de los cínicos

Para ciertos pactos con el Gobierno de Pedro Sánchez, lo mejor es el sigilo y la negación, frases cortas, tajantes, que denoten convencimiento y determinación

Foto: El secretario de Organización del PSN-PSOE, Ramón Alzórriz, y la portavoz del PSN en el Ayuntamiento de Pamplona, Manina Curiel. (EFE/Iñaki Porto)
El secretario de Organización del PSN-PSOE, Ramón Alzórriz, y la portavoz del PSN en el Ayuntamiento de Pamplona, Manina Curiel. (EFE/Iñaki Porto)
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Fue la portavoz de Bildu en el Congreso de los Diputados, Mertxe Aizpurua, la que nos aportó el martes las claves de todo lo ocurrido, cuando nada sabíamos aún de lo que estaba a punto de pasar en Pamplona, una moción de censura para desalojar de la alcaldía a quien ganó las elecciones. “Las prisas son malas consejeras en esta cuestión”, les dijo a sus colegas independentistas de Cataluña, por el ansia que tienen de convocar ya un referéndum de autodeterminación. Lo que debimos entender es que, para ciertos pactos con el Gobierno de Pedro Sánchez, lo mejor es el sigilo y la negación, frases cortas, tajantes, que denoten convencimiento y determinación. Debimos entender que la estrategia que se aplica es esta de pactar secretamente para aplicar lo acordado, asestar el golpe, en el momento político más conveniente.

Es exactamente lo que debemos pensar que ha ocurrido con el pacto para presentar una moción de censura contra la todavía alcaldesa, Cristina Ibarrola, que fue la que ganó las elecciones al frente de la lista de Unión del Pueblo Navarro. En los días previos al pleno de constitución de ese ayuntamiento, el sábado 17 de junio, los dirigentes socialistas rechazaron todas las peticiones que les llegaron de Bildu para conformar este mismo pacto de varias fuerzas políticas, liderado por los radicales vascos. “Hay que explorar otras opciones”, decían siempre. Era el discurso adecuado para los socialistas, el que convenía a Pedro Sánchez, que ya estaba en plena campaña electoral para las elecciones generales anticipadas de finales de julio.

Los socialistas eran muy conscientes de que una de las polémicas que más les habían perjudicado en las elecciones municipales y autonómicas, que estaban recientes, fue aquella noticia de los asesinos de ETA que se habían incluido en las listas de Bildu para ser concejales. Nadie iba a repetir el error, porque lo esencial, en ese momento, era desbaratar las encuestas que concedían una importante victoria al centroderecha en las elecciones generales. Silencio en las filas socialistas para, en sentido contrario, centrar el discurso en los acuerdos del Partido Popular con Vox, en todas las comunidades autónomas y en todos los ayuntamientos, grandes, pequeños o medianos, y aventar el más mínimo rescoldo de las excentricidades, excesos y barbaridades de la extrema derecha en los asuntos de más sensibilidad social.

Cuando Pedro Sánchez alcanzó su objetivo y se constituyeron las Cortes Generales, el 15 de agosto pasado, tampoco era el momento de desvelar el acuerdo con Bildu porque quedaban meses, aún, para que llegara la investidura del presidente y se trataba de dibujar cada paso del camino, cada palabra, para evitar cualquier tropezón. Si los socialistas eran capaces de imponer el silencio absoluto sobre la amnistía, sin pronunciar siquiera la palabra durante meses, cómo no iban a echarle una manta encima a un acuerdo para ceder la alcaldía de Pamplona a Bildu. La única pista que nos ofrecieron fue la decisión, previa e incondicional de Bildu, de garantizar sus votos en el Congreso a Pedro Sánchez para que pudiera repetir como presidente una legislatura más. Aquello resultó extraño, porque todos los demás socios parlamentarios alcanzaban acuerdos y exhibían los documentos firmados con los logros conseguidos. Pero Bildu, no. Cuando se preguntó al líder de los antiguos batasunos, Arnaldo Otegi, contestó de una forma muy parecida a la de su portavoz parlamentaria, que se citaba antes: “Tenemos responsabilidad y no especulamos con nuestra posición política con jugadas a corto plazo”. Esta de Pamplona era una jugada a medio plazo y ya se ha resuelto.

