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Mientras Tanto
Por
La decisión más difícil de Volodimir Zelenski
Paz por territorios es la ecuación más difícil para Zelenski. Pero esa fórmula es la que se abre ahora con más fuerza en las negociaciones más de tres años después de comenzar el conflicto. El presidente de Ucrania tiene la palabra
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Cuando Volodimir Zelenski, en abril de 2019, ganó con holgura la presidencia de Ucrania al entonces presidente, Petro Poroshenko, europeísta y enfrentado a Putin, muy pocos sabían algo de él. De hecho, en los perfiles que entonces se publicaron solo emergen dos características: su juventud (41 años) y, sobre todo, que era un cómico muy conocido en su país que basó su campaña en la lucha contra la corrupción, un problema endémico en Ucrania.
Zelenski no tenía ninguna experiencia en la política, sin embargo, supo conectar con buena parte de la población harta de élites corruptas enriquecidas tras el colapso de la Unión Soviética. El canal de denuncias fue la televisión a través de un programa muy popular ‘Servidor del Pueblo’ que, irónicamente, reflejaba la vida de un profesor de historia que casi sin quererlo se hace presidente. Es decir, una especie de profecía autocumplida.
Educado en el idioma ruso, tuvo que aprender ya de mayor ucraniano. Muchos dijeron de él que era una marioneta de las oligarquías de Kiev o que, al haber nacido en una zona rusoparlante, acabaría vendiendo el país a Putin, que ya se había anexionado una parte del territorio. Ni lo uno ni lo otro. Zelenski, tras la invasión de su país, ha liderado la dignidad nacional evitando la anexión rusa. En parte, hay que decirlo, por la eficacia de sus dotes comunicativas aprendidas en los tiempos de cómico.
Algunos de sus críticos ucranianos poco sospechosos de comulgar con Putin le han acusado de entender la política como un espectáculo. Para él, los gestos, su propia indumentaria lo delata, serían más importantes que las consecuencias y eso le habría hecho sacrificar los objetivos estratégicos por beneficios a corto plazo. Sea como fuere, lo relevante es que durante estos tres años largos de invasión ha representado la rebelión de un país contra el invasor. Su negativa a aceptar el viejo principio de paz por territorios ha sido su santo y seña, pero ya hay pocas dudas de que ese escenario ha cambiado tras la llegada de Trump a la Casa Blanca. El alcalde de Kiev, Vitali Klitschkó, un rival suyo, también ha asumido ya la idea de que la paz pasa por entregar territorios.
El artículo cinco
El propio Zelenski, en la propuesta que ha hecho en el marco de las negociaciones a tres bandas con Rusia y EEUU, ya ha admitido la posibilidad de ceder territorios a cambio de garantías de seguridad que no pasan, sin embargo, por la adhesión de su país a la OTAN, sino más bien de un compromiso político que debe ser asumido por Moscú. Lo que pretende Kiev es que EEUU sea el garante de su seguridad mediante una especie de artículo 5 de la Carta Atlántica, que obliga a los firmantes a intervenir en caso de un ataque armado contra cualquiera de sus miembros. En definitiva, un paraguas de protección en caso de que Putin o sus sucesores insistan en la idea de la Gran Rusia.
El propio Zelenski ya ha dejado caer la posibilidad de ceder territorios a cambio de garantías de seguridad para Ucrania
Ucrania, según el plan entregado a Rusia y EEUU, estaría dispuesta a ceder territorio a cambio de que el tamaño de su ejército no tuviera restricciones, al despliegue en su territorio de un contingente de seguridad europeo respaldado por Washington para garantizar los acuerdos y a la utilización de los activos rusos congelados (cerca de 200.000 millones de euros) para reparar los daños causados por la invasión.
Es decir, Kiev, por primera vez, ya no condiciona los acuerdos al regreso a la integridad territorial, lo que cualitativamente es extremadamente importante. “Un alto el fuego total e incondicional abre la posibilidad de discutir todo”, ha llegado a decir Zelenski. Rusia, por su parte, ha aceptado, en principio, la no desmilitarización de Ucrania en contra de lo que ha propuesto en repetidas ocasiones. Aquí la propuesta de paz entregada por EEUU, según filtró la agencia Reuters.
Trump, como se sabe, tiene prisa en cerrar el asunto de Ucrania, y en esta clave hay que interpretar el breve encuentro que ha tenido en Roma con Zelenski a la visita de todos poco antes del funeral del papa. Entre otras razones, porque su archienemigo, China, es aliado de Rusia, y puede que Xi Jinping quiera tener interés en alargar el conflicto para desgastar a la Casa Blanca, que prometió la paz en 24 horas. Putin, de hecho, está dejando en ridículo al propio Trump cuando sigue bombardeando y la única línea de defensa de la Casa Blanca es un estúpido tuit: ‘¡Vladimir, PARA!’
