Es noticia
Algo huele a podrido en Dinamarca
  1. España
  2. Mientras Tanto
Carlos Sánchez

Mientras Tanto

Por

Algo huele a podrido en Dinamarca

La cumbre contra el cambio climático ha derivado en una sutil perversión. La opinión pública interesada en la emisión de gases de efecto invernadero ha sido

La cumbre contra el cambio climático ha derivado en una sutil perversión. La opinión pública interesada en la emisión de gases de efecto invernadero ha sido condenada por los medios de comunicación a atender más a la forma que al fondo. Al continente que al contenido. Las crónicas hablan de la llegada triunfal de Obama a Copenhague, de las cargas policiales contra los manifestantes antisistema, del caos organizativo, del climagate o de las 46.000 acreditaciones (sí han leído bien) entregadas a los asistentes para participar en una asamblea en la que a priori debería primar el rigor científico y el conocimiento.

Lo ocurrido era de esperar teniendo en cuenta que el mundo parece gobernarse desde hace algunos años a golpe de cumbre para mayor gloria de sus convocantes. No se trata de un fenómeno nuevo. Los acuerdos de Bretton Woods salieron adelante después de tres semanas de reuniones. La Conferencia de Potsdam -que diseñó el mapa de Europa tras la II Guerra Mundial- se celebró durante dos semanas a las afueras de un devastado Berlín. Mientras que el Congreso de Viena, que restableció las fronteras europeas tras la derrota de Napoleón, se celebró durante nueve meses y ocho días.

De aquel cónclave queda todavía una memorable frase del príncipe de Ligne, que a la vista de las fiestas y banquetes que se celebraban en los mejores palacios de la capital austriaca dijo aquello de Le Congrés ne marche pas, il danse, algo así como el Congreso no funciona, se divierte.

No hay, por lo tanto, nada nuevo en celebrar cumbres. Lo que es distinto es su intensidad. Hoy cualquier ciudadano puede contemplar con profusión y de forma un tanto obscena cómo muchos líderes han visto en las grandes cumbres internacionales una herramienta extraordinariamente útil para esconder sus vergüenzas nacionales. Y eso explica la obsesión de muchos gobiernos por celebrar reuniones al más alto nivel en su territorio. Cuesten lo que cuesten y al margen de que el país de referencia tenga algo que aportar sobre el asunto a tratar. Las cumbres iberoamericanas son un buen ejemplo de la inutilidad de este tipo de reuniones.

Pobreza y comercio mundial

Las cumbres mundiales crean la falsa imagen de que el planeta se gobierna por consenso, lo cual es un atentado contra la inteligencia

Esta obsesión por las cumbres ha provocado paradojas como la ocurrida hace algunas semanas en Roma, donde se celebrara una reunión al más alto nivel de la FAO, la organización de las naciones unidas para la alimentación y la agricultura. Acudieron a la cita sólo los países pobres -que conocen mejor que nadie sus problemas y no necesitan reunirse con ellos mismos-, pero los gobernantes de las naciones más ricas (los que realmente tienen algo que decir ya que sus políticas proteccionistas están acabando con el comercio mundial de productos agrícolas) hicieron mutis por el foro. Simplemente porque el hambre ha pasado de moda. Ahora lo relevante es hablar del cambio climático.

No es que se haya resuelto el drama, sino que la atención de los medios de comunicación se ha desplazado ahora hacia todo lo relacionado con las energías limpias, sin duda un asunto de vital importancia para el planeta y al que hay que dedicar mucha atención. Pues bien, sin televisiones por medio, los líderes políticos no consideraron necesario asistir a tediosas reuniones como la de Roma, que más que en la capital italiana debería haberse celebrado en Ginebra, la sede de la Organización Mundial de Comercio.

Debido a la prodigalidad de este tipo de reuniones, se ha creado la falsa impresión de que el mundo vive una especie de diplomacia multipolar. Nobles y plebeyos, paganos y creyentes, participan en los mismos foros como si las decisiones se tomaran en franca camaradería. Se crea así la falsa imagen de que el mundo se gobierna por consenso, lo cual es un atentado contra la inteligencia. Copenhague será un éxito o un fracaso sólo si EEUU y China -responsables del 40% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono- llegan a un compromiso. Y todo lo demás es retórica. Pero sobre todo, saldrá adelante si se crean mecanismos de verificación de lo acordado con un régimen sancionador para las naciones que se sumen al acuerdo, pero que al día siguiente se olvidan de lo firmado. El caso español, el país europeo que más se ha alejado de los objetivos de Kyoto, es palmario.

Como palpable es el sistemático incumplimiento los compromisos económicos. ¿Alguien se cree que los países ricos pondrán a  disposición de los pobres a corto plazo 10.000 millones de dólares al año para combatir las emisiones de Co2 a la atmósfera? ¿O incluso 100.000 millones en 2020 para reconvertir industrias energéticamente obsoletas en modernas fábricas eficientes en términos medioambientales?

Pese a estas dudas, sin embargo, la Cumbre de Copenhague será un éxito. O al menos así se presentará a la opinión pública. Una reunión de 190 países no puede acabar con un fracaso. Precisamente porque sería el reconocimiento explícito de que el formato de las cumbres no es válido. Y eso sería lo mismo que poner fin a una falsa diplomacia multipolar que adormece conciencias. Como diría Umberto Eco, la providencia no quiere que se glorifiquen acontecimientos fútiles.

La cumbre contra el cambio climático ha derivado en una sutil perversión. La opinión pública interesada en la emisión de gases de efecto invernadero ha sido condenada por los medios de comunicación a atender más a la forma que al fondo. Al continente que al contenido. Las crónicas hablan de la llegada triunfal de Obama a Copenhague, de las cargas policiales contra los manifestantes antisistema, del caos organizativo, del climagate o de las 46.000 acreditaciones (sí han leído bien) entregadas a los asistentes para participar en una asamblea en la que a priori debería primar el rigor científico y el conocimiento.

Ecología