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Moncloa respira: los sindicatos siguen con el Gobierno... y en la oposición
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Moncloa respira: los sindicatos siguen con el Gobierno... y en la oposición

Los sindicatos han logrado la cuadratura del círculo: estar con el Gobierno..., y seguir en la oposición. No es ningún demérito suyo. Todo lo contrario. Hay que

Los sindicatos han logrado la cuadratura del círculo: estar con el Gobierno..., y seguir en la oposición. No es ningún demérito suyo. Todo lo contrario. Hay que tener mucha habilidad política para participar al mismo tiempo en la Conferencia de Presidentes -un acto que forma parte de la naturaleza misma del poder ejecutivo- y manifestarse en la calle como si la política económica estuviera fuera de su alcance y de su capacidad de influencia.

No es ningún secreto que el mayor aliado de Zapatero en esta legislatura -al margen de los apoyos puntuales en el Parlamento- han sido las centrales sindicales, lo cual, dicho sea de paso, no es ni bueno ni malo. Es simplemente coherente con el modelo sindical que se ha dado España desde el principio de la Transición, cuando fueron legalizados los sindicatos tras 40 años de dictadura. Desde entonces, las centrales han formado parte del entramado político-institucional de este país. Sería injusto, sin embargo, hablar de centrales sindicales en plural, sin matices. Mientras que CCOO ha mantenido una posición más distante con el Gobierno (sobre todo en tiempos de Fidalgo), UGT ha arruinado la autonomía del sindicato lograda en los tiempos de Nicolás Redondo, lo que ha convertido a la histórica Unión General de Trabajadores en una simple correa de transmisión del Partido Socialista, utilizando la terminología al uso.

Los mayores momentos de tensión se produjeron en la segunda mitad de los 80 y primeros años 90, cuando Felipe González intentó gobernar al margen de los sindicatos, lo que significó el principio del fin de su hegemonía política y social. Aprendida la lección, el PP intentó gobernar con ellos, llegando a firmar pactos de indudable calado político y económico, lo que contribuyó a dotar a las centrales de un aparataje institucional que ha convertido a los sindicatos en protagonistas imprescindibles en el debate político. A cambio, el propio PP se daba un baño de centrismo político. Un hecho insólito reciente demuestra la fuerza sindical. El propio Rey Juan Carlos se ha entrevistado con Toxo y Méndez, y todavía no lo ha hecho con Díaz-Ferrán para hablar del pacto de Estado contra la crisis.

De los 25 países europeos analizados, España ocupa el puesto número 24 en afiliación. Como dice López Bulla, todo cambia, pero se mantienen las viejas formas de representación del sindicalismo

Cuando en su segunda legislatura, Aznar decidió cambiar su política de alianzas envalentonado por la mayoría absoluta, la respuesta vino en forma de huelga general de cuatro horas, lo que explica que Zapatero, nada más llegar a la Moncloa, se impusiera como objetivo prioritario que no le convocaran un paro general. La estrategia era coherente con la intención del presidente del Gobierno de anclar buena parte de su legitimidad política en referentes históricos que siguen vivos en el imaginario colectivo de la izquierda: la II República o la simbología de la lucha de clases, cuando lo cierto es que ni este Gobierno ni los sindicatos tienen ya nada que ver con la España de los años 30 (afortunadamente).

A la luz de esa estrategia y al amparo de su sobrerrepresentación institucional por razones políticas, se da la circunstancia que en España coincidir con las cúpulas sindicales es lo mismo que estar al lado de los trabajadores, y con este razonamiento como santo y seña, es obvio que ningún Gobierno -ni central ni autonómico- está en condiciones de perder esos apoyos. Hasta Esperanza Aguirre, siempre tan guerrera, se ha visto obligada a hacerse la foto con los sindicatos madrileños.

Omnipresencia mediática

Todos estos movimientos tácticos explican la omnipresencia mediática de los sindicatos, un fenómeno desconocido en otros países de nuestro entorno económico, donde la participación sindical se circunscribe al conflicto laboral. A las tensiones naturales entre empresas y trabajadores.

¿Es justificada esta alta representatividad sindical? Para dar respuesta a esta pregunta merece la pena leer el Observatorio de la afiliación sindical, un documento bien elaborado -y nada sospechoso de posiciones antisindicales- en el que se hace una radiografía reciente (está editado el pasado mes de diciembre) del estado de la cuestión. Lo primero que sorprende es constatar que de los 25 países europeos analizados, España ocupa el puesto número 24 en afiliación sindical, sólo por detrás de Francia. No estamos, por lo tanto, en la mejor de las posiciones, al contrario que en los países nórdicos, donde más de 70% de los trabajadores están afiliados a un sindicato, frente al 19,8% de España.

Hay sin embargo, un matiz. España tiene baja afiliación pero la presencia de los sindicatos en los centros de trabajo a través de la negociación colectiva y de las elecciones sindicales es algo mayor. Aunque sin alharacas. En este caso hay 18 naciones en las que la representación sindical es mayor que la española, lo cual dice muy poco a favor de la calidad del sistema de representación sindical de este país, que además, cuenta con un importante hándicap respecto de otros países. La representación sindical es especialmente significativa en el empleo público y afecta, sobre todo, a los trabajadores con contrato fijo. Y está especialmente presente en sectores económicos maduros (industria).

