Matacán
Por
Montero, despachada en cinco minutos
Los cinco minutos primeros, establecidos como reto, planearon primero sobre un bla, bla, bla de nuevas descalificaciones al Partido Popular, y acabaron aterrizando en el motivo de su comparecencia, el concierto catalán
Fue un cálculo preciso y aleatorio, como un reto de síntesis. Cinco minutos. Estaba aún sentada en el escaño la vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero, toda vestidita de blanco, entre lorquiana y coplera, como un gesto inconsciente de una pureza en el discurso que iba a dar, de una verdad que no llegaría nunca. De modo que allí sentada, sin abrir la boca, ya expresaba lo que iba a suceder. Por eso, la elección de los primeros cinco minutos, sin necesidad de ir más allá. Como una apuesta clara: no habrá ni una sola frase en esos cinco primeros minutos que no esconda una trampa, una falsedad o una manipulación, El reto es complicado porque, como todo el mundo puede entender, los cinco primeros minutos de un discurso parlamentario, para una intervención sin límite de tiempo como era el caso, se podrían dedicar a un preámbulo hueco de saludos y generalidades. Pero justo por eso, el reto se engrandece, porque solo hay dos palabras dedicadas a la ceremonia y al ritual: ‘buenos días’. Fue lo primero que dijo María Jesús Montero y, en eso, no engañó a nadie: era de día, las once de la mañana en todos los relojes del Senado.
Lo siguiente de su discurso, tras desear los ‘buenos días’, ya encerraba alguna trampa. “Antes que nada —dijo Montero—, la cortesía manda y espero que todas sus señorías hayan podido disfrutar de los días de descanso, de verano, que hayan podido recargar pilas para afrontar el curso político con el vigor que requieren los tiempos que vivimos, y, fundamentalmente, con el objetivo único de mejorar el bienestar de los ciudadanos”. Que la cortesía (parlamentaria, se entiende) sea una de las virtudes políticas de María Jesús Montero ya es difícil de sostener, porque resulta que su comparecencia ha sido obligada, después de que las alianzas socialistas en el Congreso hayan bloqueado y neutralizado todos los intentos anteriores para que la también ministra de Hacienda compareciese para explicar lo acordado con Esquerra Republicana. Habrá quien diga que, si el presidente Sánchez y su número dos no le han dado explicaciones de lo que firmaban ni a su propio partido, qué se puede esperar del resto de grupos parlamentarios. Es verdad, pero admitamos que eso no es cortesía parlamentaria, sino desprecio, que es a lo que íbamos. Lo demás de la frase, se cae también sin necesidad de más comentario. No se sostiene ni el “vigor” de un curso político en el que el Gobierno no puede aprobar ni leyes ni presupuestos, ni, desde luego, que, en esas condiciones, el interés “único y fundamental” sea “mejorar el bienestar de los ciudadanos”.
Lo segundo que hizo Montero, hablamos de su segunda frase, apenas había rebasado su primer minuto de intervención, fue enmarcar el debate y su propio discurso. Delimitación precisa de cuál era su intención en el Senado: “Mi comparecencia en esta Cámara —dijo— se debe al intento de algunas formaciones de convertir del debate político en un campo impracticable, de mentiras y de insultos, sea cual sea el tema que abordemos. Esta estrategia lamentable obliga al resto de grupos políticos a un ejercicio de contención, de cabeza fría, para no dejarnos arrastrar por esa corriente de descalificación, esta forma de practicar la política, que solo busca la desafección de la ciudadanía”.
A ver, que no se trata de hacer un ranking con los mayores insultadores de la política, pero el historial de María Jesús Montero es de los más completos, desde sus inicios políticos, cuando acusaba a diario al Gobierno de Rajoy de “robarle” a Andalucía miles de millones, hasta hace pocos días, cuando quiso humillar a uno del PP con el insulto infantil de llamarlo calvo y gafotas. De Feijóo se reía llamándolo “el señor Mopongo, y no porque venga de África”, que son dos caricaturas en una. ¿No fue en junio cuando la cazaron llamando ‘cabrón’ a alguien desde su escaño del Congreso, sin dejar de aplaudir con la fuerza sevillana de la palma de sus manos? Pues eso. Que lo único que es seguro es que los desafectos de esa política grosera, faltona y vulgar no tienen a la vicepresidenta Montero como ejemplo de contención y de cabeza fría. No, el modelo no es ella.
