Mientras Tanto
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No es un drama, es una verdadera tragedia
El año 2020 está perdido. Lo relevante, por lo tanto, es lo que sucederá el año próximo. Y nada indica que las noticias serán positivas. La recuperación económica será lenta
No hace falta recordar la figura de Thoma Carlyle y su célebre definición sobre la economía como la ciencia lúgubre para llegar a la conclusión de que son malos tiempos para ser ministro o ministra de Economía o de Hacienda. Ni siquiera, soslayando el hecho de que se trata de una crisis exógena, provocada por una pandemia que asola medio planeta, y que apenas tiene que ver con circunstancias internas.
Pero hay todavía menos dudas de que la velocidad de recuperación -a partir del segundo semestre de este año, aunque sea de forma débil- va a poner a prueba la solvencia del aparato productivo y de las instituciones que regulan la economía española. En particular, la legislación sobre el mercado de trabajo. Los viejos laboralistas suelen decir que las normas laborales no solo hay que contrastarlas cuando la economía va bien, sino cuando vienes curvas.
Es evidente que la crisis viene de fuera, pero la resiliencia de la economía española, utilizando una expresión más propia de la psicología clínica, sí que va a depender de lo que hagan el Gobierno y los agentes económicos. Y hay pocas razones para el optimismo salvo que la clase política sea capaz de interpretar correctamente lo que a España se le ha venido encima.
Ahí está la clave del cuadro macro presentado este viernes por las ministras Calviño y Montero, que reconoce una obviedad. La congelación de actividades va a provocar un tsunami económico, alimentado, y en esto no tiene la culpa el virus, por un modelo productivo demasiado dependiente de dos o tres sectores: turismo, hostelería o automóvil. Precisamente, los más afectados por la pandemia.
No es nuevo, y eso sí es responsabilidad de quienes han dirigido la economía desde Cuzco (Economía) o Alcalá (Hacienda). Lo mismo que la crisis anterior fue más severa en España por su brutal exposición al ladrillo, la actual aflora las miserias de un sistema productivo de bajo valor añadido muy vulnerables a choques exteriores.
Estructura productiva
Es decir, el problema no es tanto que la economía vaya a caer este año un 9,2%, o que el desempleo escale hasta una tasa del 19% de la población activa, equivalente a unos 4,5 millones de parados, sino que España tardará más recuperarse que los países de su entorno. Precisamente, por las debilidades de su estructura productiva y de la pobre calidad de sus instituciones laborales, lo que hace que amplias zonas del territorio se hayan especializado en el monocultivo del turismo.
Es por eso por lo que lo más relevante del cuadro macro no es tanto lo que sucederá el año 2020, que ya está, desgraciadamente, perdido, sino lo que pasará en 2021, y hay razones para volver a reivindicar la figura de ese enorme pesimista que era Carlyle. Lo que estima el Gobierno es que España solo recuperará las dos terceras partes de lo que caigan tanto el PIB como el empleo, lo que indica que una perturbación temporal, como le gusta decir al Gobierno, se notará también con fuerza en 2021 y 2022, lo cual no es irrelevante. Al contrario.
Hay pocas dudas de que los países que más tarden en salir de la crisis tendrán que hacer ajustes más dolorosos. Y ayer la vicepresidenta Calviño ya dejó caer que este Gobierno “está comprometido con la estabilidad presupuestaria”. O, expresado en otros términos, tras el aumento en vertical del gasto (hasta representar un histórico 51,1% del PIB este año), vendrán los ajustes, y entonces se verá, por un lado, la solidez del Gobierno de coalición, y, por otro, su efecto sobre el crecimiento económico.
No en vano, y como puso de relieve el jueves el INE, el sector público es el único que tira de la demanda interna, por lo que cualquier política que no compense con nuevos ingresos la reducción previsible del gasto público (agotamiento de la cobertura de desempleo) tenderá a reducir la velocidad en la salida de la crisis. Tampoco es nuevo. El deficiente sistema productivo (volcado al ladrillo) y las debilidades del sistema financiero (en particular, las cajas de ahorro) provocaron una doble recesión que pocos países sufrieron. En esta ocasión, con un factor adicional.
Precarización del empleo
La recuperación anterior tuvo mucho que ver con una devaluación salarial impulsada por el anterior Gobierno que permitió mejorar la competitividad de España en los mercados exteriores, aun a costa de una precarización del empleo verdaderamente insoportable, pero no hay razones para pensar que esa no va a poder ser la vía de escape de la crisis. Entre otras razones, porque una de las consecuencias del virus será la intensificación de un proceso ya observado en los últimos años, y que tiene que ver con lo que se ha llamado desglobalización, que no es otra cosa que la existencia de mayores dificultades para exportar. No hace falta recordar que la devaluación salarial también supone un ajuste de la economía por la vía del consumo privado.
El Gobierno, sin embargo, y en su cuadro macro, confía mucho en un repunte de las ventas al exterior en 2021, un 11,6%, lo cual choca con las previsiones mucho más prudentes que está haciendo la Organización Mundial de Comercio, que recientemente ha recordado que cuando los países ponen aranceles o levantan restricciones, éstas tardan años en eliminarse. Sin contar con el hecho de que esta crisis es global, y, por lo tanto, también la sufren los socios comerciales de España.
No es menos sorprendente que el Gobierno estime que la formación bruta de capital fijo, las inversiones, rebotará un increíble 16,7% en 2021, cuando la utilización de la capacidad productiva (la verdadera fotografía del ritmo al que están trabajando las fábricas) se habrá hundido en 2020, y, por lo tanto, hay pocas razones para esperar un aumento de las inversiones en aras de ensanchar la potencia instalada. Nadie invierte cuando tiene la fábrica a medio gas.
En todo caso, tienen razón Calviño y Montero cuando hablar de las enormes incertidumbres que hay en el horizonte para hacer estimaciones macro. Al fin y al cabo, ejercer de ministro en estos tiempos es lo más parecido a ser Cristóbal Colón, a quien muchos consideran el primer economista, no en vano, cuando salió de Palos de la Frontera ignoraba cuál sería su destino.
No hace falta recordar la figura de Thoma Carlyle y su célebre definición sobre la economía como la ciencia lúgubre para llegar a la conclusión de que son malos tiempos para ser ministro o ministra de Economía o de Hacienda. Ni siquiera, soslayando el hecho de que se trata de una crisis exógena, provocada por una pandemia que asola medio planeta, y que apenas tiene que ver con circunstancias internas.