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Algo va mal: quince años a la basura
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Carlos Sánchez

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Algo va mal: quince años a la basura

La economía lleva estancada prácticamente desde hace 15 años. Se trata de un problema estructural, pero el sistema político es incapaz de atender cuestiones de fondo. Es por el electoralismo, despreciando el valor de la política

Foto:  Una mujer aguarda a las puertas de una oficina de empleo. (EFE/J. Carlos Hidalgo)
Una mujer aguarda a las puertas de una oficina de empleo. (EFE/J. Carlos Hidalgo)
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Primero, los datos. La economía española tardó en recuperarse tras estallar la burbuja inmobiliaria ocho años. Hasta 2016, en concreto, no volvió a los niveles de PIB que tenía en 2008. En total, 32 trimestres consecutivos. Ningún país de Europa, salvo Grecia, cuya economía fue devastada por unos y por otros, tardó tanto tiempo en volver a la situación anterior tras una crisis.

Después de la irrupción de la pandemia, en 2020, y si no aparecen nuevos cisnes negros en el horizonte, es muy probable que en el segundo trimestre de este año España recupere el nivel de PIB que tenía en 2019. Es decir, habrá necesitado 14 trimestres consecutivos para volver a la situación previa.

La deuda pública, sin embargo, ha pasado del 39,7% en 2008 al 113,3% del PIB con que cerró el año 2022

Si se echa la vista atrás con mayor amplitud, poniendo el foco en el conjunto de los últimos 15 años, el resultado es definitivo. Entre 2007 y 2022, el PIB de España habrá avanzado en términos reales, lo que los estadísticos del INE denominan índice de volumen encadenado, apenas un 10%. Por lo tanto, un crecimiento medio anual del 0,6%. No parece una gran cifra si además se le suman los importantes desequilibrios macroeconómicos que se arrastran desde entonces, en buena medida, como es lógico, fruto del raquítico aumento del PIB. Solo la balanza de pagos —gracias al desendeudamiento de familias y empresas— ha mejorado de forma relevante. España acumula once años consecutivos con superávit exterior, lo cual es una novedad en nuestra reciente historia económica.

La deuda pública, sin embargo, ha pasado del 39,7% en 2008 al 113,3% del PIB con que cerró el año 2022, mientras que el déficit público, en particular el estructural, se ha convertido en crónico. Desde 2005, España solo ha logrado superávit fiscal en tres ocasiones, y para ello tuvo que inflar una enorme burbuja inmobiliaria que finalmente, como sucede siempre con las burbujas, se pinchó. El desequilibrio fiscal se ha movido entre un mínimo del 2,6% en 2018, después de duros ajustes presupuestarios que han deteriorado la calidad de los servicios públicos, y un máximo del 11,6% en 2012.

Salarios y empleo

El desempleo, igualmente, que ha sido y es el principal desequilibrio macroeconómico que ha tenido históricamente la economía española, se ha movido entre un máximo del 26,9% en el primer trimestre de 2013 y un mínimo del 7,9% en el segundo trimestre de 2007, pero para ello, como sucede en el caso del déficit, se necesitó crear una formidable burbuja inmobiliaria y de crédito. La media del desempleo en los últimos 15 años se sitúa en el 16% de la población activa, más del doble de la media europea, lo que da idea de la dimensión del problema, que es todavía mayor si se tiene en cuenta que durante ese periodo el crecimiento de los salarios reales se ha estancado. Solo hasta 2022, y tras la reforma laboral, ha mejorado la calidad del empleo, pero sin correspondencia con los salarios, salvo quienes cobran el salario mínimo (no más de 15% de la población asalariada). La OCDE acaba de revelar que los asalariados españoles son quienes más poder adquisitivo perdieron el año pasado, mientras que el éxodo de jóvenes formados en universidades españolas en busca de un salario digno no cede.

Recientemente, por último, se ha conocido que el llamado coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, ha recuperado los niveles de 2008: 32 puntos (100 es la desigualdad máxima y cero la mínima). Sin duda, una buena noticia, pero la estadística lo que refleja, a la postre, es que no se ha avanzado en los últimos 15 años. Principalmente, a causa de la falta de empleo, que es el principal determinante del ensanchamiento de la desigualdad, además del reparto de las rentas, que desde los años 80 ha tendido a concentrarse en determinados colectivos.

