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Los monstruos de la señora Merkel
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Carlos Sánchez

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Los monstruos de la señora Merkel

Un fantasma vuelve a recorrer Europa. Pero esta vez, en contra del célebre prefacio de Marx y Engels, la amenaza no es el comunismo. Es el desmontaje del edificio europeo.

Foto: Cameron y Rajoy en la cumbre europea de Bruselas. (EFE)
Cameron y Rajoy en la cumbre europea de Bruselas. (EFE)

Un fantasma vuelve a recorrer Europa. Pero esta vez, en contra del célebre prefacio de Marx y Engels, la amenaza no es el comunismo. Es un enemigo mucho más sutil y escurridizo que, de forma discreta, está desmontando uno a uno los viejos andamios que sirvieron de soporte a la construcción europea. No es que una parte significativa de la opinión pública británica quiera romper con la UE, es que media Europa cuestiona hoy el viejo proyecto nacido tras la devastación de la guerra. El ministro polaco de exteriores, Witold Waszczykowski, lo ha expresado claramente hace unas semanas: la Europa de “ciclistas y vegetarianos”, con su ingenua cultura de corrección política y liberalismo, es una amenaza, no un modelo, como ha recordado el exembajador Shlomo Ben Ami.

El creciente autoritarismo en algunos países del Este (Polonia o Hungría), la desafección de buena parte de la opinión pública francesa hacia la idea de Europa (ahí están los resultados electorales de Marine Le Pen) y el resurgir del populismo vinculado a la recesión -Podemos o Syriza- no son más que episodios de un problema de enorme envergadura, y que también afecta a los países del centro y del norte con sus brotes de xenofobia y neonacionalismo. El acuerdo de este viernes con Londres, en este sentido, no es más que el reconocimiento de que el ‘fontanero polaco’ -el enemigo para los trabajadores nacionales- es el problema. Europa muere para sobrevivir. Toda una paradoja.

Es verdad, sin embargo, que Europa continúa siendo un gran oasis de prosperidad y respeto de los derechos humanos en medio de un mundo hostil. En el que las dos terceras partes del planeta sufren calamidades. Pero eso no debe ocultar el progresivo deshilachamiento del proyecto europeo. Hoy las instituciones europeas se han hecho antipáticas para millones de conciudadanos.

Va a tener razón De Gaulle cuando hace más de 50 años vetó la entrada del Reino Unido en la UE porque consideró a los británicos perros falderos de EEUU

En realidad, la Europa a la carta no es nueva. Dinamarca, Irlanda, Polonia y el propio Reino Unido se han acogido en el pasado a 'cláusulas opting out' que les garantizaban no tener que sumarse a determinadas políticas de la UE. Incluso, cuando se trataba de derechos fundamentales, como la libertad, la defensa o la seguridad, además de la unión monetaria. Lo realmente significativo es el precedente que se ha abierto a la luz de un chantaje político de primer orden: o renegociación de las condiciones de adhesión o referéndum para perderlo.

No parece, tampoco, que el momento elegido -después de una grave recesión- sea el mejor. Grecia, por ejemplo, con toda legitimidad (o incluso España o Portugal) podría plantear una renegociación de las condiciones de adhesión, lo cual daría mayor margen de maniobra desde el punto de vista de la política económica y fiscal a países con graves problemas estructurales.

El veto francés

Al final va a tener razón De Gaulle cuando hace poco más de 50 años vetó la entrada del Reino Unido en la UE porque siempre consideró a los británicos los perros falderos de EEUU en Europa. De ahí la estrategia del estadista francés de consolidar un pacto franco-germano para frenar la influencia de Washington. Ese pacto, en realidad, ha sido el sostén de la construcción europea, y nunca se hubiera aceptado que unos europeos (los nacionales) tuvieran más derechos que otros (los emigrantes comunitarios) en contra de todos los tratados de la Unión Europea. Las mercancías y los capitales pueden moverse libremente, pero no las personas.

Ese pacto fundacional es el que se ha quebrado con la hegemonía alemana y su capacidad de influencia por razones económicas (y por el error de Hollande de alejarse de la política de pactos de Sarkozy). Algo que ha favorecido la consolidación de un banco central europeo no sólo creado en su día a imagen y semejanza alemán, sino también orientado a servir a Berlín.

El BCE diseñó una estrategia monetaria en los primeros años del euro pensada para salvar a Alemania de la quiebra tras la reunificación. Implementando tipos de interés incomprensiblemente bajos que no respondían a los fundamentales de la Eurozona. Posteriormente, los endureció cuando la zona euro necesitaba, precisamente, estímulos monetarios en forma de liquidez. A veces se olvida que el BCE llegó a subir los tipos de interés dos veces en el primer semestre de 2011, y parece evidente que su política de compra de activos ha llegado muy tarde.

