Mientras Tanto
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Prensa, cloacas, chantajes y democracia
Villarejo es un subproducto de las cloacas del Estado, como algunos medios. Pero eso no invalida la importancia de audios que abren en canal a la Audiencia Nacional
Cuando a finales de 2008 el Archivo Nacional de EEUU desclasificó 90.000 documentos y 198 horas de grabaciones realizadas durante el mandato de Richard Nixon, se descubrió algo que, en realidad, casi todo el mundo conocía. El expresidente era un tramposo. Fue el propio Nixon quien en febrero de 1971 ordenó la instalación de un sistema de grabaciones en la Casa Blanca que se activaba automáticamente cuando el aparato identificaba un sonido, incluidas las conversaciones en el despacho oval.
Nixon, en una de esas conversaciones, y en relación, a la guerra de Vietnam, le dijo a Kissinger, por entonces su consejero de seguridad nacional: "Nunca lo olvides, la prensa es el enemigo, el 'establishment' es el enemigo, los profesores son el enemigo. Escribe esto cien veces en una pizarra y nunca lo olvides".
En esas conversaciones, Nixon ya sospechaba quién había filtrado el caso Watergate, y habla sin tapujos de W. Mark Felt como la "rata blanca"
La conversación telefónica, que hoy se puede leer en la página web del Archivo Nacional, donde se registran tres años de grabaciones verdaderamente obscenas, tuvo lugar el 14 de diciembre de 1972, unos días antes de que los B-52 lanzaran una brutal campaña de bombardeos sobre Hanói y Hai Phòng con la intención de meter presión a los vietnamitas y negociar desde posiciones de fuerza un acuerdo de paz en París. "Los vamos a bombardear", le dijo Nixon a Kissinger y a su otro consejero Alexander Haig, dando luz verde a uno de los actos más crueles de la guerra.
En esas conversaciones, Nixon ya sospechaba quién había filtrado al 'Post' el caso Watergate, y habla sin tapujos de W. Mark Felt, el célebre garganta profunda, como la "rata blanca", ya que se conocía que la fuente del periódico tenía el cabello de ese color. Como se sabe, Felt no desvelaría hasta mayo de 2005 que fue él quien había contactado con Woodward, aunque como ha escrito uno de los responsables del Archivo Nacional de EEUU, nadie más que él podría haber sido 'deep throat', que no era otro que el número dos del FBI.
No es el caso de Villarejo. Es seguro que no habrá que esperar tres décadas para conocer quién está detrás de las grabaciones que se han conocido estos días, y, probablemente, de las que se desvelarán en el futuro. No hay que ser un sagaz investigador para saber que la situación procesal del comisario no es ajena a este hecho, pero eso, aunque el Gobierno y algunos diarios quieran engañar a la opinión pública, no quita importancia a las revelaciones.
Sistema de castas
Desde el célebre aforismo de Juan de Mairena (la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero), sabemos que la verdad es independiente de quien la diga. De otra manera, el mundo retrocedería —sobre todo en el ámbito judicial— al sistema de castas, en el que la veracidad depende de la posición social de cada individuo. Una especie de presunción de veracidad en función de la cuna.
La democracia, afortunadamente, ha liquidado ese comportamiento medieval, y los jueces y fiscales llaman a declarar todos los días a auténticos sinvergüenzas en aras de descubrir la verdad judicial. Es justamente por eso por lo que las grabaciones conocidas en los últimos días tienen interés informativo. ¿O es que a cualquier demócrata no le inquietan las desvergonzadas conversaciones, aunque sean privadas, de jueces, fiscales y policías reunidos en mesa camilla en franca camaradería?
La independencia de los tribunales también exige que los propios actores del procedimiento guarden la debida distancia
La independencia de los tribunales no solo pasa porque el resto de poderes —el legislativo y el ejecutivo— sean ajenos a las decisiones judiciales, sino que también exige que los propios actores del procedimiento guarden la debida distancia, simplemente porque representan intereses distintos. Y cualquier ciudadano encausado tiene derecho a estar preocupado si jueces, fiscales y policías actúan como si se tratara de una camarilla, lo cual, dicho sea de paso, es ya consustancial a la Audiencia Nacional, cuya endogamia lleva años agujereando todos los límites constitucionales.
De ser un órgano creado por razones extraordinarias —la lucha contra el terrorismo etarra desde el frente judicial— se ha convertido en un auténtico poder dentro del poder judicial, lo que ha dado lugar a la existencia de 'jueces estrella' que representan justamente lo contrario a la carrera judicial.
Llama la atención, en este sentido, que nada menos que tres ministros del actual Gobierno hayan pasado por la Audiencia Nacional (Delgado, Grande-Marlaska y Robles), lo que es una auténtica anomalía estadística. Lo relevante, por tanto, no son los comentarios frívolos de la entonces fiscal Delgado sobre sus compañeros, lo verdaderamente significativo es el compadreo judicial que pone en riesgo la independencia en el procedimiento.