Entre 2008 y 2023, como es bien conocido, han gobernado dos partidos, el PP y el PSOE. Y aunque nunca se puede responsabilizar a los gobiernos de todo lo que sucede en una economía compleja, al fin y al cabo la evolución de un país depende de la suma de millones y millones de pequeñas decisiones individuales que toman libremente los agentes económicos, parece claro que ambos partidos tienen algo que ver con lo que ha pasado. También, obviamente, influye de forma relevante el contexto exterior en una economía cada vez más internacionaliza.

Foto: La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva. (Reuters/Michele Tantussi)

¿Y qué es lo ha sucedido? Pues ni más ni menos que en los últimos 15 años el crecimiento económico se ha detenido, lo que explica la pérdida de posiciones en términos de renta per cápita de España frente a los socios de la Unión Europea. El PIB per cápita en 2011 en paridad de poder de compra, que es la mejor herramienta para conocer la riqueza de un país, ya que tiene en cuenta los precios interiores, se situaba en 2011 en el 93% de la media de la UE, pero en 2022 ya había bajado hasta el 85%. Ni que decir tiene que en un mundo tan competitivo, en el que los países luchan por conquistar nuevos mercados, el que no avanza, retrocede, y eso explica que países que estaban muy lejos hoy han superado a España en niveles relativos de riqueza.

Tras observar estas cifras, se podría pensar que el sistema político, y en particular los dos grandes partidos, estaría en vilo ante una pérdida continuada de riqueza durante los últimos tres lustros, pero sucede justo lo contrario. El Gobierno se ha puesto en modo propagandaUmberto Eco hablaría de integrados— y el principal partido de la oposición —siguiendo la estela del pensador italiano— ha optado por adoptar el tono apocalíptico.

Lo que nos pasa

Llorar por la leche derramada, que es lo mismo que recrearse en el pasado, sin embargo, no sirve de nada. Pero parece evidente que si no se hace un análisis riguroso sobre "lo que nos pasa", que decía Ortega en los años 30, es difícil encontrar soluciones. Y por eso sorprende tanta propaganda —ahora es la izquierda y antes lo hacía la derecha— alrededor de la situación de la economía.

Esta realidad es todavía más elocuente si se tiene en cuenta un hecho singular. España salió de la crisis de 2008, y en particular su sistema financiero, gracias a la ayuda de la Unión Europea, que prestó miles de millones de euros para que no hubiera una tragedia por el colapso de las cajas de ahorro (50% de los depósitos en aquella época). El BCE, por su parte, hizo igualmente su trabajo y bajó los tipos de interés hasta niveles desconocidos para favorecer a países fuertemente endeudados, como España.

Algo parecido ha sucedido tras la irrupción del covid. Europa ha mutualizado deuda, el BCE ha comprado las emisiones del Tesoro y además ha puesto sobre la mesa casi 150.000 millones de euros, que son los que hoy están tirando de la inversión.

El tiempo dirá si es secular o, simplemente, hay que acotarlo a un periodo muy concreto de nuestra reciente historia

En la agenda pública, sin embargo, no parece que haya un debate de fondo sobre los problemas estructurales de España. Todo es ruido y estrépito, lo que provoca que se olvide que la política —y no el garrotazo goyesco— es, precisamente, el ámbito de lo posible siempre que se tengan en cuenta los objetivos. Y pensar que desde Moncloa en una o dos legislaturas —sin el concurso del resto de administraciones— se puede avivar un país económicamente estancado es, simplemente, absurdo. Entre otras razones, como decía Albert Camus, tanto la política como la cultura son un instrumento apara comprender y actuar, no para juzgar.

Ocurre justamente lo contrario. Las comparaciones que hace el Gobierno siempre son las más favorables a sus intereses, lo cual puede ser razonable en términos electorales, pero así lo único que logra es esconder los problemas de fondo de una economía que ha entrado en una fase de estancamiento. El tiempo dirá si se trata de secular o, simplemente, hay que acotarlo a un periodo muy concreto de nuestra reciente historia, pero no hay ninguna duda de que algo va mal. Solo hay que poner la moviola.

Primero, los datos. La economía española tardó en recuperarse tras estallar la burbuja inmobiliaria ocho años. Hasta 2016, en concreto, no volvió a los niveles de PIB que tenía en 2008. En total, 32 trimestres consecutivos. Ningún país de Europa, salvo Grecia, cuya economía fue devastada por unos y por otros, tardó tanto tiempo en volver a la situación anterior tras una crisis.

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