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La tentación de Feijóo: ganar las elecciones o salvar la economía
Feijóo tiene dos opciones. También Sánchez. O colaborar para salvar la economía o hacer política oportunista para ganar las elecciones. Por ahora, solo se propone bajar el IRPF, que es la medida menos eficaz en el actual contexto
El profesor Rafael Pampillón ha publicado recientemente un libro* en el que aborda una de las cuestiones centrales del debate político: en qué medida la situación económica influye en el resultado electoral. Su tesis se resume en una frase: "Cuando los ciudadanos no están contentos con la gestión de sus gobiernos, exigen un cambio". Pampillón parte de que el malestar generado en los ciudadanos por la situación económica de un país tiene como consecuencia la pérdida de confianza en los partidos políticos que estuvieron gobernando.
De manera intuitiva se podría pensar que este razonamiento es siempre verdad. Sus ejemplos son los más conocidos. Tanto Reagan como Thatcher ganaron sus respectivas elecciones a Carter y Callaghan en medio de una formidable crisis económica desencadenada —aunque había problemas de fondo— por la doble crisis petrolífera de los años 70. Ambos, como dice Pampillón, no supieron vencer a la inflación. Roosevelt, igualmente, obtuvo una holgada mayoría frente a Hoover tras el 'crash' del 29, y aunque no comenzó a aplicar políticas keynesianas hasta su segundo mandato, cuando la guerra era inminente y se produjo un extraordinario aumento de la demanda agregada, lo cierto es que su gestión se considera el paradigma de las políticas correctas, lo que explica que sea uno de los presidentes más reconocidos por el pueblo estadounidense. Hizo lo que había haber hecho al final de los años 30 sin esperar resultado alguno.
No siempre una mala situación económica acaba con el Gobierno, y, en sentido contrario, una coyuntura favorable no garantiza la reelección
La relación entre la situación económica y el voto popular no está tan clara en España. Desde las primeras elecciones de 1977 hay señales en ambas direcciones. No siempre una mala situación económica acaba con el Gobierno de turno, y, en sentido contrario, una coyuntura muy favorable no garantiza en todas las ocasiones la reelección.
Suárez ganó en 1979 en medio de una profunda crisis económica (ese año el IPC subió un 15,6% y el PIB creció un 0,0%), mientras que Felipe González abandonó Moncloa cuando la recuperación era un hecho tras la recesión de 1993. En 1995, inmediatamente antes de la llegada de Aznar, el PIB avanzó un 3% y la inflación creció un 4,3%, la tasa más baja en un cuarto de siglo. El PP, por su parte, perdió las elecciones de 2004, cuando la economía iba viento en popa. Obviamente, porque hay factores tan determinantes como la situación económica. En unos casos, la lacra de la corrupción o el desgaste propio de ejercer el Gobierno, y en otros por la llegada de acontecimientos sobrevenidos, como fueron los atentados terroristas del 11-M, que influyeron de forma significativa en las elecciones.
Al borde del rescate
Rajoy, sin embargo, llegó a Moncloa aupado por la crisis financiera después haber centrado su estrategia de oposición durante la primera legislatura de Zapatero en cuestiones ideológicas —manifestaciones de la mano de los sectores más ultras de la Iglesia— y no estrictamente económicas, lo que rectificó en la segunda legislatura del expresidente socialista. Su oposición fue muy dura, incluso, cuando España estaba al borde del rescate. El célebre, 'cuanto peor, mejor'.
Hay muchas razones para pensar que Feijóo ha decidido prescindir de cuestiones ideológicas o identitarias (precisamente, el campo de juego que mejor maneja Vox) para centrarse en la economía, lo cual parece razonable. Sin duda, porque se trata de la mayor fuente de desgaste de Sánchez. Es muy conocido en la literatura económica que el aumento brusco del coste de la vida, además del daño intrínseco que ejerce sobre el ahorro o sobre las expectativas de los agentes económicos que no pueden comprar los bienes que antes podían adquirir, da una señal de descontrol de la política económica que acaba siendo letal para cualquier Ejecutivo. Pocas cosas alteran más la vida de la gente que la inflación, que no es un fenómeno pasajero, sino que se percibe en cada compra, por pequeña que sea, y de ahí que Feijóo haya decidido centrar su estrategia en la economía, como es lógico en un partido de oposición que aspira a formar Gobierno.
La única tecla que toca Feijóo es la rebaja de impuestos, como si un contexto tan complejo se resolviera bajando dos o tres puntos el IRPF
Ahora bien, el líder conservador lo hace con un discurso monocorde y hasta cansino que a veces parece una mala imitación del thatcherismo de los años 80, que es el espejo en el que se mira Díaz Ayuso, cuando las circunstancias son hoy completamente distintas. Solo cabe recordar que por aquel tiempo los tipos impositivos en el IRPF eran superiores al 70% en muchos países y el sector público controlaba algunos sectores clave de la economía, además de existir unas rigideces estructurales que venían de los tiempos de la gran abundancia posterior a 1945. Hoy todo eso ha cambiado y el Estado ya no controla los principales medios de producción, sino que es el garante de la prestación de servicios sociales.
Feijóo, sin embargo, por el momento, la única tecla que toca es la rebaja de impuestos, como si un contexto tan complejo —efectos de la guerra de Ucrania sobre los precios de la energía y la cadena de suministros, elevado déficit público, alto endeudamiento o un mercado laboral que ha acabado por normalizar niveles de paro del 13-14%— se resolviera simplemente bajando dos o tres puntos la tarifa del IRPF. Que se sepa, Feijóo todavía no ha mencionado cómo recortará el gasto, salvo partidas irrelevantes en términos agregados, como los asesores de Moncloa. Y ni siquiera las CCAA que en las que hoy gobierna el PP han bajado los impuestos de forma significativa.