Esta capacidad de dominar el mundo y de imponer una interpretación de la realidad hegemónica e incontestable, como sostiene el analista Federico Steimberg, es tremendamente efectiva, ya que se trata de un poder en la sombra que no requiere el uso de la fuerza. Máxime cuando a Alemania siempre le ha aterrado que el resto de Europa la vea como una nueva amenaza.

EEUU es el mejor ejemplo desde la postguerra de esa estrategia (aunque a veces haya tenido que utilizar también la fuerza), y ahora es la misma que ejerce Alemania sobre Europa. Merkel, parece obvio, ha impuesto una determinada interpretación de cómo salir de la crisis que el resto de socios ha aceptado sin rechistar.

Europa se divide hoy entre acreedores y deudores, lo cual genera un tipo de relación no fundamentada a partir del consenso político, sino que tiene más que ver con una relación de carácter mercantil. Berlín sabe mejor que nadie que países fuertemente endeudados –ahí está el caso de Grecia- están en mejores condiciones de plegarse ante una determinada visión de cómo resolver los problemas económicos. Es evidente, sin embargo, que Alemania no es el culpable de los problemas de los países periféricos, pero sí de la respuesta a la crisis y del destrozo de la idea de Europa.

Berlín, por razones históricas, tiene razones suficientes para trasladar el peso de la política económica a los banqueros de Fráncfort. Al fin y al cabo, la experiencia de Bundesbank ha sido extraordinaria tras la pesadilla de Weimar, pero pensar que ese modelo es aplicable de forma mecánica al resto de países de la Unión Europea es una falacia.

Sin entender el pasado, las raíces de Europa, es difícil diseñar el futuro. Detrás de las sacudidas recientes a la banca europea, de hecho, se encuentra el retraso en reaccionar a la crisis del BCE, que ha obligado a profundizar en la política de tipos de interés negativos -sin que por ello avance la inflación- que ha acabado por arruinar la rentabilidad de los bancos por el súbito estrechamiento de márgenes. De nuevo, la Europa fracturada entre acreedores y deudores. De nuevo, todos pendientes del BCE, donde donde gobiernan Merkel y Schäuble a través del poderoso Peter Praet, el economista jefe del banco.

Alemania y la yihad

Es probable que detrás del comportamiento alemán -una sólida democracia donde funciona de forma eficaz la separación de poderes- se encuentre su incapacidad histórica para tejer una política sólida de alianzas con el exterior. Algo que explica que Alemania, en todas las guerras, siempre haya estado en el lugar equivocado (fue el primer país que en tiempos del Kaiser lanzó la yihad contra los ingleses en Mesopotamia). Sin duda, porque su enorme potencia económica -una máquina de generar prosperidad material a sus ciudadanos- siempre le ha hecho creer que ese era el único modelo sin tener en cuenta la complejidad intrínseca del continente, como se ha visto muy recientemente con la crisis de los refugiados tras el llamamiento de Merkel en favor de la acogida sin límites.

Europa se divide hoy entre acreedores y deudores, lo cual genera un tipo de relación que tiene más que ver con lo mercantil que con la política

En otras palabras, a Alemania siempre le ha fallado la política exterior, aunque, es verdad, es un ejemplo en términos económicos. Y hoy, hay que admitirlo, ya no necesita a los trabajadores del Este para bajar los salarios. Los refugiados sirios, eritreos e iraquíes cumplen a la perfección ese papel. De lo contrario, como ejército de reserva, ahí están griegos, portugueses y españoles con sus bajos salarios. ¿O es que el descomunal superávit comercial alemán no es un desequilibrio macroeconómico que frena el crecimiento en otros países?

Por eso, resulta sorprendente que hace pocos días los gobernadores de los bancos de centrales de Francia y Alemania reclamaran conjuntamente más integración europea, cuando ha sido el BCE quien más ha fragmentado el continente reaccionando tarde y mal a la gran recesión -además de la ausencia de reformas económicas acertadas-, como lo demuestran los débiles crecimientos en la región desde 2008. Los niveles de deuda de los países periféricos son hoy insostenibles, y eso explica la tentación de algunos de renacionalizar algunas políticas europeas. Alguien se ha equivocado y hoy un fantasma recorre Europa.

Un fantasma vuelve a recorrer Europa. Pero esta vez, en contra del célebre prefacio de Marx y Engels, la amenaza no es el comunismo. Es un enemigo mucho más sutil y escurridizo que, de forma discreta, está desmontando uno a uno los viejos andamios que sirvieron de soporte a la construcción europea. No es que una parte significativa de la opinión pública británica quiera romper con la UE, es que media Europa cuestiona hoy el viejo proyecto nacido tras la devastación de la guerra. El ministro polaco de exteriores, Witold Waszczykowski, lo ha expresado claramente hace unas semanas: la Europa de “ciclistas y vegetarianos”, con su ingenua cultura de corrección política y liberalismo, es una amenaza, no un modelo, como ha recordado el exembajador Shlomo Ben Ami.

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