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¿Y si Rajoy dimite para que gobierne el PP con Rivera como vicepresidente?
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¿Y si Rajoy dimite para que gobierne el PP con Rivera como vicepresidente?

La enrevesada situación política ofrece ya algunas evidencias. Ningún partido apoyará a Rajoy. Otra cosa es lo que suceda en el caso del PP. Sánchez puede jugar sus bazas

Foto: Albert Rivera pasa por delante de Mariano Rajoy durante la sesión de investidura. (Reuters)
Albert Rivera pasa por delante de Mariano Rajoy durante la sesión de investidura. (Reuters)

Entre las evidencias que han salido de la primera votación de investidura, hay una que emerge sobre todas las demás: Mariano Rajoy no se sucederá a sí mismo. O lo que es lo mismo, no será el próximo presidente del Gobierno. Las andanadas que le lanzó ayer Rivera -enfrentándolo a algunos dirigentes de su propio partido y personalizando en él los casos de corrupción del PP- hacen inviable un acuerdo con Ciudadanos Y mucho menos con el PSOE en caso de que fracase la investidura de Sánchez, que, como es obvio, es lo más probable.

[Lea aquí: 'Rivera reconoce "puentes rotos"con el PP: "Rajoy me ha retirado hasta la palabra"']

Rajoy -justa o injustamente- representa hoy el principal escollo para formar Gobierno y evitar nuevas elecciones. Y no hay razones para pensar que los dirigentes de su partido renuncien a formar Gobierno si a cambio de la cabeza de Rajoy el PP continúa en Moncloa. A veces, la política tiene estas cosas. Los conservadores británicos, a principios de los noventa, tuvieron que sacrificar a una líder tan carismática como Margaret Thatcher -desde luego, más relevante que Rajoy- para seguir en Downing Street. Y lo consiguieron en la figura de John Major.

El hecho de que Rajoy dé un paso atrás no significa, en absoluto, salir por la puerta de servicio de la Historia. Al contrario. Si el PP gobierna en una coyuntura política tan compleja como la actual (tienen a 223 diputados en contra de 350), sería un legado histórico para su partido, y sus militantes se lo agradecerían.

Si el PP gobierna en una coyuntura política tan compleja como la actual, sería un legado histórico para su partido y sus militantes se lo agradecerían

¿Es eso posible? Vayamos por partes. Ciudadanos solo podría respaldar al PP (163 diputados) si Rajoy no es el candidato. Es la única forma de vender el acuerdo de cara a sus votantes y afiliados toda vez que Rajoy, como ayer se dijo en el Congreso, quema. Y mucho. Ciudadanos, de paso, podría lograr una amplia agenda reformista en asuntos que ahora escuecen en el PP, como la regeneración democrática, la revisión de algunas políticas laborales, una nueva fiscalidad o cambios en las leyes educativas. Mimando, al mismo tiempo, a los autónomos y a las clases medias, de donde procede su principal nicho electoral.

Los argumentos en favor de esta hipótesis los dio ayer el propio Rivera citando a Churchill: los políticos tienen que elegir entre ser importantes o ser útiles, y el presidente de Ciudadanos se decantó por la segunda de las opciones. Y con 40 diputados que no son determinantes para formar mayorías, o los pone el líder de Ciudadanos a trabajar o mueren de inanición.

Es evidente, sin embargo, que esa mayoría de centro derecha no suma para lograr la investidura. Pero también parece obvio que tras el previsible fracaso del próximo viernes, Sánchez será ya un cadáver político. Lógicamente, salvo que consiga el milagro de los panes y de los peces, que no es otro que lograr que Iglesias y Rivera vayan de la mano en auxilio del líder socialista (90 diputados). Una especie de Gobierno de concentración del centro izquierda. Pero como dijo ayer Francesc Homs en la Cope, “acumulando derrotas no es el mejor camino para consolidarse al frente del PSOE”. Y por mucho que maree hoy la perdiz alargando las negociaciones para tener presencia mediática, Sánchez va de derrota en derrota.

Barones socialistas

¿Qué ganaría Sánchez -44 años- con la abstención? Pues al menos dos cosas. La primera, asegurarse que seguiría siendo secretario general del PSOE (tiene aún pendientes unas primarias). Los barones y muchos dirigentes quieren tocar poder, aunque sea de forma indirecta (de forma directa es imposible). Es decir, influyendo, que en política no es poco.

[Lea aquí: 'Rivera da la talla; Sánchez y Rajoy, no']

Felipe González, con una edad muy parecida a la que tiene ahora el líder socialista, tenía 40 años cuando alcanzó al poder, perdió dos elecciones antes de llegar a La Moncloa y no pasó nada. Al contrario. En 1982 (evidentemente en otras circunstancias), logró 202 diputados.

Felipe González, con una edad muy parecida a la que tiene ahora el líder socialista, perdió dos elecciones antes de llegar a la Moncloa y no pasó nada

La segunda victoria de Sánchez a partir de una abstención activa (que evidentemente cuenta hoy con muchas críticas dentro de su partido) sería hacer depender de sus votos la estabilidad de un hipotético Gobierno PP-Ciudadanos. Sus escaños serían decisivos porque en cualquier momento podrían dejar caer al próximo Gabinete. Y esa es una enorme capacidad de presión sin que sus dirigentes sufran desgaste alguno por la acción de gobierno. Capitalizando políticamente las decisiones más populares.

Esta solución tendría una ventaja frente a la gran coalición. Podemos no podría aparecer como la única fuerza de oposición de izquierdas, que en el fondo es lo que busca Pablo Iglesias: lograr la hegemonía en la izquierda demostrando que el PSOE es lo mismo que lo que él llama (citando a Sánchez) ‘las derechas’. Gobernar tiene un alto coste político y eso es lo que podría aprovechar Sánchez teniendo la sartén por el mango y sacando adelante decisiones que podría vender a su electorado. Entre otras cosas, porque en la medida en que se consolide la recuperación, las causas que explican la explosión de Podemos (los recortes y el paro) se irán diluyendo en el tiempo.

Es evidente, sin embargo, que esta estrategia tiene riesgos. Pero no más que cualquier otra. El mayor riesgo para Sánchez es ser descabalgado tras su fallida investidura, mientras que para el PSOE, igualmente, sería quedarse fuera del centro del tablero político si Podemos (junto a la Izquierda Unida de Alberto Garzón) le supera en escaños (en votos es muy probable que lo haga) en unas hipotéticas elecciones. Es decir, una vez más, y así es la política a veces, el PSOE tiene que decidir entre lo malo y lo peor. Lo demás es melancolía.

Entre las evidencias que han salido de la primera votación de investidura, hay una que emerge sobre todas las demás: Mariano Rajoy no se sucederá a sí mismo. O lo que es lo mismo, no será el próximo presidente del Gobierno. Las andanadas que le lanzó ayer Rivera -enfrentándolo a algunos dirigentes de su propio partido y personalizando en él los casos de corrupción del PP- hacen inviable un acuerdo con Ciudadanos Y mucho menos con el PSOE en caso de que fracase la investidura de Sánchez, que, como es obvio, es lo más probable.

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