China es aliado de Rusia y puede que Xi Jinping quiera tener interés en alargar el conflicto para desgastar a la Casa Blanca
Es aquí donde la figura de Zelenski cumple un papel central. Si el presidente ucraniano no aprovecha esta oportunidad —se trata de la decisión más difícil de su vida política— es probable que él sea la siguiente víctima. Principalmente, por el asunto más espinoso, que es el reconocimiento de la soberanía rusa de la península de Crimea, ya ha asumido por la Casa Blanca tras oponerse firmemente durante la primera presidencia de Trump. Crimea es un territorio estratégico para Moscú por lo que tiene de doble salida hacia el Mar Negro (ruta del Mediterráneo) y el Mar de Azov. En Sebastopol, cabe recordar, se encuentra la base de la flota rusa del Mar Negro, al margen de ser un símbolo del poder de Moscú fraguado en la guerra de Crimea y la II Guerra Mundial.
Los errores de la OTAN
"Estoy de acuerdo con el presidente Trump en que Ucrania no tiene suficientes armas para recuperar el control de la península de Crimea por la fuerza de las armas", ha llegado a decir Zelenski. En otro tiempo se le hubiera llamado prorruso, apelativo que con mucha ligereza se ha atribuido a quienes han planteado otra forma de acabar con el conflicto o a quienes han cuestionado los errores de la OTAN en su expansión hacia el Este. Hoy, hasta EEUU, en su propuesta, plantea el reconocimiento de iure —no sólo de facto— del control ruso de Crimea.
Es evidente que es duro asumir que el invasor se quede con una parte muy relevante del territorio (en torno al 20%), pero prolongar una guerra que Rusia no puede perder, porque abriría el paso a un posible conflicto mundial, carece de sentido político. También debería ser muy duro haber entregado a EEUU la explotación del subsuelo para costear lo que Washington ha gastado en Ucrania.
Por supuesto que además de muy doloroso es increíblemente injusto. Aceptar que se cambien las fronteras por la fuerza es el peor de los precedentes para el derecho internacional, pero una fórmula que congele el conflicto por tiempo indefinido, sin reconocimiento de la soberanía de los territorios ocupados, es, probablemente, el mejor escenario posible. También para Europa, que debe utilizar su cercanía a Zelenski para impulsar una paz duradera lo más justa posible.
El peor de los escenarios para el viejo continente es un conflicto gangrenado en el tiempo mientras China y EEUU ajustan cuentas
Lo contrario es quedar aislada de un conflicto que le concierne más que a nadie y que nunca manejó bien más allá de entregar armas y apoyo político a Kiev. Europa (influida por los intereses geopolíticos de Biden) nunca impulsó un plan de paz y ahora se ve obligada a aceptar lo que llegue de las negociaciones directas entre Trump y Putin. Así de duro.
Llevarse bien con los vecinos, aunque a veces cueste, siempre es una buena política. El peor de los escenarios para el viejo continente es un conflicto gangrenado en el tiempo mientras China y EEUU ajustan cuentas en la geopolítica internacional. Se llama realpolitik. O dicho de otra forma, la mejor política de defensa no es armarse hasta la dientes, aunque es evidente que las políticas de disuasión también cumplen un papel esencial, como se demostró en la Guerra Fría, sino acordar una nueva arquitectura de seguridad capaz de prevenir los conflictos. Justo lo contrario de lo que ha hecho Europa. Al fin y al cabo, como suelen decir los militares, la mejor manera de evitar una guerra es prevenirla. Y Zelenski, que ha sido cómico, sabe mejor que nadie que los mejores actores son los que tienen muchos registros y no se ajustan a un solo papel.
En definitiva, una especie de actualización de la célebre Declaración Welles (reconocimiento de facto, pero no de iure) que comprometió en 1940 a EEUU al no reconocer la soberanía de la Unión Soviética sobre las tres repúblicas bálticas hasta su independencia, que llegaría 50 años más tarde. Todo el mundo sabe que durante esas cinco décadas pasaron muchas cosas. Y Putin, algún día, será historia.
Cuando Volodimir Zelenski, en abril de 2019, ganó con holgura la presidencia de Ucrania al entonces presidente, Petro Poroshenko, europeísta y enfrentado a Putin, muy pocos sabían algo de él. De hecho, en los perfiles que entonces se publicaron solo emergen dos características: su juventud (41 años) y, sobre todo, que era un cómico muy conocido en su país que basó su campaña en la lucha contra la corrupción, un problema endémico en Ucrania.