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Un país, unas elecciones, un sistema político obsoleto
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Carlos Sánchez

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Un país, unas elecciones, un sistema político obsoleto

Hace algún tiempo un director de cine se quejaba amargamente de que en la España actual era prácticamente imposible rodar una película de los años 70

Hace algún tiempo un director de cine se quejaba amargamente de que en la España actual era prácticamente imposible rodar una película de los años 70 en escenarios reales. Argumentaba que era fácil rodar en exteriores una escena del siglo XVI o XVII, toda vez que algunas ciudades españoles conservan todavía magníficos cascos históricos. Sin embargo, decía, era imposible filmar cómo se vivía en la España de la Transición, salvo que se quiera hacer en estudio. Simplemente porque las calles, los edificios y, por supuesto, el mobiliario urbano son hoy tan distintos que resultan irreconocibles para aquella época.

Este ejemplo ilustra los transcendentales cambios que ha sufrido este país en los últimos años. No sólo en el terreno económico, que son evidentes, sino también en costumbres sociales o culturales. Un par de datos pueden reflejar mejor que ninguna otra cosa lo que se está hablando. El sueldo por hora trabajada de un ingeniero o un licenciado ascendía en 1976 a 441,35 pesetas, mientras que un jefe administrativo cobraba, como media, 226,01 pesetas, menos de 1,5 euros la hora de trabajo.

Sin entrar a debatir sobre el coste real de la vida y lo que daban de sí esas 400 pesetas, no hay ninguna duda de que este país no es el mismo. Ha cambiado radicalmente y hasta se ha hecho mayor en muchos aspectos. Existe, sin embargo, un espacio en el que pocas cosas han cambiado: el sistema político. Básicamente permanece igual, como si el país fuera exactamente el mismo.

Los partidos ocupan todos los ámbitos de representación política y social gracias a un sistema electoral diseñado en la Transición, precisamente para reforzar su poder en unos momentos en los que el país necesitaba instituciones democráticas fuertes. Con esa ley electoral, se pretendía favorecer claramente a los partidos mayoritarios en detrimento de los más pequeños, lo que en la práctica provocó la expulsión de grupos muy activos durante la oposición al franquismo que fueron dilapidados del mapa político.

“La sociedad civil -empresarios, sindicatos, medios de comunicación, intelectuales…- se arruga ante el poder político”

Sistema bipartito

Se institucionalizó, por lo tanto, a un sistema bipartidista imperfecto en el que los partidos centrales -UCD y PSOE- tenían a su izquierda y derecha dos formaciones pequeñas (AP y el PCE) que nunca pudieron tener una influencia política decisiva. La unión del centro derecha simplificó todavía más el escenario político y lo mismo ha sucedido en la izquierda, donde el PSOE ha fagocitado a casi todo lo que estaba a su izquierda.De esta manera, ha acabado por constituirse un sistema político que tiene mucho de oligopolio dominado por dos grandes fuerzas que controlan el 83,81% del voto popular y 323 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados. Como se ve, un bipartidismo casi perfecto que sorprende si se tiene en cuenta que la propia Constitución española habla de un sistema de representación proporcional.

Así es como se ha constituido un sistema político cerrado y altamente jerarquizado en el que los dirigentes políticos hacen y deshacen a su antojo sin apenas contrapoderes. Ni dentro ni fuera de su partido. Los afiliados y simpatizantes son irrelevantes en la toma de decisiones gracias a la existencia de sofisticados métodos de control político. El principal, la existencia de listas cerradas que vienen a ser la garantía de que todo está bajo control.

Extramuros del partido ocurre algo parecido. La sociedad civil -empresarios, sindicatos, medios de comunicación, intelectuales- se arruga ante un poder político que concede dádivas en forma de subvenciones o adjudicaciones de toda suerte y condición.

Y así se explica que este país haya tenido que soportar en las dos últimas semanas una de las campañas electorales más absurdas de nuestra reciente historia democrática. En la que no ha habido ni una sola idea original ni el más mínimo talento para afrontar uno de los periodos históricos más atractivos de las últimas décadas desde el punto de vista intelectual. Se dirá que también en Europa pintan bastos en cuanto a participación electoral. Pero se olvida que España ha sido -junto con Irlanda y Portugal- uno de los tres países que más se han beneficiado de su pertenencia a la UE, por lo que el desapego hacia las instituciones europeas puede ser letal para nuestros intereses.

Es evidente que detrás de este desinterés está el frenazo en la construcción europea por falta de liderazgo y por el fracaso de una ampliación hacia el Este que se hizo sin que la UE dispusiera con carácter previo de una arquitectura institucional suficiente. Pero desde luego no es ajena a este proceso de desilusión la existencia de una clase política mediocre que vive como si en este país todo estuviera como en 1977. Luego se quejarán de que más de la mitad de los votantes vayan a quedarse en casa.

Hace algún tiempo un director de cine se quejaba amargamente de que en la España actual era prácticamente imposible rodar una película de los años 70 en escenarios reales. Argumentaba que era fácil rodar en exteriores una escena del siglo XVI o XVII, toda vez que algunas ciudades españoles conservan todavía magníficos cascos históricos. Sin embargo, decía, era imposible filmar cómo se vivía en la España de la Transición, salvo que se quiera hacer en estudio. Simplemente porque las calles, los edificios y, por supuesto, el mobiliario urbano son hoy tan distintos que resultan irreconocibles para aquella época.