Foto: Un acto convocado en Pamplona en favor de las víctimas de ETA. (EFE/Archivo)

Por su parte, para el PSOE lo de menos son las explicaciones en este momento. Se solventan con desahogo. Las más académicas hablan, cínicamente, del estancamiento y la falta de gestión de un Gobierno municipal que no ha cumplido ni seis meses, contando con los meses de verano. Las explicaciones más provocativas son las de los tipos como Óscar Puente, el ministro jabalí, siguiendo la catalogación de Ortega y Gasset. “No tengo ningún problema con que un partido progresista democrático de España se haga con una alcaldía de provincia”, ha dicho el ministro Puente sobre Bildu y sobre Pamplona.

Más complicado lo tiene el nuevo candidato del Partido Socialista de Euskadi, Eneko Andueza, por su compromiso preelectoral de que jamás llegará a un acuerdo con Bildu, tras las próximas elecciones vascas, en el primer semestre de 2024. En cada entrevista que ha concedido, ha repetido lo mismo, con la misma contundencia. Podemos rescatar una frase literal de la concedida, hace 10 días, al programa de Alsina: "El PSOE de Euskadi no va a hacer lehendakari al candidato o candidata de Bildu y el PSOE de Euskadi no va a firmar un acuerdo para conformar un Gobierno de coalición con EH Bildu. Esta palabra la mantendré hasta el final (…) no cambiaré de opinión, porque antes abandonaría el liderazgo del PSE". El acuerdo de Pamplona, y la forma en que se ha producido, hace que las palabras se tambaleen. Pero ya veremos.

De forma paralela a todo lo anterior, el debate que surge tras cada acuerdo del PSOE con Bildu tiene que ver con la valoración que se hace del mismo hecho de pactar con una fuerza política como esa. ¿Pactar con Bildu supone blanquearla, como dicen tantos? Aquí siempre se ha mantenido el mismo criterio, que intenta respetar los principios de todo sistema democrático, para responder a los acuerdos que se alcanzan con partidos políticos como Bildu, en el que militan los asesinos de ETA y sus cómplices, con independentistas de todo signo o con fuerzas políticas de extrema derecha o de extrema izquierda. Y la respuesta para todos esos acuerdos siempre es la misma: pactar, por sí mismo, no es blanquear; debemos fijarnos exclusivamente en el contenido de aquello que se pacta.

Si por blanquear se entiende el reconocimiento como cargo público de alguien que ha obtenido su acta en unas elecciones, libres y constitucionales, tendríamos que extender la acusación de blanqueo al propio sistema democrático que lo permite. Por tanto, si en ese acuerdo de Pamplona los socialistas contribuyen a una mejor gestión de la ciudad, de servicios y prestaciones, nada habrá que objetar por el hecho de tratarse de una fuerza política proetarra. Pero más allá de eso, nada. Empezando por el respeto, la dignidad y la memoria de tantos asesinados por esos salvajes. Para analizar esto último, obviamente, habrá que esperar a que el Gobierno de los socialistas y de los abertzales comience. Hasta entonces, solo podemos constatar por lo ocurrido que este de Pamplona es el pacto de los cínicos.

Fue la portavoz de Bildu en el Congreso de los Diputados, Mertxe Aizpurua, la que nos aportó el martes las claves de todo lo ocurrido, cuando nada sabíamos aún de lo que estaba a punto de pasar en Pamplona, una moción de censura para desalojar de la alcaldía a quien ganó las elecciones. “Las prisas son malas consejeras en esta cuestión”, les dijo a sus colegas independentistas de Cataluña, por el ansia que tienen de convocar ya un referéndum de autodeterminación. Lo que debimos entender es que, para ciertos pactos con el Gobierno de Pedro Sánchez, lo mejor es el sigilo y la negación, frases cortas, tajantes, que denoten convencimiento y determinación. Debimos entender que la estrategia que se aplica es esta de pactar secretamente para aplicar lo acordado, asestar el golpe, en el momento político más conveniente.

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