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José Antonio también es mi padre
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Pilar Gómez

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José Antonio también es mi padre

Su muerte ha servido para que se mejoren las condiciones de los barrenderos. Un precio demasiado alto. No puede haber trabajadores de 60 años con contratos de un mes en condiciones infrahumanas. Ellos son de otra pasta, pero no inmortales

Foto: Una trabajadora del servicio de limpieza de Madrid en la Puerta del Sol. (EFE/Víctor Lerena)
Una trabajadora del servicio de limpieza de Madrid en la Puerta del Sol. (EFE/Víctor Lerena)
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José Antonio González ha tenido que dejarse la vida para que pongamos el foco en las condiciones inhumanas en las que trabajan estos días los barrenderos de Madrid. Escuchaba a su hijo y se me encogía el alma. Nada de rencor, ni una palabra de odio. Contaba que José Antonio llevaba días buscando en internet cómo prevenir un golpe de calor. Seguro que más de una vez llegó a casa encontrándose mal, pero en su mentalidad no había cabida para la queja. Cuando con 60 años tienes un contrato por un mes y cada día te juegas el sustento de tu familia, la salud no cuenta. Mi padre fue igual hasta que a los setenta años se jubiló. Le recuerdo en verano volviendo exhausto a casa. Él conducía un camión y aguantó más allá de sus posibilidades porque tenía tres hijas estudiando una carrera. Me son familiares las botellas de agua congelada de las que hablan los trabajadores de la limpieza.

Foto: Otros dos hombres en estado grave por golpes de calor. (Emergencias Madrid)

Escuché a Miguel hablar de su progenitor sin cuestionar que estuviese dispuesto a todo por hacer méritos para que le renovasen. Seguramente solo por un mes más que para José Antonio hubiera sido un reconocimiento a su trabajo. Un contrato basura que para él supondría otro mes de sueldo para pagar la hipoteca, la comida y darle la mejor salida a los suyos. Para estos padres coraje el trabajo es sagrado y así nos lo inculcan. A mí me pregunta continuamente cuando me ve: "¿Hoy no tienes que ir al periódico? ¿Pero cuántas vacaciones tienes?". Él en los mejores años sacaba una semana para llevarnos a todas a la playa. El sacrificio es parte de su cultura.

Cuando vi la fotografía de José Antonio se me puso un nudo en la garganta. Pensé en papá. Me fijé en su uniforme. Ese que, pese a llevar el escudo del Ayuntamiento de Madrid, no le da galones como para que el alcalde Almeida asuma que su responsabilidad es velar por que las empresas que el Consistorio subcontrata garanticen unas condiciones mínimas a sus empleados. Ninguna administración debería subcontratar con sociedades como Urbaser que ofrecen trabajos de un mes. A lo mejor cuando se habla de que cada vez creamos más empleo habría que analizar cuántos José Antonios hay en esas estadísticas.

Foto: Un termómetro marca 53 grados en una calle de Madrid. (EFE/Emilio Naranjo)

El traje de poliéster verde y amarillo se convirtió en una mortaja. El cuerpo de José Antonio estaba a 41 grados cuándo le asistieron los sanitarios. Insoportable hasta para un superhéroe de barrio, inmoral para una sociedad del primer mundo. ¿Dónde están los sindicatos? Con José Antonio, no. Su sacrificio ha servido para que patronal, sindicatos y Ayuntamiento aprueben medidas para que se elimine el turno de tarde en épocas de altas temperaturas, se revise la vestimenta de los barrenderos y que los vehículos de limpieza cuenten con aire acondicionado. Un precio demasiado alto. Sobre todo para Miguel, su hermana Laura y su madre.

La historia de este vecino de Orcasitas debe hacernos ir un paso más allá. Remover nuestra conciencia o lo que quede de ella. Acabó limpiando las calles tras tener que cerrar su frutería por la crisis. Lo intentó en un supermercado y le despidieron de manera improcedente. ¿No debe tener el sistema más recursos para estas personas? ¿No merece un trabajador que ha emprendido una segunda oportunidad real? ¿A qué se dedica el cuarenta por ciento de mi sueldo que destino a pagar impuestos? ¿A qué me dedico yo como periodista?

Foto: Un trabajador bebiendo agua en plena ola de calor. (EFE/Ramón Gabriel)

“Se me fue el mejor padre que he podido tener, siempre llevaré conmigo el ejemplo de mi padre, una gran persona, currante hasta la muerte (literal, añado yo). Ten por seguro que los tuyos te tendremos siempre con nosotros y sé que, en dónde estés, nos darás esa fuerza que transmitías en vida”, escribía Miguel. Yo hoy cuando he besado a mi padre he sentido un escalofrío. Orgulloso de que su hija acuda a trabajar a una oficina donde el debate es si el aire acondicionado es bueno o malo para la garganta, si hay que llevar una chaquetita… No imagino cuánto dolor habrá detrás de estas palabras, Miguel, pero sé que tu padre está muy orgulloso porque transmites bondad, justicia y compromiso. Eso también se enseña. Porque aunque lleguen a casa baldados, siempre ha habido un gesto, un beso, una sonrisa. Seguramente que si lees este artículo sabes de lo que te hablo. Están hechos de otra pasta, pero lamentablemente no son inmortales.

José Antonio González ha tenido que dejarse la vida para que pongamos el foco en las condiciones inhumanas en las que trabajan estos días los barrenderos de Madrid. Escuchaba a su hijo y se me encogía el alma. Nada de rencor, ni una palabra de odio. Contaba que José Antonio llevaba días buscando en internet cómo prevenir un golpe de calor. Seguro que más de una vez llegó a casa encontrándose mal, pero en su mentalidad no había cabida para la queja. Cuando con 60 años tienes un contrato por un mes y cada día te juegas el sustento de tu familia, la salud no cuenta. Mi padre fue igual hasta que a los setenta años se jubiló. Le recuerdo en verano volviendo exhausto a casa. Él conducía un camión y aguantó más allá de sus posibilidades porque tenía tres hijas estudiando una carrera. Me son familiares las botellas de agua congelada de las que hablan los trabajadores de la limpieza.

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