Sobre la mitad de sus cinco primeros minutos, Montero avanzó con el siguiente eje de su argumentario: el centralismo madrileño. Dijo así: “Basta con alejarse un poco del interior de la M-30 para comprobar que la ciudadanía tiene muy clara cuáles son sus verdaderas preocupaciones. Tienen que ver con la educación de sus hijos, con el acceso a la vivienda, con la mejora de los servicios públicos, o cómo combatir las consecuencias de la inflación en las economías domésticas”. El recurso del interior de la M-30, utilizado por un miembro del Gobierno, es tan absurdo, tan torpe, que, si lo pensaran dos veces, vería que se descalifica a sí mismo.
Pero si lo que quiere decir con esa expresión del “interior de la M-30” es que en el estrecho círculo de poder de la capital de España no se atienden los problemas del resto del país, por su visión endogámica de todo, entenderá la vicepresidenta que no ha habido en medio siglo de democracia un gobierno más endogámico y narcisista que el que preside Pedro Sánchez. Puede repasar, si quiere, la agenda política del Gobierno, y verá que todo está relacionado con el interés personal del presidente Sánchez. Un país al servicio de una persona, como ya se escribió aquí. Si ahora hablamos de financiación autonómica, y no en los seis años precedentes de su gobierno, es por el interés de Pedro Sánchez. Como antes de la amnistía, de los indultos, de la reforma del Código Penal…
Los cinco minutos primeros, establecidos como reto, planearon primero sobre un bla, bla, bla de nuevas descalificaciones al Partido Popular (no citó a ningún otro), y acabaron aterrizando en el motivo de su comparecencia, el concierto catalán. Ciertamente, no hizo falta más porque el resto de la intervención, que se prolongó durante casi tres horas, fue una proyección extendida de lo representado en ese corto lapso de tiempo. “Claro que voy a hablar de financiación autonómica y claro que voy a hablar de Cataluña (…) con la seriedad de una cuestión vertebradora del país y nuclear para su cohesión”. La contundencia del principio es la que determina el resultado, siempre que se interprete al revés de lo que afirma. Si dice “claro que voy a hablar…” significa en realidad que no piensa decir nada. Absolutamente nada. Y es lo que hizo.
Ni una palabra de cómo se establecerá el cupo catalán, ni quién lo determinará, ni por supuesto cuánto ha calculado el Ministerio de Hacienda que dejaría de contribuir Cataluña a la caja común, en todos los conceptos, o cómo piensa el Gobierno esquivar la Ley de Financiación Autonómica (Lofca) o la propia Constitución. El nuevo discurso no habla de nada de eso porque lo que no sabían los españoles es que la soberanía fiscal de Cataluña es, en realidad, una oportunidad maravillosa para todos nosotros. Y por supuesto, un avance extraordinario en la cohesión territorial de España, faltaría más. ¿Acaso el independentismo persigue otra cosa distinta que la cohesión de España? Es la misma birria con la que se justifica cada renuncia, cada cesión, cada claudicación. La cuestión, en definitiva, es que no hacen falta más de tres frases mil veces repetidas. De modo que reto superado. Montero despachada en cinco minutos.
Fue un cálculo preciso y aleatorio, como un reto de síntesis. Cinco minutos. Estaba aún sentada en el escaño la vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero, toda vestidita de blanco, entre lorquiana y coplera, como un gesto inconsciente de una pureza en el discurso que iba a dar, de una verdad que no llegaría nunca. De modo que allí sentada, sin abrir la boca, ya expresaba lo que iba a suceder. Por eso, la elección de los primeros cinco minutos, sin necesidad de ir más allá. Como una apuesta clara: no habrá ni una sola frase en esos cinco primeros minutos que no esconda una trampa, una falsedad o una manipulación, El reto es complicado porque, como todo el mundo puede entender, los cinco primeros minutos de un discurso parlamentario, para una intervención sin límite de tiempo como era el caso, se podrían dedicar a un preámbulo hueco de saludos y generalidades. Pero justo por eso, el reto se engrandece, porque solo hay dos palabras dedicadas a la ceremonia y al ritual: ‘buenos días’. Fue lo primero que dijo María Jesús Montero y, en eso, no engañó a nadie: era de día, las once de la mañana en todos los relojes del Senado.
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