Es noticia
¿Qué fue de la clase obrera?
  1. España
  2. Mientras Tanto
Carlos Sánchez

Mientras Tanto

Por

¿Qué fue de la clase obrera?

Cuenta The Guardian que un grupo de artistas y profesores de economía de la Universidad de Shanghai está preparando un musical al estilo Broadway sobre El

Cuenta The Guardian que un grupo de artistas y profesores de economía de la Universidad de Shanghai está preparando un musical al estilo Broadway sobre El Capital, la célebre obra de Carlos Marx. Los impulsores del proyecto pretenden hacer un libreto riguroso -pero cargado al mismo tiempo de fuerza creativa- sobre este monumental libro, que cuando fue editado en septiembre de 1867 apenas tuvo una tirada inicial de mil ejemplares. La obra teatral respetará el título de la edición alemana, Das Kapital, y se subtitulará ‘El Musical’, como no podía ser de otra manera.

La noticia es relevante porque la obra de Marx prácticamente ha desaparecido del debate intelectual. Sin embargo, y como dice el propio Marx en el prólogo de su obra: "no sólo padecemos a causa de los vivos, sino también de los muertos". Y el marxismo, con sus virtudes y defectos, con sus errores de diagnóstico y sus aportaciones a la emancipación de la clase trabajadora, forma parte de la cultura universal. El mundo no se entendería, y desde luego sería mucho más pequeño, sin obras como La Riqueza de las Naciones, Sobre la Libertad, la Teoría General o El Capital.

Lo curioso es que está reivindicación del marxismo venga en formato de musical, lo que recuerda aquella famosa premonición de Marx. Cuando la historia se repite, sostenía el economista alemán, lo hace primero como tragedia y después como farsa, en última instancia la esencia misma del teatro. Paradojas de la vida.

Es evidente que la crisis económica mundial -la más importante en 80 años- no es ninguna farsa, es más bien una tragedia, y por eso no dejan de sorprender los bajos índices de conflictividad social que reina en los países desarrollados en medio de la recesión. Se trata de un fenómeno singular sin parangón reciente. Sin necesidad de recordar la conflictividad del periodo de entreguerras, lo cierto es que en la crisis de mediados de los años 70, derivada del primer choque petrolífero, la tensión se desató de la mano de revueltas obreras que luchaban contra la carestía de la vida y el alza -siempre insuficiente- de los salarios. Era los tiempos de la célebre ‘estanflación’ (estancamiento económico y altas tasas de desempleo).

Lo mismo sucedió en los primeros años 80 tras el segundo choque petrolífero. La llegada al poder de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher fue el comienzo de la revolución conservadora, que no era otra cosa que una profunda revisión del sistema económico nacido tras la II Guerra Mundial, y que privilegiaba el papel del Estado en la economía. Se cerraron  minas, astilleros, altos hornos y todo aquello que oliera a déficit. La respuesta sindical en toda Europa fue una conflictividad social sin precedentes, que salvó al Estado de bienestar surgido tras 1945, aunque con serios recortes. Pero esa ‘victoria’ no fue incruenta. Desde entonces, la fuerza de los sindicatos en Europa no ha dejado de descender.

Un estudio realizado por el profesor Jeremy Waddington para la Unión General de Trabajadores, y por lo tanto poco sospechoso de sostener antipatías sindicales, sugiere que el número de afiliados en la UE-25 ha caído desde el 32,6% en 1995 hasta el 26,4% en 2001. El descenso ha sido especialmente intenso entre los nuevos estados miembros, donde el porcentaje ha caído a la mitad (del 42% al 20%). En la Unión Europea a 15, y en el mismo periodo, ha pasado del 31% al 27%. Y a la luz de estos datos, su conclusión no deja lugar a dudas. En Europa, “la proporción de trabajadores afiliados no había sido tan baja desde 1950”. Lo mismo ha ocurrido en España, donde la afiliación sindical se mueve en una horquilla que va del 10 al 12%.

