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¿Por qué lo llaman nuevo modelo productivo cuando quieren decir sexo?
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Carlos Sánchez

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¿Por qué lo llaman nuevo modelo productivo cuando quieren decir sexo?

La foto no tiene desperdicio. A la izquierda, Massimo d’Alema, uno de los intelectuales más lúcidos de la izquierda europea, digno sucesor de Cesare Pavese, Palmiro

La foto no tiene desperdicio. A la izquierda, Massimo d’Alema, uno de los intelectuales más lúcidos de la izquierda europea, digno sucesor de Cesare Pavese, Palmiro Togliatti o Enrico Berlinguer. Lo avalan sus triunfos electorales frente a Silvio Berlusconi y su capacidad para aglutinar a la izquierda italiana. Junto a él, Ségoléne Royal, referente político de la política francesa, capaz de convertir a Nicolás Sarkozy en una piltrafa política de segunda fila y bajo perfil en la escena internacional.

A la izquierda de la antigua candidata del PSF a la presidencia de la República, Felipe González, quien abandonó el poder hace ahora 13 años bajo palio. Y, finalmente, a la izquierda del ex presidente del Gobierno español, Yorgos Papandreu, líder del Pasok y presidente de la Internacional Socialista, que tras las últimas elecciones ha dejado al socialismo griego con los peores resultados en 30 años.

La foto la reproducía el pasado miércoles el diario El País sobre un titular a cuatro columnas que rezaba lo que sigue: “La izquierda europea busca reinventarse para superar la crisis’. Toma del frasco, Carrasco, que diría el clásico. Resulta que la esperanza de muchos pasa por cuatro dinosaurios de la izquierda europea.

Si no fuera porque se está hablando de cosas serias, estaríamos ante una verdadera astracanada; pero ocurre que los problemas del viejo continente son tan agudos que resulta patética la ausencia de renovación en el discurso de cierta clase política, más allá de eslóganes simplistas sin recorrido político. Y por eso, sorprende todavía más -en el caso español- que se confunda una panoplia de medidas anticrisis más o menos eficaces (según los gustos) con la puesta en marcha de un nuevo modelo productivo. Claro está, a no ser que se considere que la política económica se reduce a tirar de chequera, lo cual sería lo mismo que decir que los petrodólares que riegan los países del Golfo son la quintaesencia de la acción política.

La refundación de la izquierda

Hay quien parece creer que la refundación de la izquierda (el centro derecha gobierna en las dos terceras partes de la Unión Europea) depende de eslóganes huecos o de hacerse una fotografía en Atenas; pero lo peor es que en coherencia con esa forma de ver el mundo, hay quien sostiene que los modelos económicos se cambian con simple voluntarismo político. Con sólo subir al estrado de la carera de Sam Jerónimo y proclamarlo a los cuatro vientos.

Roza el delirio pensar que un modelo productivo se puede corregir con sólo meterle mano al BOE. Y para llegar a esta conclusión sólo hay que echar un vistazo a lo que ha sucedido en Europa durante los últimos 60 años, donde sólo algunos países (la mayoría pequeños) han sido capaces de reorientar su estrategia productiva de una forma contundente. Básicamente, por una razón. Cambiar el modelo de crecimiento de un país exige consensos sociales y políticos amplios y profundos, algo que hoy por hoy en España se antoja imposible. Fundamentalmente por una razón, primero hay que identificar el objetivo y luego poner rumbo en esa dirección.  Y ni una cosa ni otra están hoy al alcance de nuestra clase política.

Se necesita también tiempo, mucho tiempo, para hacer girar la nave (los finlandeses llevan 40 años en el empeño). Además de tener ideas claras, arrojo político, y, por supuesto, talento. Sin embargo, da la sensación de que ninguna de esas condiciones se cumple hoy en España, donde la política económica se ha convertido en un arma arrojadiza para hacer daño al contrario. Es decir, que no se enfrentan diferentes alternativas económicas para quedarse al final con lo mejor de cada una de ellas, lo cual sería razonable, sino que lo que se pretende es hacer creer a la opinión pública que el adversario tiene la culpa de todos los males.

