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La ideología como coartada: el histórico debate entre Keynes y Hayek
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Carlos Sánchez

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La ideología como coartada: el histórico debate entre Keynes y Hayek

Uno de los momentos estelares de la literatura económica tiene que ver con el apasionado debate que en la década de los 30 y de los

Uno de los momentos estelares de la literatura económica tiene que ver con el apasionado debate que en la década de los 30 y de los 40 tuvo como protagonistas a Keynes y Hayek, dos de las cabezas más lúcidas que ha dado  el siglo XX. El debate, como sugiere el economista José Luis Feito en un delicioso opúsculo* escrito hace una década que acaba de ser reeditado, tuvo tintes dramáticos. Y no sólo porque tenía como telón de fondo la Gran Depresión y a millones de trabajadores en situación de desempleo; sino también porque supuso la derrota del pensamiento liberal durante décadas.

Como sostiene Feito, el economista austríaco combatió y perdió con Keynes. Básicamente por una razón: el británico tuvo la intuición de ver antes que su adversario que en los años 30 estaba ocurriendo algo excepcional en el funcionamiento del capitalismo, y tuvo la brillantez de adaptar sus planteamientos iniciales de política económica al nuevo escenario. Hayek, por el contrario, pese a que había anticipado el crack de 1929 junto su maestro Mises, tardó demasiado tiempo en comprender el carácter singular del periodo depresivo que atravesaba EEUU y las principales economías desarrolladas. Y el resultado no pudo ser otro que el destierro de la obra teórica de Hayek, quien no volvería a tener el reconocimiento debido hasta 40 años más tarde, básicamente a partir de la concesión del Premio Nobel de Economía en 1974.

La publicación de Camino de Servidumbre, la biblia de muchos liberales, tuvo que ver de manera decisiva con ello. En un mundo donde el papel equilibrador del Estado bastaba para ensanchar la prosperidad de los ciudadanos (lo que Carlos Solchaga llamó la Edad Dorada), no había espacio para soluciones ‘individuales’.

Fue, por lo tanto, una derrota temporal, no definitiva, como en general suele ocurrir con el pensamiento científico. Lo que hoy se presenta como  incuestionable, imbatible, mañana puede parecer ridículo. Así es la vida y así es el mundo.

Aunque sería absurdo sintetizar la naturaleza del debate en una sola frase, Feito lo simplifica con este razonamiento. Mientras que para Hayek el aumento del ahorro voluntario provoca una aceleración de la inversión y en última instancia del crecimiento económico, para Keynes, el aumento del ahorro voluntario en determinadas circunstancias induce a un descenso de los niveles de renta e inversión. Dicho en leguaje coloquial. Mientras que para uno el cebar la demanda de forma artificial conduce a la recesión y provoca una subida de precios, para otro Keynes es necesario estimular el crecimiento mediante la decidida intervención del Estado con tipos de interés más bajos y políticas de inversión públicas.

La esencia de la crisis

El debate, por lo tanto, no estaba carente de ideología,  pero tenía un indudable calado intelectual y teórico que hoy brilla por su ausencia en el mundo político. Se trató de un debate científico destinado a buscar soluciones a unos problemas de extraordinaria envergadura, no a arengar a las masas con discursos obscenos carentes de rigor intelectual.

No digo que en el ámbito académico no se discuta hoy la esencia última de lo que está pasando –el mayor desplome del sistema económico mundial desde finales de la II Guerra Mundial-, pero sorprende la ausencia de un debate profundo sobre la naturaleza de la crisis entre nuestra clase política. Y no digamos entre los analistas de corta y pega que pululan por el éter mediático.

En su lugar, la clase política tira de clichés, de estereotipos, cuya función es legitimarlos ante sus bases electorales, pero que son inservibles para avanzar en la solución de los problemas. El delirio ha llegado a tal extremo que el Gobierno se ha hecho fuerte parapetado en una idea. “No recortaremos los derechos de los trabajadores”, sostiene el presidente Zapatero. Desde luego que eso sería absurdo en un Estado social como el que proclama la Constitución de una forma un tanto retórica, eso es cierto. Pero no estaría de más recordar a quien corresponda que el principal derecho de los trabajadores es, por principio, tener empleo, no cobrar el paro. Si no se da esta premisa, un trabajador pierde su condición de ciudadano libre, ya que de lo contrario, dependerá de su ‘benefactor’, en este caso el Estado.

El empleo es, por lo tanto, la clave de bóveda de cualquier sistema político democrático no la capacidad de pagar una prestación, ya sea de carácter contributivo o asistencial. Aunque suene muy progresista decir aquello de ‘no voy a recortar las prestaciones sociales’, lo cual, dicho sea de paso, sería un auténtico disparate en la situación actual.

El papel del Estado

El otro cliché tiene que ver con el papel del Estado. A menudo se esconde mucha ineficiencia tras las actuaciones de los poderes públicos en sus diferentes niveles: administración central, autonómica o local. Pero  para muchos el hecho de que se esgrima el concepto de ‘lo público’ es por sí mismo garantía de que las cosas están bien hechas. Y al contrario, hay quien piensa que todo lo que huela a sector público es fruta podrida.

No estará de más recordar que la economía franquista era básicamente de carácter estatal, y sus resultados están ahí. Sin necesidad de irse tan lejos, basta con observar la cuenta de resultados de las televisiones autonómicas o el despilfarro de muchas administraciones en gastos superfluos, para entender que no siempre lo público es mejor que lo privado. Como tampoco funciona mejor un país por el hecho de que una determinada prestación la realice una empresa particular.

El sistema de Seguridad Social del que se han dotado las economías más avanzadas -que ha resistido a dos guerras mundiales- es, sin lugar a dudas, un monumento a la cohesión social. Pero la capacidad de generar riqueza que tiene la iniciativa privada es imbatible, como han demostrado naciones como Holanda. Es decir, dependerá de cada caso y de cada circunstancia.

Lo público y lo privado son instrumentos para lograr determinados objetivos, no un fin en sí mismo. Hay países como EEUU donde prima lo privado –y sus ciudadanos tienen un 50% más de renta que la media de la UE-, y naciones, como las escandinavas, que con fuerte presencia del Estado garantizan unos niveles de bienestar extremadamente elevados.

Lo importante, por lo tanto, es que el sistema económico sea coherente y funcione. Lo que desde luego no significa el enterramiento de las ideologías. Las ideologías tienen afortunadamente larga vida, pese a lo que dijera Fukuyama. A un piloto se le elige por su capacidad y destreza para manejar los mandos del avión, no por su grado de compromiso político con Keynes o Hayek. Lo contrario son trucos de trilero para engañar a la parroquia. A no ser que estemos ante dos modelos de sociedad radicalmente distintos, lo cual es simplemente falso, como lo demuestran desde hace siglos las democracias más avanzadas.

Ya lo dijo León Felipe, ‘la vida del hombre la mecen con cuentos, y los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos…”

 

*Causas y  Remedios de las Crisis Económicas. El debate económico Hayek-Keynes, 70 años después. Edición a cargo de la Fundación Faes.

Uno de los momentos estelares de la literatura económica tiene que ver con el apasionado debate que en la década de los 30 y de los 40 tuvo como protagonistas a Keynes y Hayek, dos de las cabezas más lúcidas que ha dado  el siglo XX. El debate, como sugiere el economista José Luis Feito en un delicioso opúsculo* escrito hace una década que acaba de ser reeditado, tuvo tintes dramáticos. Y no sólo porque tenía como telón de fondo la Gran Depresión y a millones de trabajadores en situación de desempleo; sino también porque supuso la derrota del pensamiento liberal durante décadas.