En la otra orilla del atlántico sucede algo parecido. En EEUU, la afiliación sindical está bajo mínimos, sin bien es cierto que en los últimos dos años se ha producido una cierta recuperación. Según los datos del Bureau of Labor Stadistics, 311.000 nuevas afiliaciones se produjeron en 2007; mientras que el año pasado la cifra fue todavía mayor: 428.000 nuevos cotizantes. La afiliación, como recuerda el sindicalista Löpez-Bulla, oscila entre el 25% existente en los Estados con mayor representación (Nueva York y los del Pacífico) hasta el humilde 10% de los sureños.

La reducida afiliación sindical, por lo tanto, se presenta como una primera explicación que justifica la baja conflictividad laboral. Pero desde luego no es la única. Ni seguramente la más importante. La causa última de que los sindicatos hayan perdido capacidad de influencia tiene que ver, por un lado, con la consolidación de clases medias profesionales alejadas de los grandes centros fabriles, y que ya no responden al perfil clásico del obrero industrial. Pero también con la reducción del peso del Estado en la actividad económica. Aunque el gasto público en relación al PIB se mantiene en Europa en niveles elevados -un 46,1%-, lo cierto es que las liberalizaciones de los años 80 y 90 han hecho mella en la capacidad de influencia del Estado en la economía. Y no hace falta recordar que el sector público ha sido, históricamente, donde las organizaciones sindicales han tenido mayor presencia, tanto en España como en el resto de Europa.

Una cuarta causa puede también ayudar a explicar la baja conflictividad en un periodo recesivo. Al igual que sucedió en 1929, la crisis mundial tiene un origen estrictamente financiero, pero en aquella ocasión rápidamente se trasladó a los niveles de desempleo. Legiones de trabajadores perdieron su empleo a una velocidad desconocida hasta entonces. Pero John Steinbeck tendría ahora más dificultades para dramatizar tanta miseria. El mundo asiste a la mayor recesión en 80 años, sin embargo, al contrario de lo que sucedió en los años treinta, la tasa de desempleo no se ha disparado (salvo en el caso español). Ha subido en la UE nueve décimas, hasta el 8,2%, mientras que el volumen de ocupación permanece exactamente igual que hace un año. Es decir, que no se está perdiendo empleo.Al menos en Europa (otra cosa distinta es en España).

Se trata, por lo tanto, de una crisis nueva. Capaz de hundir el comercio mundial a una velocidad desconocida en décadas como consecuencia del racionamiento del crédito, pero que, sin embargo, no se ha trasladado con ferocidad al nivel de ocupación. De hecho, y eso si que es un fenómeno nuevo, Europa no está asistiendo al cierre masivo de fábricas. Estamos ante una caída de la demanda que deprime la actividad económica, pero no ante un intenso proceso de reconversión industrial similar al que ocurrió en los setenta y los ochenta, cuando cerraron miles de centros de trabajo y eso provocó grandes conflictos sociales.

En el caso español, de hecho, hay sectores con gravísimas dificultades, como el automóvil, pero por el momento nadie se plantea reducir la capacidad instalada o cerrar centros de trabajo. Estamos, por ello, en un nuevoi tiempo, en el que la extensión de los sistemas de protección social ha contribuido también a la paz social, algo no suficientemente valorado desde diversos colectivos que durante años han defendido el tijeretazo puro y duro del Estado de bienestar.

Gracias, precisamente, a que los gobiernos -unos más y otros menos- han mantenido esa filosofía, Europa puede afrontar hoy su mayor crisis sin estridencias sociales, lo cual es de agradecer. Y eso puede explicar mejor que ninguna otra cosa que la primera recesión europea del siglo XXI no necesite barricadas. Aunque los obreros sigan existiendo.

 

Cuenta The Guardian que un grupo de artistas y profesores de economía de la Universidad de Shanghai está preparando un musical al estilo Broadway sobre El Capital, la célebre obra de Carlos Marx. Los impulsores del proyecto pretenden hacer un libreto riguroso -pero cargado al mismo tiempo de fuerza creativa- sobre este monumental libro, que cuando fue editado en septiembre de 1867 apenas tuvo una tirada inicial de mil ejemplares. La obra teatral respetará el título de la edición alemana, Das Kapital, y se subtitulará ‘El Musical’, como no podía ser de otra manera.

Paro