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Un informe imprescindible para entender la economía española
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Carlos Sánchez

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Un informe imprescindible para entender la economía española

La memoria, como se sabe, es traicionera y a veces engañosa. Tanto que a menudo los gobernantes la usan con fines poco recomendables. Unas veces para

La memoria, como se sabe, es traicionera y a veces engañosa. Tanto que a menudo los gobernantes la usan con fines poco recomendables. Unas veces para legitimarse ante la opinión pública -mostrándose como herederos únicos de un pasado más o menos glorioso- y otras con la aviesa intención de adormecer conciencias reconstruyendo un pasado que está sólo en su imaginación.

Pero en ocasiones, la memoria deriva en un ejercicio fértil y lúcido. Y este es el caso de un estudio presentado ayer por los profesores valencianos Matilde Mas y Vicent Cucarella, en el que recorren  la política de inversiones –públicas y privadas- que ha hecho este país en el último siglo. En concreto, entre el año 1900 y el 2005, lo que supone un horizonte histórico verdaderamente  amplio. El estudio tiene la particularidad de que está territorializado, lo que permite dar respuestas certeras a una de las cuestiones que más envenenan la vida política española: cuánto ha invetido el Estado en cada uno de los territorios.

El estudio -editado por la Fundación BBVA- dice entre otras cosas que el stock de capital público (lo que se ha invertido en infraestructuras) es hoy 28 veces superior al que había en el año 1900, lo que da idea de la transformación que ha sufrido este país en el último siglo. Pero no todas las épocas fueron iguales. La inversión pública comenzó a crecer de forma relevante a partir del Plan de Estabilización, pero se disparó con la recuperación de la democracia. Antes de  1959, las inversiones públicas crecían a un ritmo inferior al 1,5% en media anual, pero desde entonces esa tasa se ha triplicado, con dos periodos fundamentales: 1960-1977 y 1982-1993. En términos per cápita, estamos hablando de que la dotación de infraestructuras es hoy 11,6 veces superior a la existente en 1900, lo que refleja la intensidad del fenómeno.

La libertad económica -que no es contradictoria con la cohesión social- le ha sentado bien a España, que ha aprovechado los dos hitos históricos que ha tenido en la segunda mitad del siglo XX

Es decir, que la libertad económica –lo que no contradictorio con la cohesión social- le ha sentado bien a España, que ha aprovechado de forma verdaderamente intensa los dos hitos históricos que se le han presentado en la segunda mitad del siglo XX: el Plan de Estabilización y el ingreso en la UE. 

Quién gana con la inversión del Estado

¿Y quién se ha beneficiado más de esta formidable capacidad inversora del Estado? Pues depende del periodo histórico que se considere. A comienzos del siglo XX, las dos regiones más extensas, Andalucía y la actual Castilla y León, disfrutaban  de las participaciones más elevadas, lo que parece coherente con la existencia de una economía preindustrial. Hay que tener en cuenta que en esa época el 58% de las inversiones públicas se destinaban a crear infraestructuras de ferrocarril que necesariamente tenían que pasar por ambos territorios.

Entre ambas regiones se colaba Cataluña, lo que también es coherente con su mayor grado de industrialización. A medida que el siglo XX fue pasando, Madrid ocupó cada vez un papel más determinante como consecuencia del fuerte dinamismo económico y demográfico de la capital. Hasta el punto de que en 2006 –y en relación a su superficie- era claramente la mejor dotada en infraestructuras, al haber pasado de algo menos del 6% del stock de capital total en 1900 hasta el 13,3%.  Canarias, la Comunidad Valenciana y Cataluña se encuentran igualmente, entre quienes más se han beneficiado del impulso inversor del Estado; mientras que en sentido contrario se encuentran Castilla y León, Aragón y Navarra.

Todos estos datos indican algo obvio. Que determinadas políticas favorecen el crecimiento económico y la prosperidad de un país y, en cambio, otras políticas sólo lo empobrecen. Y por eso no estará de más recordar que cuando se mira hacia atrás lo que queda es la inversión productiva capaz de aumentar la riqueza del país, ya sea en escuelas, oficinas judiciales, hospitales, carreteras o fibra óptica.

Lo que no deja huella son las políticas alicortas -guiños obscenos al electorado- que sólo pretenden ganar una votación parlamentaria como si en ello le fuera la vida al país. Y lo que está ahora en juego no es otra cosa que proseguir o frenar ese ingente esfuerzo inversor que ha hecho esta nación en los últimos 50 años, y que ha permitido converger en veinte puntos de renta per cápita con la eurozona desde 1970.  Eso es lo transcendente, lo demás son peleas de políticos de medio pelo.

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La memoria, como se sabe, es traicionera y a veces engañosa. Tanto que a menudo los gobernantes la usan con fines poco recomendables. Unas veces para legitimarse ante la opinión pública -mostrándose como herederos únicos de un pasado más o menos glorioso- y otras con la aviesa intención de adormecer conciencias reconstruyendo un pasado que está sólo en su imaginación.

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