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Marcelino, no dejes que te confundan con un héroe
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Carlos Sánchez

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Marcelino, no dejes que te confundan con un héroe

Muchos creerán que Marcelino Camacho vivió una vida de película. Incluso es probable que algún director de cine pueda rodar alguna vez su peripecia personal para

Muchos creerán que Marcelino Camacho vivió una vida de película. Incluso es probable que algún director de cine pueda rodar alguna vez su peripecia personal para convertir al sindicalista en una epopeya de nuestros días. Ya se sabe, las luchas obreras de los años 30, la guerra civil, el exilio, la represión, la cárcel, la libertad, el reconocimiento, el ostracismo, el maldito alzheimer… Casi todo cabe en la vida de Marcelino Camacho. Pero lo que no tiene sitio -y al él le hubiera repugnado sólo la idea- es convertirlo en un ser legendario.  

 

Los héroes mitológicos buscan la gloria, la trascendencia. El honor después de muertos tras combatir contra su destino; pero Marcelino luchaba por esas cosas cercanas que hoy son cotidianas. Como la libertad, los salarios dignos, las huelgas, la negociación colectiva… En fin, esas pequeñas cosas, que diría el juglar, que hoy forman parte del paisaje urbano, pero que no hace demasiado tiempo eran una quimera.

Marcelino nunca fue un héroe ni quería serlo. Ni falta que le hacía. Aunque pasase muchos  años de su vida en la cárcel y sufriera penurias para llegar a fin de mes.  Hasta sus hijos nacieron en Orán, en pleno exilio. Nunca hizo caja con su vida y vivió de la manera más humilde hasta el fin de sus días, lo cual refleja su espartana frugalidad más allá de los célebres jerseys de Josefina. Pero al contrario que los héroes, también se equivocaba.  Y a veces con fruición. Como cuando achacaba buena parte de los problemas actuales a lo que él llamaba revolución científico-técnica, su expresión favorita cuando analizaba los avances del capitalismo. Pero acertaba con un discurso ético imbatible.

Su peripecia no fue muy distinta a la de otros muchos camaradas que perdieron los mejores años de su vida en la clandestinidad, reorganizando el movimiento obrero en plena dictadura: Simón Sánchez Montero, Gregorio López Raimundo, Horacio Fernández Inguanzo. O los más jóvenes, Eduardo Saborido, Paco Gacía Salve o Nicolás Sartorius. La diferencia fue que él puso cara y ojos a un sindicato –de nuevo tipo, que se decía antes- capaz de articular a las nuevas generaciones de españoles que aborrecían un régimen político arbitrario, caduco y que ni siquiera era económicamente eficiente.

Su obra es CCOO. Y pocos dirigentes pueden presumir –él nunca lo haría- de haber levantado un sindicato de la nada, mientras que el partido hermano -el PCE-es hoy sólo una sombra de su propia historia. CCOO pudo haber acabado como los comunistas españoles, pero Marcelino supo rodearse de nuevos dirigentes curtidos en las fábricas y en las universidades que supieron entender el mundo que se les venía encima. Al contrario que el PCE.

Nuevas generaciones

No fue fácil esa trayectoria. Marcelino -acostumbrado a pelear lo indecible contra la Dictadura- tuvo que tragarse muchos sapos durante la Transición para cumplir las órdenes de Santiago Carrillo, pero al final el tiempo le dio la razón. En los 80 fue capaz de diseñar una ejecutiva al margen del PCE con jóvenes que despuntaban y que ya nada tenían que ver con la guerra civil, como Antonio Gutiérrez, Agustín Moreno o Salce Elvira. Y ese es su verdadera contribución al movimiento obrero, al margen de su peripecia personal en las cárceles. Por cierto, no muy diferente, como se ha dicho, a la de otros miles de militantes antifranquistas que luchaban por el fin de la Dictadura.

No era fácil dar ese paso teniendo en cuenta de dónde venía Marcelino. Pero lo hizo, y al final, aunque siempre se arrepintió de haber nombrado como sucesor a Gutiérrez, lo cierto que su obra está ahí. Aunque la mayoría se vaya a acordar de él por su sonrisa y su felicidad al salir de la cárcel de Carabanchel. Y que por cierto fue la de todos.    

Muchos creerán que Marcelino Camacho vivió una vida de película. Incluso es probable que algún director de cine pueda rodar alguna vez su peripecia personal para convertir al sindicalista en una epopeya de nuestros días. Ya se sabe, las luchas obreras de los años 30, la guerra civil, el exilio, la represión, la cárcel, la libertad, el reconocimiento, el ostracismo, el maldito alzheimer… Casi todo cabe en la vida de Marcelino Camacho. Pero lo que no tiene sitio -y al él le hubiera repugnado sólo la idea- es convertirlo en un ser legendario.  

CCOO José María Gutierrez 'Guti'