OTAN, de entrada no
No hace falta pasar por Salamanca para llegar a la conclusión de que el mensaje de bajar impuestos es eficaz para ganar votos, aunque luego, tras llegar a Moncloa, se haga todo lo contrario, como le sucedió a Rajoy. Aunque hay que decir en honor a la verdad que también González aterrizó en el antiguo palacio de los condes de la Monclova (sic) insinuando que sacaría a España de la OTAN y todo el mundo sabe lo que pasó.
Lo llamativo, por lo tanto, no es que utilice la bajada de impuestos con fines electorales —otros se comprometieron a derogar la reforma laboral y siguen en el Gobierno como si nada hubiera pasado—, sino lo que representa la propuesta en términos de política económica. La propuesta, hay que recordarlo, llega cuando el déficit público se sitúa en el 6,76% y la deuda ha alcanzado el 118% del PIB. Y justo cuando Bruselas está revisando las reglas fiscales, ahora congeladas, pero que tarde o temprano volverán a estar vigentes cuando se vayan despejando las incertidumbres derivadas de la guerra en Ucrania.
A veces, lo mejor para el partido no es lo óptimo para el país, y en eso consiste la grandeza de la política. Se esté en el Gobierno o en la oposición
No parece un sólido argumento de negociación reclamar a Europa mayor flexibilidad a la hora de fijar el nuevo escenario de consolidación fiscal, salvo que se quiera provocar un ajuste, y, al mismo tiempo, reducir la presión fiscal, que, en todo caso, tendría un carácter procíclico. Es decir, cuando la recaudación tributaria comienza a sufrir por los efectos del menor crecimiento, se propone bajar impuestos, lo cual solo puede deteriorar más las cuentas públicas y alentar un proceso inflacionista. Entre otras cosas, porque la propensión al consumo de las rentas medias y bajas es mayor, ya que están obligados a gastar todos sus recursos, mientras que muy probablemente las rentas altas ahorrarían esos ingresos adicionales, por lo que su influencia sobre el crecimiento sería escaso. Sin contar el hecho innegable de que los servicios públicos de peor calidad inciden, sobre todo, en las rentas más bajas, que son quienes no se pueden permitir acceso a servicios privados, y que, por cierto, ya están excluidas de pagar impuestos gracias a la política de mínimos exentos.
La propuesta, por lo tanto, tiene un interés electoral legítimo, pero no parece la mejor solución en el contexto actual, salvo que lo que se proponga, en realidad, sea simplemente adecuar la tarifa del IRPF a la inflación, lo cual sí tiene todo el sentido. Pero una cosa es deflactar la tarifa para evitar una aumento de la presión fiscal en frío y otra, muy distinta, bajar impuestos.
Eje izquierda-derecha
Es por eso por lo que el hecho de que Feijóo se aferre a la economía para desgastar al Gobierno, cuya incapacidad para alcanzar pactos con el PP es clamorosa —probablemente porque en la naturaleza de Sánchez va a agitar permanentemente el eje derecha-izquierda—, es una estrategia de doble filo. Puede ser útil para ganar las elecciones, pero inútil e, incluso, contraproducente, para sacar al país de una situación tan difícil.
Por supuesto que el primer responsable es el Gobierno, cuya obligación constitucional es crear un clima de entendimiento en el sistema político, salvo que se quiera caer en el más grosero sectarismo, para llegar a acuerdos de país. Y ahí está el lamentable caso del Sáhara.
Sánchez ha ido a Rabat con la oposición formal de la mayoría del Congreso de los Diputados en un asunto esencial para la política exterior de España, lo cual solo puede demostrar debilidad ante Marruecos. Pero también desde la oposición se puede colaborar a enderezar la situación. Entre otras cosas, porque la inflación no solo es un fenómeno monetario o un proceso derivado de un shock energético, sino que también está condicionado por las expectativas racionales de los agentes económicos, que en un contexto de falta de credibilidad sobre el futuro económico tenderán a protegerse subiendo los precios, en unos casos, o demandando incrementos salariales en otros, lo cual solo puede alimentar una espiral inflacionista.
Puede ser útil para ganar las elecciones, pero inútil e, incluso, contraproducente, para sacar al país de una situación tan difícil
Es por eso por lo que el clima de consenso es vital para frenar la inflación, como bien entendieron los firmantes del Pacto de la Moncloa, que a la postre ha sido el primer gran acuerdo de rentas en la historia de España. A veces, ya se sabe, lo mejor para el partido no es lo óptimo para el país, y en eso consiste la grandeza de la política. Se esté en el Gobierno o en la oposición.
Rafael Pampillón. 'Cuando los votantes pierden la paciencia. Casos radicales de política económica'. McGraw Hill. 2022.
El profesor Rafael Pampillón ha publicado recientemente un libro* en el que aborda una de las cuestiones centrales del debate político: en qué medida la situación económica influye en el resultado electoral. Su tesis se resume en una frase: "Cuando los ciudadanos no están contentos con la gestión de sus gobiernos, exigen un cambio". Pampillón parte de que el malestar generado en los ciudadanos por la situación económica de un país tiene como consecuencia la pérdida de confianza en los partidos políticos que estuvieron gobernando.