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¿Cómo quiere que llegue a las nueve, si me despierto a las diez?
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Carlos Sánchez

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¿Cómo quiere que llegue a las nueve, si me despierto a las diez?

La anécdota la contó Carmen Martín Gaite*, y tiene como protagonista al gaditano Carlos Edmundo de Ory, poeta maldito donde los haya. Corría el mes de

La anécdota la contó Carmen Martín Gaite*, y tiene como protagonista al gaditano Carlos Edmundo de Ory, poeta maldito donde los haya. Corría el mes de marzo de 1944, y no hay que decir que eran tiempos extremadamente duros. Ory, sin embargo, había logrado un sueldo fijo como bibliotecario del Parque Móvil Ministerial. El joven poeta tenía acreditada fama de llegar siempre tarde al trabajo, y harto de esos retrasos, un día su jefe le increpó:

 

-¿Cómo llega usted a las once si sabe que aquí entramos a las nueve?

Cuenta la escritora salmantina que Carlos Edmundo Ory miró fríamente a su interlocutor y le espetó:

-¿Y cómo quiere usted que llegue a las nueve, si yo me despierto a las diez?

A la política económica de este Gobierno le sucede algo parecido. No es que Pedro Solbes meta la pata todos los días con políticas económicas equivocadas o erradas en el tiro, que también. Su problema es que siempre llega tarde a los problemas. En una situación de normalidad o de crecimiento en línea con el potencial, no estaríamos ante una catástrofe de envergadura. Los gobiernos suelen actuar como el perro de Pávlov, responden a los estímulos de una forma previsible, en función de lo que dicte la opinión pública. Pero con la que está cayendo, no hay que decir que estamos ante un verdadero desaguisado.   

Y es que la política económica ha entrado en una fase crucial. A estas alturas de la película es ridículo polemizar sobre si el presidente del Gobierno mintió a los españoles cuando llamaba "antipatriotas" a quienes veían negros nubarrones en el horizonte con forma de aguda crisis económica. Agua pasada no mueve molinos, que dice el refrán. Lo verdaderamente relevante ahora es saber hacia dónde se dirige la nave. O dicho de otra manera: cuál es el modelo de país que propone el Gobierno para las próximas décadas.

Aunque no hay modelos cerrados, como lo demuestra la integración económica mundial (estamos hablando de la primera recesión de carácter global en el planeta), lo cierto es que cada país tiene su propio perfil, lo que le permite mejorar su posición competitiva en un mundo cada vez más globalizado. Hay naciones, como EEUU, que apoya su ventaja comparativa en su capacidad de respuesta a los problemas, y esa estrategia la articula a través de mercados flexibles con gran capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias. La parte positiva es que el país sale del hoyo más rápidamente y tiene mayor capacidad para crear riqueza. La parte negativa es el afloramiento de fenómenos de exclusión social que serían insoportables en buena parte de Europa.

Otros países, como los escandinavos, han optado por hacer compatible esa flexibilidad en los mercados con altas prestaciones sociales, lo que les permite mantener sus señas de identidad. El Estado de bienestar está garantizado pero la prestación de esos servicios no tiene que proceder necesariamente de una empresa pública.

En países como Irlanda, y por lo que parece Portugal en el futuro, el modelo elegido se caracteriza por reducidos impuestos para atraer capital extranjero. Irlanda, de hecho, ha sido una especie de portaviones en medio del Atlántico en el que se han posado las grandes multinacionales en busca de baja presión fiscal. Alemania, por el contrario, continúa siendo el principal exportador mundial gracias a su capacidad para competir en segmentos a los que no llega el dumping social y económico que práctica la economía china. Mientras que los llamados BRIC, como se sabe, -Brasil, Rusia, India y China- se han especializado en la división internacional del trabajo en bienes y servicios de bajo valor añadido pero intensivos en uso de mano de obra. Reino Unido, por su parte, se ha volcado en el desarrollo de los mercados financieros a través de la city, y aunque los mercados están como están, tuvo la lucidez de guardarse bajo la manga la carta de la depreciación de la libra como instrumento de ganancia de competitividad.

¿Y España? ¿Sabe usted a qué jugamos? Gobierno y oposición en lugar de estar todo el día tirándose los trastos a la cabeza, deberían estar trabajando ya en identificar el modelo económico español para los próximos treinta o cuarenta años, que necesariamente tendrá que ser muy distinto al que nos ha servido para salir del subdesarrollo en los últimos 50 años. En los años sesenta y setenta, España se aprovechó de los bajos precios interiores para atraer turismo y fábricas de coches que hoy representan la tercera parte de nuestras exportaciones. En los ochenta y noventa, España se benefició de los fondos estructurales para dar la vuelta al país a cambio de un desarme arancelario brutal que explica buena parte de nuestro elevado déficit comercial. Pero todos esos ‘shocks’ son los que ya se han agotado, lo que quiere decir que este país tendrá que empezar a caminar solito. Sin ayuda de nadie. Pero claro, antes hay que saber qué camino hay que tomar.

Claro está, a no ser que Solbes y el Gobierno en general se hayan apuntado a lo que Carlos Edmundo de Ory decía de sí mismo: “Yo soy quietista, me gusta estar quieto”.

*Esperando el Porvenir. Ediciones Siruela. 1994

La anécdota la contó Carmen Martín Gaite*, y tiene como protagonista al gaditano Carlos Edmundo de Ory, poeta maldito donde los haya. Corría el mes de marzo de 1944, y no hay que decir que eran tiempos extremadamente duros. Ory, sin embargo, había logrado un sueldo fijo como bibliotecario del Parque Móvil Ministerial. El joven poeta tenía acreditada fama de llegar siempre tarde al trabajo, y harto de esos retrasos, un día su jefe le increpó:

Pedro Solbes