Un buen ejemplo es lo que ha sucedido a propósito del fin de las deducciones por vivienda en el IRPF para rentas superiores a 24.000 euros desde el 1 de enero de 2011. Los dirigentes económicos del Partido Popular  admiten en privado que no tiene sentido que alguien que no ha podido adquirir una vivienda subvencione la compra de un piso, sobre todo cuando tarde o temprano la desgravación se traslada al precio final del inmueble. Pero en contra de su propia lógica económica, anuncian en público que no sólo hay que mantener esa deducción sino que, por el contrario, hay que aumentarla, fundamentalmente por razones electorales.

Parecen convencidos de que el discurso en favor de las ‘clases medias’, aunque sea demagógico, les beneficia políticamente, y eso explica su énfasis en degastar al Gobierno por esta vía. Lo curioso del caso es que cuando en la primera legislatura del PP se aprobó una profunda  reforma del IRPF se introdujo el mínimo exento precisamente para hacer desaparecer de la cuota del impuesto toda suerte de deducciones que necesariamente distorsionan la naturaleza del tributo.

Estado y modelos económicos

Este simple ejemplo pone de relieve hasta qué punto las miserias electorales de los grandes partidos impiden alcanzar consensos básicos para crear un nuevo modelo productivo al margen del ladrillo.  Como se ha dicho, se ha llegado al absurdo de confundir medidas de choque para suavizar la recesión con una reorientación de la política económica. Con la apuesta por nuevos modelos productivos, lo cual es un auténtico dislate.

El Estado no crea modelos económicos, salvo que se recuperen los planes quinquenales que existían en las economías planificadas. Pero lo que si pueden hacer -y es su obligación- es crear las bases para que los agentes económicos -ya sean públicos o privados- se desenvuelvan en un marco óptimo. O, por lo menos, lo más parecido a este ideal. De ahí la necesidad  de que haya acuerdos básicos entre los dos grandes partidos para lograr que la energía  sea más barata, que el sistema judicial funcione mejor o que el sector público trabaje de forma más eficiente. O que el sistema educativo responda realmente a las necesidades de un país que todavía tiene mucho que hacer en términos de capital humano y tecnológico.

La clase política, sin embargo, erre que erre, en vez de apostar por los asuntos estratégicos ha optado por convertir al parlamento en una gran rifa: hoy toca premio a los vendedores de coches, mañana a los fabricantes de lavadoras y al día siguiente a las televisiones privadas.

No estamos, desde luego, ante un problema exclusivo de la Administración central. Produce verdaderamente sonrojo cómo los parlamentos regionales –siempre mendicantes con eso que llaman madrid- abren cada mañana la tómbola y empiezan a repartir papeletas para el sorteo. Sin recordar que esa política fácil para ganar aplausos en la grada es, precisamente,  la que explica que ninguna de las 17 comunidades autónomas haya sido capaz de crear no ya un Silicom Valley, lo cual estaría lejos de su alcance- sino un mínimo parque empresarial verdaderamente competitivo a nivel internacional. O un sistema educativo bien dotado para afrontar los retos de la economía española. O empresas potentes para competir en el mundo y crear empleo en España.

En su lugar, la clase política ha optado por la política fácil no vaya a ser que se escape algún voto. C´est la vie.

La foto no tiene desperdicio. A la izquierda, Massimo d’Alema, uno de los intelectuales más lúcidos de la izquierda europea, digno sucesor de Cesare Pavese, Palmiro Togliatti o Enrico Berlinguer. Lo avalan sus triunfos electorales frente a Silvio Berlusconi y su capacidad para aglutinar a la izquierda italiana. Junto a él, Ségoléne Royal, referente político de la política francesa, capaz de convertir a Nicolás Sarkozy en una piltrafa política de segunda fila y bajo perfil en la escena internacional.

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