Unos cuantos datos ilustran de lo que se está hablando. Entre 2003 y 2008, la tasa de afiliación sindical ha crecido en el sector privado (en coherencia con la creación de empleo en años de fuerte crecimiento económico) un 16,2%, pero en el caso del sector público el aumento es de nada menos que el 28,6%. O dicho en otros términos, mientras que la afiliación en el sector privado se sitúa en un exiguo 15,6% (años 2008), en el público es de más del doble: el 32,8%. Es más, mientras que el 22,5,% de los trabajadores con contrato indefinido están afiliados a alguna central, en el caso de los temporales el porcentaje baja al 11,3%. Como se ve, notables diferencias que responden a un modelo de representación caduco. 

Dos últimos datos. Mientras que en las empresas con plantillas inferiores a 10 trabajadores -que suponen más del 90% del tejido empresarial- tan sólo el 8% de los empledos está afiliado, en las de más de 250 el porcentaje sube hasta el 29,1%. Y lo que es igualmente signficativo. Mientras que la afiliación llega al 26,4% en el caso de los trabajadores con edades comprendidas entre 45 y 64 años, en el caso de los jóvenes con menos de 29 años sólo se alcanza el 10,3%, lo que signfica que la continuidad no está asegurada si no se cambia el statu quo.  

¿Por qué se ha llegado a esta situación? Básicamente por un déficit histórico de representatividad sindical que tres décadas largas de democracia no han sabido corregir. Y que no parece estar en el centro de las preocupaciones de las cúpulas de CCOO y UGT, amarrateguis en esta cuestión como en ninguna otra. Como diría López Bulla, todo ha cambiado, pero se mantienen las viejas formas de representación del sindicalismo. 

El papel de los comités de empresa

En España, la acción sindical se articula a través de los comités de empresa, y en segunda instancia de las secciones sindicales, lo que ha provocado que la presencia de los sindicatos en los tajos (salvo en las grandes empresas) sea residual. Si el trabajo sindical lo hace el comité de empresa, la mayoría de los trabajadores no tiene ningún aliciente para afiliarse, y todavía menos estímulos para pagar una cuota, lo que sin duda alguna explica la baja tasa de afiliación española. Máxime cuando al contrario que en los países del norte de Europa, las centrales no tienen el carácter de empresas de servicios y de apoyo al trabajador, lo que permite al cotizante acceder en mejores condiciones a unas vacaciones, a un seguro privado o, incluso, a una vivienda. Por decirlo de una manera directa, los convenios colectivos, que son la pieza angular del sistema de relaciones laborales en España, le salen gratis al trabajador, que se beneficia igualmente de las cláusulas o de las subidas salariales al margen de si está o no está afiliado.

Antón Saracíbar, durante años dirigente de UGT, planteó en los años 80 la posibilidad de cambiar el modelo de representatividad sindical, pero el fiasco PSV, la cooperativa de viviendas del sindicato, enterró esos sueños de caminar hacia un sindicalismo de servicios, lo que hubiera dado mayor autonomía económica a las centrales, que en coherencia con los aumentos de afiliación hubieran tenido mayor capacidad económica. Ahora, buena parte de sus recursos están ligados a decisiones de los poderes públicos, y eso resta credibilidad a la acción sindical.

No fue posible esa salida 'a la alemana' y desde entonces los sindicatos buscan, sobre todo, representación institucional, lo que les permite tener gran capacidad de influencia política pese a contar con escasa afiliación. Hay quien malévolamente ha comparado esta situación con el sindicalismo argentino, donde los peronistas tienen enorme poder ‘por arriba’ pero poca consistencia 'por abajo' gracias a su capacidad de movilización social. Y en este contexto habría que entender la manifestación de ayer. Los sindicatos siguen vivos, y eso gusta en Moncloa, que quiere tener unos aliados legitimados por su capacidad de movilización, lo que en última instancia favorece al propio Zapatero.

El presidente ha garantizado a Toxo y Méndez que no prolongará de forma obligatoria la edad de jubilación si no hay consenso social, y como este es un casus belli para los sindicatos, parece lógico pensar que no habrá reformas en esa dirección. Pese a eso, los sindicatos han seguido adelante con la movilización, precisamente para demostrar que tienen capacidad de poner en apuros a cualquier Gobierno. Cuando el Ejecutivo retire la propeusta -que lo hará- motrará a la opinión pública su capacidad para articular el diálogo social frente a anteriores 'decretazos'. Y en eso estamos.

Los sindicatos han logrado la cuadratura del círculo: estar con el Gobierno..., y seguir en la oposición. No es ningún demérito suyo. Todo lo contrario. Hay que tener mucha habilidad política para participar al mismo tiempo en la Conferencia de Presidentes -un acto que forma parte de la naturaleza misma del poder ejecutivo- y manifestarse en la calle como si la política económica estuviera fuera de su alcance y de su capacidad de influencia.

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