Un sujeto tóxico
Tiene razón Grande-Marlaska, sin embargo, cuando sostiene que lo importante "son los hechos, no las palabras", y por eso, precisamente, hay razones para sospechar de cualquier miembro de la carrera judicial próximo a un sujeto tóxico como Villarejo. Tanto como para hacerle confidencias llenas de mal gusto. ¿O es que hay que recordar que el propio Garzón fue expulsado de la carrera judicial, precisamente, por grabar de forma ilegal a un abogado? Toda una paradoja que quien fue condenado por grabar se querelle porque se han desvelado unas grabaciones.
Las noticias sobre las acciones privadas de las personas dejan de ser privadas cuando llegan a los tribunales públicos
Si como dicen los viejos periodistas, noticia es aquello que nadie quiere ver publicado en la portada del 'New York Times', noticia es conocer los entresijos del funcionamiento de la Audiencia Nacional. ¿O es que no es información relevante, como ha publicado en este periódico Beatriz Parera, que la justicia investigue en una pieza secreta de la 'operación Tándem' que Villarejo utilizara su cercanía a la actual ministra de Justicia y al exjuez Garzón para bloquear la extradición de un empresario a Guatemala por la que, presuntamente, engordó (aquí está la factura) su abultado patrimonio? Como dice una vieja máxima del periodismo, las noticias sobre las acciones privadas de las personas dejan de ser privadas cuando llegan a los tribunales públicos.
Es por eso por lo que poner el énfasis en la naturaleza vil del filtrador, como hacen el Gobierno y los medios afines es incoherente. Máxime cuando unos y otros han tirado una y otra vez de grabaciones ilegales. En unas ocasiones, para desgastar a dirigentes del anterior Ejecutivo, y, en otros casos, para informar a sus lectores. A eso se le llama cinismo. ¿O es que los célebres wasaps que envió Rajoy a Bárcenas no eran privados? ¿O es que las grabaciones de Villarejo a Ignacio González en una cafetería de la puerta del sol no eran ilegales? ¿O es que las grabaciones a Corinna, difundidas hace pocos meses por algunos diarios que hoy se ponen estupendos, son ajenas a Villarejo? ¿O es que el video que acabó políticamente con Cifuentes, en el que el comisario no parece ser extraño, no era privado?
Chantaje al Estado
Más obsceno, si cabe, es plantear el evidente chantaje de Villarejo como un chantaje de Estado, como si la democracia española, ya muy consolidada, tal y como se ha demostrado en Cataluña, no fuera lo suficientemente fuerte para defenderse ante un canalla, y que recuerda lo que decía Adorno sobre el uso ‘instrumental’ de la razón. En este caso, la razón de Estado, que tiende a confundir sujeto con objeto, multiplicando así el engaño y la manipulación, y que es consustancial a una la sociedad en las que los medios juegan un papel cada vez más relevante, lo que no es sinónimo de emancipación. Por el contrario, se ha favorecido la trivialización de la política, en lo que han colaborado los mismos políticos que hoy sufren su propia medicina.
Una vez más, y como el rey sol, el presidente del Gobierno de turno, y sus acólitos, confunden el Estado con su persona. No es nuevo. Cuando en los primeros años 90 ‘El Mundo’ desveló la guerra sucia contra el GAL, el argumento favorito de Moncloa y sus correas de transmisión mediáticas era que se debilitaba la lucha contra el terrorismo y se ponía en jaque al Estado. Aquellas investigaciones arrojaron luz sobre crímenes de Estado y no pasó nada. Los cuerpos y fuerzas de seguridad siguieron haciendo su trabajo hasta la liquidación de ETA. Así que, de cacaería, como sostiene la ministra portavoz, nada de nada.
Una vez más, el presidente del Gobierno de turno, y sus acólitos, confunden el Estado con su persona. No es nuevo
El problema de fondo sigue siendo el mismo. Los partidos, en la oposición, dicen una cosa y en el Gobierno otra muy distinta. Probablemente, porque existe un 'mercado de la información', como denunciaban los filósofos de la Escuela de Fráncfort, que ellos mismos han impulsado, y que han creado aberraciones que hoy pasan factura. El que a hierro mata, a hierro muere, que dice el castizo.
Son algunos políticos inmorales los que han dado carta de naturaleza a policías patrióticas y a subproductos informativos que han hecho de su capa un sayo al amparo de aquella frase lapidaria de Felipe González: el Estado también se defiende desde las cloacas, y que, con buen criterio, recordaba hace unos días Pablo Iglesias. Esa estrategia sucia, y no otra cosa, es la que ha hecho madurar las semillas de la nueva barbarie. Es por eso por lo que conviene no disparar sobre el pianista y, por el contrario, limpiar la basura que genera la competencia política: tanto en los medios tenebrosos como fuera de ellos. Villarejo, al fin y al cabo, es hijo natural de la corrupción política.
Cuando a finales de 2008 el Archivo Nacional de EEUU desclasificó 90.000 documentos y 198 horas de grabaciones realizadas durante el mandato de Richard Nixon, se descubrió algo que, en realidad, casi todo el mundo conocía. El expresidente era un tramposo. Fue el propio Nixon quien en febrero de 1971 ordenó la instalación de un sistema de grabaciones en la Casa Blanca que se activaba automáticamente cuando el aparato identificaba un sonido, incluidas las conversaciones en el despacho oval.
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